Este artículo se publicó hace 16 años.
Un negocio siniestro
La historia de la Fórmula 1 es un catálogo interminable de trampas y episodios bochornosos, muy alejados del concepto de deportividad

Ajeno a la basura que se acumula bajo su alfombra, el circo de la Fórmula 1 no se detiene. Tras sacudirse las malolientes salpicaduras del caso Renault-Piquet y enterrar a su penúltimo cadáver, Flavio Briatore, la carpa ya luce esplendorosa en Singapur. Las luces del único gran premio nocturno iluminarán con poderosa eficacia el circuito, en un deporte, o lo que sea, que ha aprendido a vivir, incluso a explotar comercialmente, su lado más oscuro. El accidente provocado el año pasado por el piloto brasileño precisamente en Singapur para posibilitar la primera victoria de Renault en 2008 es el último capítulo de una prolífica saga que tiene más de medio siglo de negra historia.
El Mundial, que cumplirá 60 años en 2010, aguantó limpio hasta la mayoría de edad. En 1968 los colores, logos y nombres de los patrocinadores tiñeron por vez primera la chapa de los bólidos y ya nada ha vuelto a ser igual. La caballerosa época de los pioneros de la Fórmula 1, conocidos como gentlemen drivers, es un lejano recuerdo. Una etapa que, vista desde el lodazal actual, suena a leyenda increíble.
Verstappen estuvo a punto de morir abrasado tras una trampa de Benetton en el repostaje
Hoy no se concibe un arranque de deportividad como el del inglés Peter Collins en la última carrera de 1956 disputada en Monza. Collins, piloto de Ferrari-Lancia, se había colado entre los dos grandes de entonces, Fangio y Moos, y llegó a la decisiva cita italiana con opciones de proclamarse campeón. Durante la primera parte de la prueba se sucedieron los abandonos, entre ellos el de Fangio, compañero suyo en la escudería del cavallino. Moss, a bordo de un Maserati, se quedó solo en cabeza seguido por Musso, también piloto de Ferrari, y Collins.
Para este, un abandono de cualquiera de los dos primeros suponía el título mundial. Desde el box de Ferrari se le pidió a Musso que compartiera su coche con Fangio práctica permitida y habitual entonces, donde dos pilotos podían relevarse en un coche y compartir le resultado final y los puntos obtenidos, pero el piloto romano, que no se jugaba nada, se negó. Cuando Collins entró a repostar, el jefe de la escudería, Giambertone, le insinuó la posibilidad de dejarle el volante a Fangio. Sin pensárselo dos veces, el británico saltó del asiento y se lo cedió al argentino, quien remontó hasta la segunda posición y firmo su cuarto título mundial. Repartió los seis puntos de rigor con Collins, pero al inglés no le alcanzaron para atar el subcampeonato. Moss se lo arrebató.
Con el paso de los años, lo que era juego limpio se ha convertido en un sucio catálogo de puñaladas y, lejos de respetar a los rivales, apenas existe consideración entre los propios compañeros de escudería. A partir de los setenta, no existe equipo que pueda presentar un expediente inmaculado.
Argucias, conspiraciones e infamiasLa maniobra de Piquet en Singapur no es nueva, sino el último capítulo de la picaresca
Las incontables trampas acumuladas en los arcenes de los circuitos de todo el mundo se pueden clasificar en tres grandes grupos: argucias más o menos escandalosas relacionadas con el reglamento, conspiraciones y espionajes de despacho, y sucias maniobras en el asfalto.
En 1984, el Tribunal de Apelación de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) le quitó todos los puntos y expulsó del Mundial a la legendaria escudería Tyrrell cuando faltaban seis grandes premios.
Para contrarrestar la superioridad de los motores turbo que montaban sus rivales, los bólidos del equipo británico corrían con menos peso del permitido, y en el último repostaje inyectaban plomo junto al combustible para que finalizada la carrera, a la hora del pesaje oficial, los coches cumplieran el reglamento.
Schumacher pudo conservar su primer títuloUna década después, 1994, Ayrton Senna acusó a Benetton de ganar el Mundial gracias a la utilización de un control de tracción que estaba prohibido. La imputación no pudo ser probada, así que Michael Schumacher conservó su primer título. Meses antes, el equipo dirigido por Flavio Briatore sí fue sancionado tras el espectacular incendio que envolvió en llamas al coche del holandés Jon Verstappen, con él dentro, durante uno de sus repostajes en el GP de Alemania. En las verificaciones posteriores se comprobó que los mecánicos de Benetton habían quitado de la manguera que inyecta gasolina un filtro de seguridad obligatorio con la intención de agilizar la operación.
En 1997, las imágenes tomadas por un fotógrafo permitieron descubrir el revolucionario y antirreglamentario sistema de frenada de McLaren. El equipo inglés incorporaba un tercer pedal que permitía a los pilotos decidir con que rueda específica frenar en cada curva.
El pasteleo de la FIA a la hora de imponer sanciones tampoco es nuevo. En 2005, por ejemplo, el máximo organismo automovilístico solicitó la exclusión del equipo Bar Honda y propuso una multa de un millón de dólares. El coche de Jenson Button, actual líder del Mundial, montaba un segundo depósito de combustible, algo completamente ilegal. Finalmente, el castigo fue leve: dos carreras de suspensión para la escudería anglo-japonesa.
Trampas y resquicios legalesLa lista de triquiñuelas es interminable. Los comisarios de la FIA tienen que hilar muy fino mucho más según avanza la tecnología porque se enfrentan a un ejército de ingenieros que buscan el resquicio legal, cuando no la trampa, para sacar la máxima ventaja de un reglamento que, además tampoco es lo claro y contundente que debería.
La minuciosidad de la picaresca es tal que hubo una época en que se sospechó que más de un equipo usaba detectores para determinar el instante exacto en el que se apagaba cada semáforo rojo en la parrilla, buscando salir lo mejor posible.
El espionaje es otra de las lacras de la Fórmula 1. Todo el mundo mira de reojo, o con descaro, hacia el vecino. Y si ve algo aprovechable, lo copia con descaro. En 2007, McLaren fue multado con 100 millones de dólares y perdió todos los puntos al quedar probado que utilizó la documentación técnica confidencial procedente de Ferrari y sustraída por Nigel Stepney, un ingeniero despechado y despedido meses antes por el equipo italiano.
Otro despechado, Nelson Piquet, ha promovido el reciente escándalo del que ha salido trasquilado Briatore, ex director de Renault. La maniobra del brasileño en Singapur no es nueva en la Fórmula 1. Si acaso, sorprende su altruismo. Todos los precedentes hablan de embestidas desesperadas de un piloto contra otro para obtener algún botín propio, nunca para beneficiar al compañero o al equipo.
Schumacher, un caso especialEn este apartado, el rey ha sido Schumacher. El excepcional palmarés del alemán, siete veces campeón del mundo, está plagado de lunares. El primero no se hizo esperar. Data de 1994, año en el que estrena su vitrina, cuando en el último gran premio de la temporada, Australia, colisiona con Hill, el único que le podía arrebatar el título. La FIA le exculpa, pero tres años después hace lo mismo con Villeneuve en Jerez, y el Consejo Mundial de la FIA le excluye del Mundial.
Dos mitos, Senna y Prost, también dirimieron su supremacía a trompazos en las últimas carreras de los cursos 1989 y 1990. El francés ganó el primero; el brasileño, el segundo.
La F1 se rige por la máxima de Batman en su última entrega, El caballero oscuro: "O mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en un villano".
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