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William Friedkin recibe el Leopardo de Honor en reconocimiento a la vieja escuela

EFE

De los padres del llamado nuevo cine americano, William Friedkin siempre es el gran olvidado en beneficio de Coppola, Spielberg y Scorsese. En el Festival de Locarno, amantes de las causas marginales, han otorgado el Leopardo de Honor al director de "El exorcista" y "The French Connection".

Desde los años ochenta, en cambio, Friedkin no ha hecho aportaciones verdaderamente significativas al gran cine, del que ya no se siente parte, según afirmó en una entrevista con varios medios internacionales en el festival de la cuidad suiza en vísperas de recibir el galardón.

"Es una nueva generación, con nuevos intereses e influencias. La gente que dirigía cuando yo empecé pensaba que lo que nosotros hacíamos era ridículo, demasiado europeo. Y ahora yo pienso que la nueva generación está demasiado influida por los videojuegos", asegura.

El ganador del Óscar por "The French Connection" no comulga tampoco con los nuevos lenguajes. "Del cine digital opino que, aunque para el director supone que nada es imposible, todavía está, como el 3D de los primeros tiempos, demasiado sometido a la demostración de sus cualidades más que a la integración en la historia", explica.

Él, en su día, no dudó en utilizar efectos especiales que conmocionaron al mundo, como la cabeza giratoria de Linda Blair en "El exorcista" (1973). "Podría volver a estrenarse hoy y volvería a funcionar. Habla sobre las dudas de la fe, es una historia ajena al paso del tiempo porque trata temas que cada día se plantea el ser humano", matiza.

"Hasta el más agnóstico tiene una creencia. A lo mejor considera 'Star Wars' una especie de biblia. Sigue interesando la confrontación entre el bien y el mal", explica.

Ese ha sido, en realidad, el vínculo que hila los títulos más importantes de su carrera, desde "The French Connection" (1971) a "Morir y vivir en Los Ángeles" (1985), que mañana se proyectará en la Piazza Grande de Locarno.

"Me interesa la delgada línea entre el policía y el criminal y, en toda mi carrera y a pesar de haber realizado películas premiadas internacionalmente, no he conseguido dar con una respuesta definitiva a ese respecto", reflexiona.

En "The French Connection", que fue alzada la mejor película de su año por la Academia de Hollywood, contó con la actuación del actor español Fernando Rey, al que recuerda desde Locarno.

"Buscaba a otro actor pero al final lo elegimos a él por error. En realidad queríamos a Francisco Rabal, pero en esos momentos no estaba disponible y, además, no hablaba inglés. Así que mi director de casting decidió contratar a Fernando Rey, que resultó ser un espléndido actor y un auténtico regalo para la película", relata.

No obstante, al final Friedkin cumpliría su sueno de trabajar con Paco Rabal en "Carga maldita", aunque sus calidad y su proyección comercial estuvieron muy por debajo de su clásico retrato del imperio de la droga.

Si bien no le gusta hablar de sus proyectos en cine actuales y tampoco presta mucha atención a su trayectoria televisiva -dirigió dos episodios de "CSI"-, sí se explaya con su segunda pasión: la ópera. Antes de Emir Kusturica, Woody Allen, Zhang Yimou o David Cronenberg, Friedkin ya había unido estas dos disciplinas, aunque también por casualidad.

Le ofrecieron hace catorce años dirigir la ópera que quisiera y, por no decir que no, eligió los montajes más complicados que se le ocurrieron pensando que así nunca llegaría hacerlos: a los dos años era responsable en Florencia del montaje de "Lulú" y de "Wozzeck", ambas de Alban Berg.

Desde entonces, "es un reto siempre para mí. Se hace mucho más rápido que una película pero también requiere un estudio más minucioso por mi parte, porque no domino bien los idiomas de los libretos".

Ahora está a punto de estrenar en Los Ángeles dos de los tres fragmentos de "Il trittico" de Puccini. El tercero en discordia lo dirigirá Woody Allen. Y finalmente se apeó, por diferencias creativas irreconciliables, de la adaptación a la ópera del documental "Una verdad inconveniente" de Al Gore para La Scala de Milán.

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