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La inexplicable demolición de un gran grupo

Viajes Marsans se hunde tras una historia empresarial reputada

F. SAIZ

Era la Nochevieja de 2009 cuando el director de un conocido hotel pronunció en privado una frase lapidaria. 'A Marsans ya no le fiamos y otras cadenas hoteleras están haciendo lo mismo. No dura ni seis meses'. El mal augurio se ha cumplido casi milimétricamente, pero no es fácil explicar por qué un gran grupo turístico, que era considerado la joya de la corona del imperio empresarial creado por Gerardo Díaz Ferrán y su socio Gonzalo Pascual, ha colapsado de forma tan estrepitosa, dejando en el camino un reguero de miles de parados.

Marsans tenía, en efecto, una buena imagen de marca entre los consumidores (se creó a principios del siglo XX y estuvo en manos de la Administración durante más de veinte años) y su red de agencias era una de las más potentes del mercado. Los resultados del ejercicio de 2008 la situaban como segunda compañía nacional, con un 9% de cuota, sólo por detrás de Viajes El Corte Inglés. Incluso hubo negociaciones para venderla cuando en apariencia se podía sacar un buen pellizco por ella.

Pero Marsans tuvo la desgracia de coincidir en su mismo grupo empresarial con un agujero negro llamado Air Comet, que con sus graves problemas financieros arrastró al negocio turístico. Los créditos y avales multimillonarios que Marsans tuvo que concederle pasaron desapercibidos mientras la aerolínea funcionaba, pero cuando se vino abajo (en Navidades dejó de operar), se comprobó que su caja estaba completamente vacía y que no había ninguna posibilidad de recuperar los préstamos.

Lo que llegó después se pareció mucho a una bola de nieve. A las dudas de los proveedores hoteleros, que tradicionalmente admitían que Marsans pagara sus contrataciones con tres o seis meses de demora, se sumaron las de los bancos, que empezaron a mirar con lupa la demanda de crédito del grupo turístico. Marsans tuvo así grandes dificultades para financiar la nueva temporada.

Simultáneamente, Díaz Ferrán y Pascual intentaron reanimar las conversaciones para vender el grupo. Pero la bola seguía rodando cuesta abajo y ya nada pudo pararla. El 20 de abril, Marsans recibía una noticia que para muchos fue su certificado de defunción: la IATA (Asociación de Aerolíneas Internacionales) le retiró la licencia para vender billetes de avión, al no poder aportar el aval de 20 millones de euros que le correspondía. Increíblemente, un grupo como Marsans, que en 2008 llegó a facturar 1.400 millones, no pudo solventar ese relativamente pequeño agujero.

A partir de ese momento, estaba claro que el grupo estaba inevitablemente abocado a la liquidación. Pero en lugar de afrontar el proceso y asumir la responsabilidad que les correspondía, Díaz Ferrán y Pascual optaron por el más cómodo y menos honorable método de traspasar Marsans a una compañía especializada en quiebras, no sin antes asignarse un extraño sueldo anual de 170.000 euros cada uno.

El resto era predecible. El comprador, Posibilitum, desconocido hasta hace un mes, se quedó el pasado 10 de junio con la empresa, que ese día solicitó el concurso de acreedores, aceptado por la jueza 15 días después. El fondo intenta ahora liquidar todo lo vendible para rentabilizar su compra, en la que no puso un euro (se limitó a asumir la deuda). Y los trabajadores, entre tanto, a la calle.

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