Sin conejos, no hay linces
El lince ibérico se ha convertido en emblema de la conservación a nivel mundial. Pero aún queda mucho por hacer y el conejo, también en peligro de extinción, es su punto débil.
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"Un conejo puede tener dos problemas: que le falte comida y que se lo coman. Y todos los animales de por aquí comen conejos", dice a Público Germán Garrota, técnico de la Agencia de Medioambiente y Agua de la Junta de Andalucía, especializado en la conservación del lince en la sierra de Andújar (Jaén). Esos dos problemas existenciales del conejo de monte, más una serie de enfermedades infecciosas que no le han dejado levantar cabeza desde mediados del siglo pasado, han convertido a este animalito oriundo de la península ibérica –con el nombre científico de Oryctolagus cuniculus– en especie en peligro de extinción, en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), desde 2019.
"Aunque es cierto que en algunos lugares puntuales el exceso de conejos causa muchos daños en la agricultura, su población general está en declive. En la última década ha disminuido más de un 70%", puntualiza Garrota.
La misma situación tiene otra especie que también es endémica de la península ibérica y cuyo destino está ligado irremediablemente al del conejo silvestre, porque es lo único que come. El lince ibérico (Lynx pardinus), que a principios de siglo estuvo a punto de desaparecer de su hábitat natural, el monte ibérico mediterráneo. "Sin conejos no hay lince", recalca Garrota. De hecho, "el 80%" de su trabajo de recuperación del felino "consiste en recuperar al conejo".
Un gol a favor de la biodiversidad
En la sierra de Andújar, la Junta de Andalucía colabora codo con codo con la fundación de conservación de la biodiversidad CBD Habitat, que lleva 20 años empeñada en la recuperación de este gato emblemático. Gracias al esfuerzo conjunto de administraciones regionales, nacionales y europeas –los fondos LIFE– y de dos ONG, CBD Habitat y WWF, se ha logrado que su población se multiplique por diez en veinte años en España y Portugal.
Ha pasado de ser el felino más amenazado del planeta en 2001 –con menos de 100 individuos en dos poblaciones aisladas en Andújar-Cardeña y en Doñana– a alcanzar los 1.365 ejemplares en 2022, repartidos entre Andalucía, Valle de Guadiana en Portugal, Extremadura y Castilla La Mancha.
Lo que no significa que se pueda bajar la guardia todavía. Aunque en 2015 dejó de estar "en peligro crítico de extinción", sigue siendo una especie amenazada. "En cualquier momento, puede llegar una enfermedad mortal para los conejos y echar al traste nuestros avances en la reintroducción de linces, como ya nos ha pasado tres veces desde que empezamos el proyecto", recuerda Samuel Plá Benítez, técnico de campo de CBD Habitat.
"Para alcanzar el estado de conservación favorable que señalan las directrices de la UE, necesitamos que haya, al menos, 750 hembras reproductoras. Como son animales territoriales, esta cifra significa que debe haber ocho poblaciones establecidas para acoger a esas hembras. Este sería el estado óptimo de la especie, para que pueda considerarse fuera de peligro", añade Garrota. Siguiendo al ritmo actual y si no fallan los esfuerzos compartidos y la financiación, se prevé que podría conseguirse para 2040.
El secreto, trabajar sobre el terreno
Por el momento, sus resultados son un ejemplo a seguir en todo el mundo: la prueba viviente de que las medidas conservacionistas funcionan. ¿El secreto de su éxito? El suyo es un enfoque sobre el terreno. Y, en el caso del lince, una vez más, la clave está en el conejo.
"Nos recorremos el campo cada día. A veces, las tareas que hacemos no son tan bucólicas como podrían parecer, pero son parte de nuestro trabajo. Por ejemplo, contamos las letrinas de los conejos, que son los lugares donde se reúnen para hacer caca. Esta es la forma de calcular cuántos hay en cada zona", nos dice Carmen Rueda, también técnica de campo en la ONG.
Es un dato importante a la hora de planear la reintroducción de nuevas poblaciones: "Los requisitos óptimos son 10.000 hectáreas de terreno y muchos conejos, como poco, cuatro individuos por hectárea", señala. Encontrar espacios que reúnan esas condiciones no es fácil; aun así, este año se inauguran dos nuevas poblaciones, en Granada y en Murcia.
"Entre febrero y marzo, reintroducimos linces juveniles –de 9-10 meses– que han nacido en los centros de cría en cautividad", explica, algo que hacen cada año. Rueda es una bióloga enamorada de los felinos, con talento para reconocer quién es quién por el patrón de sus manchas, un superpoder necesario para hacer el seguimiento de cada individuo. "Cada semana, revisamos las cámaras de fototrampeo, así podemos saber dónde está cada uno y comprobar que están bien", nos cuenta.
Acuerdos con agricultores y cazadores
Pero, antes de eso, otro trabajo de campo sin el que no habría manera de salvar al lince es el trato directo con los propietarios de las fincas donde habita el felino, agricultores, ganaderos y cazadores.
"Hablamos con ellos para pedirles su colaboración a cambio de asesorarles sobre cómo hacer una gestión sostenible de sus terrenos. Les pedimos que nos llamen si tienen algún problema. Por ejemplo, si se han comido sus gallinas, les ponemos cámaras para que puedan demostrar que ha sido el lince y que, si es así, puedan pedir la indemnización correspondiente, y les ayudamos a vallar mejor el gallinero para que no pase más", nos explica Plá.
"También nos ocupamos de monitorizar la población de conejos y construir en las fincas las infraestructuras que necesitan para quedarse, como refugios, puntos de agua o charcas y comederos", añade.
"Cuando empezamos con el proyecto del lince, en 1999, fuimos llamando a la puerta de cada finca, hablando con cada propietario, explicándoles el valor que tenía la especie, valorando los problemas que podía causarles nuestra intervención. Es fundamental ponerse de acuerdo con los actores locales para salvaguardar la biodiversidad", explica a Público Nuria El Khadir, directora de CBD Habitat.
Es el modus operandi de esta fundación y lo que le ha permitido gestionar, con notable éxito también, la recuperación de otras especies amenazadas, como el águila imperial ibérica (Aquila adalberti) y el buitre negro (Aegypius monachus), en España, o la foca monje (Monachus monachus), en Mauritania –que gracias a su actuación ha pasado de 100 a 350 ejemplares en veinte años y ha triplicado sus nacimientos–.
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