Rafael Bartolozzi tenía previsto inaugurar una exposición con obra nueva a principios de abril en el Museo de Calaceite. En estas piezas, perseguía un minimalismo barroco con el afán infantil que le caracterizaba. En realidad, nunca dejó de trabajar. Sus obras eran el impulso para ir tirando por un camino incierto, en el que a medida que avanzaba se volvía más tortuoso.

El artista, nacido en Pamplona en 1943, falleció el domingo víctima de un cáncer y sus cenizas se depositarán mañana en un bloque de mármol en su casa de Vespella de Gaià (Tarragona), una localidad de la que fue alcalde.

Bartolozzi no perteneció al grupo de artistas que residen en una torre de marfil, sino de los que se toman el café en el bar del pueblo.

Pintor y escultor, en sus inicios estuvo fascinado por la abstracción y la obra de Millares, Saura y Tàpies. A principios de los sesenta, se instaló en Barcelona para formarse en la Escuela Superior de Bellas Artes, y durante años él y Arranz-Bravo fueron inseparables.

La abstracción

En esa época, se dedicó a la abstracción, una vía que arrinconó para regresar a lo figurativo. A partir de creaciones neofigurativas, se convirtió en uno de los principales representantes del pop art del país. En 1980, representó a España en la Bienal de Venecia.

Algunas de sus obras se encuentran en el Museo de Arte Reina Sofía y el Macba. Una de sus esculturas más conocidas es Alfa i Omega. Principi marí (1999), una estructura de hierro de 12 metros de altura situada sobre una base de hormigón dentro del mar en Torredembarra.