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Transmusicales: 30 años en la sangre de Rennes

En Sevilla tienen la Feria de Abril. En Zaragoza, el Pilar. En Rennes, el Transmusicales

JESÚS MIGUEL MARCOS

En Sevilla tienen la Feria de Abril. En Zaragoza, el Pilar. En Rennes, el Transmusicales. Con 30 años de historia, el festival es ya una tradición más de la capital de Bretaña. Cultura moderna, atrevida, intensa y cuidada. Más que un valor añadido a la ciudad, es ya parte de su sistema sanguíneo.

En Rennes, este fin de semana la música lo ha invadido todo. En las radios locales, suenan los grupos la mayoría desconocidos que tocan en el Trans (como se conoce el festival). Das una patada a una piedra y te salen cuatro conciertos: a la programación oficial, hay que sumar el ciclo paralelo Bar en trans, con recitales en multitud de bares (el viernes, presentó nuevo disco Françoiz Breut).

Vas por la calle, empapelada de carteles del festival, y te cruzas con un músico japonés con su guitarra, con periodistas de todas partes de Europa o un señor mayor con una camiseta de Nirvana (grupo que debutó en Europa en el Trans cuando nadie los conocía). En total, más de 35.000 asistentes y 150 conciertos.

Y un españolito

En el autobús que te lleva al Parc Expo los antiguos hangares del aeropuerto de Rennes, reconvertidos en recinto del festival, se juntan melómanos cuarentones, universitarios que se inician en el mundo de la música y adolescentes en su primer día de borrachera. Todo un paisaje humano. Al identificarte como español, instantáneamente sale a relucir El Guincho, único representante patrio en el festival.

'Tengo ganas de verle', dice Michel, de 38 años, 'me han dicho que está muy bien. Hace flamenco de vanguardia, ¿no?'. Casi. En realidad su electrónica tropical tiene muy poco de flamenco, pero sin duda sus atmósferas melódicas de carnaval carioca cruzan la línea de la vanguardia (y tienen duende, claro).

El Guincho cerró la noche del viernes, ante más de 3.000 personas, con un espléndido concierto. Ahora que le acompaña otro instrumentista, los ricos sonidos y armonías de su disco de debut, Alegranza, fluyen con mayor naturalidad y llegan mejor al público. Como un batido de coco y chips. Más que para bailar, para dejarse envolver.

Asistir a Transmusicales es como quedarse mirando una lavadora: su abigarrada programación provoca mareo. ¿Un ejemplo? Enlazar los guitarrazos proto-punk de Jay Reatard un Kurt Cobain de nuestros días, con pinta de universitario drogata salido de una película de Kevin Smith con el hip hop comercial de Iglu & Hurtley, una pareja bastante hortera que podría ser al rap lo que Maroon 5 al rock.

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