Este artículo se publicó hace 18 años.
Yazdani Alí Khan plasma en sus cuadros la riqueza cultural de Afganistán

La devastación de la guerra y la persecución del arte promovida por los talibanes no ha impedido que emerjan en Afganistán pintores como Yazdani Alí Khan, con obras que reflejan los preciosos paisajes y la riqueza cultural del país.
Cuando era pequeño, Khan sintió la llamada del arte y desde entonces no ha renunciado a lo que más le gusta, pintar, hasta convertirse en uno de los artistas más prominentes del país.
"Para mí, un pintor debe retratar su cultura y las necesidades de la gente", dice Khan en entrevista con Efe.
Sus obras, con gusto por el realismo, muestran escenas y figuras costumbristas de Afganistán.
Nacido en 1979 en la ciudad central de Hazarajat, Khan empezó a revelar su gran talento en el arte a los 13 años, cuando comenzó a reproducir los cuadros que colgaban de las paredes de su casa.
El artista acabó su licenciatura en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Kabul y posteriormente fue una de las nueve personas a las que el Gobierno japonés concedió una beca para estudiar en la Universidad de Tokio.
En su propio pueblo, Khan, de la etnia hazara, dice que le gusta pintar los paisajes de las montañas del centro de Afganistán, pero entre sus obras más apreciadas se encuentran las pinturas de los dervish, místicos sufíes que bailan dando vueltas.
Khan confiesa que solamente les había visto en la televisión y nunca en vivo, algo difícil de creer a la vista del figurado movimiento del baile y los detalles de los bailarines que capta en sus pinturas.
Aunque Khan considera el sufismo como un aprecio honesto de Dios, las obras de temática dervish tienen su explicación en que en 2007 se cumplió el octavo centenario del nacimiento del fundador del sufismo, Jalaluddin Rumi, nacido en el sur de Afganistán.
Sus cuadros están expuestos en dos restaurantes afganos muy populares en Kabul, el Sufi y el Rumi. "Algunos que los ven ahí me llaman o simplemente los compran allí mismo", dice el pintor, que ha tenido ya varias exposiciones de sus obras en la Universidad de Chaman-e-Huzoori y también en Tokio.
Los dibujos cuestan entre 50 y 70 dólares, mientras que los cuadros pueden valer entre 100 y 1.700 dólares, un precio que hace que sus clientes, explica Khan, sean mayoritariamente extranjeros o afganos que viven fuera del país.
Además, todavía no hay mucho aprecio ni entendimiento de su profesión entre la población afgana. "La gente analfabeta no piensa mucho del arte. Los que lo entienden, sí lo aprecian", dice Khan.
"La sensibilidad para poder apreciar las escenas y retratarlas en la pintura en una época en la que el país sufre de inseguridad, pobreza y depresión es una contribución importante para que el mundo recuerde que Afganistán tiene una cultura propia", dice el joven empresario Rahman Assad.
El interés por el arte en Afganistán, sin embargo, está marcado, sobre todo, por el extremismo de los ciudadanos integristas, famosos por haber destruido los Budas de Bamiyán, en su misma provincia.
"Los mulás opinan que el arte es un pecado", ríe el pintor, que pintaba y enseñaba arte en su casa durante el régimen integrista de los talibanes, a pesar de que estos prohibían cualquier retrato de seres vivos.
"Solamente podía dibujar objetos inanimados o paisajes. Un día un talibán vino a mi casa, donde tenía un retrato. Él me pegó y amenazó con llevarme a la cárcel", recuerda Khan, que no podía vender cuadros pero se las arregló para continuar con su pasión.
En otra ocasión, en la que exponía sus obras en la Universidad de Kabul, había una en la que se veía un pequeño pájaro.
"Los talibanes vinieron y lo rajaron", dice Khan, para quien la situación está mejorando después de que durante el régimen radical el arte quedara casi aniquilado.
Khan nombra a Miguel Angel, Leonardo da Vinci y Van Gogh entre sus favoritos, pero atribuye gran parte de su éxito a su propio profesor, Najibullah Musafir, quien también es pintor.
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