En los años ochenta, una campaña evitó la urbanización de Cala Macarella y dejó para el disfrute de los que hemos venido después sus 140 metros de arena blanca y aguas de color topacio. Esta playa se convirtió así en uno de los símbolos de la conservación de la naturaleza en una isla, la más oriental de las Baleares, que en su tiempo fue refugio de piratas y de hippies soñadores y que hoy, declarada Reserva de la Biosfera, sigue destacando por un puñado de calas de aguas brillantes y transparentes.

La Macarella es una de las más características. Ubicada al sur de Menorca, en el Migjorn, y rodeada por un pinar, para llegar a ella hay que atravesar un barranco lleno de densa vegetación y con acantilados que el agua ha ido erosionando. Una vez realizado el recorrido, la recompensa es una playa de aguas tranquilas y aire paradisíaco, de las más famosas de toda la isla. Tanto que en verano se aconseja no visitarla en coche desde Ciutadella, lo que podría suponer quedar atrapado en pleno atascos, sino a pie desde Cala Galdana, tras un paseo llano de media hora. La arena dorada y las aguas tranquilas de Macarella hacen de ella un arenal especialmente apropiado para el baño.

Sería una pena visitarla y no pasarse también, a pie por un sendero que atraviesa el pinar o a nado, por la que se puede considerar su hermana pequeña, Macarelleta. Si la Macarella tiene más de cien metros de longitud, Macarelleta apenas alcanza los 20, y se presenta como una calita en la que los árboles se inclinan sobre unas aguas diáfanas que, como es habitual en el resto de la isla de Menorca, tienen una intensa coloración turquesa.

En los alrededores, otros dos arenales merecen asimismo una mención: Cala en Turqueta, una estrecha playa rodeada de pinares, y Son Saura, con más de 500 metros de longitud y considerada una de las más bellas de Menorca.