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"No vivimos en un mundo nihilista, podemos luchar"

Alejado de las teorías sociales catastróficas, apuesta por el bienestar sensitivo y denuncia el colapso actual, que se puede observar desde la política hasta los roles sexuales

LÍDIA PENELO

Nunca está de vacaciones. A Gilles Lipovetsky (París, 1944) ese concepto no le resulta cómodo. Al autor de La era del vacío (2003), en el que señalaba al individualismo como el motor de nuestro tiempo, le gusta mezclar las cosas, deshacerse de los tabiques de separación. Para él, el trabajo también es ocio, al igual que sus paseos de dos horas. Lipovetsky participó la semana pasada en el festival de arquitectura eme3, en el que habló sobre el colapso, una idea que le obsesiona desde que leyó a Nietzsche, autor al que considera demasiado metafísico en la actualidad.

¿Estamos colapsados?

El colapso actual se arraiga en el hipercapitalismo, la tecnociencia, el hiperconsumismo y el hiperindividualismo. Estos factores convergen y crean un mundo de excesos, lleno de individuos desorientados. La desestabilización hipermoderna es total, está en todas las esferas de la vida y nos encontramos desarmados. Los puntos de referencia han cambiado y un ejemplo se encuentra en el arte contemporáneo. Sales de una exposición y te preguntas si lo que has visto es arte o no. ¡El colapso es total!

Pero no le veo a usted demasiado preocupado...

No, no me desespero, no soy trágico. La idea dominante es apocalíptica pero yo intento presentar una lectura matizada del colapso, hago una lectura paradójica. Virilio tiene una tesis catastrófica del colapso, de un mundo descorporizado. Tenemos que reestructurarnos en todos los ámbitos.

¿De dónde sale su modelo paradójico?

La velocidad nos conduce a un mundo irreal, virtual. La virtualización de la vida existe, pero hay que apostar por las emociones, por la sensualización de todo, y también de los objetos con el entorno. Es falso que la gente viva en el mundo virtual. Todos intentamos cuidar nuestro espacio sensitivo y experiencial. Las personas cada vez cuidan más el interior de su casa, priorizan el bienestar sensitivo. Pero eso, son ideas de los años cincuenta...

¿Puede ilustrarlas con algún ejemplo?

Pues con la evolución del diseño. Una disciplina que ha viajado de lo funcional a lo sensible. En los cincuenta, Bauhaus era muy frío y puritano porque quería ser moderno. Pero desde hace 20 años ha vuelto un diseño polisensorial. Si comparamos a Le Corbusier con Frank O. Gehry, sería como comparar el funcionalismo con la poesía.

¿Quiere decir que el arte vuelve a apostar por las experiencias emocionales?

En la evolución de la arquitectura se ve muy claro. Hay un deseo de sensualización de la existencia. La cultura de hoy no se puede interpretar como la muerte del cuerpo y con agonía. No vivimos en un mundo nihilista, hay contrapuntos que nos permiten luchar y mantenernos optimistas. Debemos encontrar otras formas de organización social, reconsiderar el modelo de civilización que queremos y refundar el sistema de valores.

¿Se terminó el liberalismo?

No, no creo y no es deseable, pero hay que limitarlo. Todo sistema necesita reglas y si no es el caos. El comunismo fracasó, pero el hiperliberalismo también. Es necesario apelar a la moderación. Está bien que la iniciativa individual de mercado tenga mucho poder, pero es necesaria una potencia pública que controle los excesos.

Y cada uno debe responsabilizarse de los suyos.

Sí, yo apuesto por el individualismo responsable. La autonomía individual no es sinónimo de egoísmo. Se puede disponer de la propia vida sin estar cerrado a los demás. El individuo responsable es el que toma sus derechos teniendo en cuenta los de los demás. Tenemos que enfrascarnos en una búsqueda de compatibilidades. El individualismo responsable se manifiesta a través de varios fenómenos como la lucha contra la corrupción, las exigencias de solidaridad, la lucha contra la devastación de la naturaleza. Y, en todo eso, la escuela juega un papel fundamental.

¿Qué necesitan los planes educativos?

Hoy tenemos una cultura fundada en lo inmediato, lo tenemos todo enseguida, pero para entender se necesita un poco de perspectiva. Tenemos que volver a la enseñanza de la Historia para que los jóvenes tomen nuevos puntos de referencia. En segundo lugar, deberíamos constituir unos sistemas educativos que permitan a los jóvenes tener acceso a las personas, porque son ellas las que nos hacen evolucionar mucho más que las ideas. Y en tercer lugar, debería haber pasión para emprender cosas. Sé que esto es un ideal, pura utopía, pero una escuela tiene que formar a ciudadanos, a hombres que piensen y que sepan crear, no solamente aprender.

Como usted apunta, para todo esto se necesitan unos valores nuevos, pero, ¿Quién los marca?

El actual sistema está desordenado. Los profesores tienen buena voluntad pero están frente a jóvenes y familias que les impiden hacer su trabajo. Antes, las familias apoyaban al profesor y hoy apoyan a sus hijos. Hay que volver a dar cierta autoridad al profesorado.

Volvamos al modelo paradójico y sensorial que usted propone. ¿El consumismo lo permitiría?

Sí, sí. Además, creo que se empieza a observar una especie de estetización del consumo. Nos movemos por lo bello, lo bueno, hay mucho spa, mucho interés por el producto de calidad... Eso demuestra que hay un deseo de bienestar más sensual, a pesar del fast food (ríe). ¡Las paradojas están por todas partes!

¿Por qué le gustan tanto las paradojas?

Resumen el funcionamiento de la sociedad. Me irrita la tendencia que tienen muchos pensadores a dramatizar de manera excesiva, siempre tan apocalípticos... Claro que hay desastres de verdad, pero decir que la tecnología es un desastre no lo comparto. Los hallazgos técnicos aportan beneficios pero también problemas. El mundo contemporáneo está lleno de contradicciones. Las herramientas informáticas pueden ser nocivas si uno se pasa horas y horas enganchado, pero gracias al ordenador podemos acceder al conocimiento, intercambiar, crear Hoy hay mucha velocidad, pero también una tendencia a ralentizar. Y esa es la salida.

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