Este artículo se publicó hace 13 años.
Electricidad contra la 'tristeza'
El tratamiento de estimulación cerebral profunda (ECP), consiste en la colocación de unos pequeños electrodos en zonas determinadas del cerebro
Julia tenía 54 años y llevaba más de una década luchando contra la depresión , en el mayor grado en que esta pueda considerarse. Vivía con su padre, y ambos necesitaban un cuidador. Había probado con todos los tipos de antidepresivos disponibles, con psicoterapia e incluso con terapia electroconvulsiva (electroshock), pero los resultados no llegaban. Hasta que decidió someterse a un tipo de tratamiento experimental que en España lleva a cabo el hospital de Sant Pau, en Barcelona. El tratamiento recibe el nombre de estimulación cerebral profunda (ECP), y consiste en la colocación de unos pequeños electrodos en zonas determinadas del cerebro, específicas para cada tipo de enfermedad que pretenda tratarse. Hoy, Julia (nombre supuesto) no sólo no necesita un cuidador, sino que, en palabras de Dolors Puigdemont, psiquiatra del hospital y coordinadora del proyecto, "ahora incluso es ella la que cuida de su padre".
Una de cada cinco personas sufrirá una depresión a lo largo de su vida. De estas, una de cada cinco terminará no respondiendo a ningún tipo de tratamiento, y es lo que se conoce como depresión mayor resistente. Desde los años cuarenta se generalizó el uso de la terapia electroconvulsiva para el tratamiento de múltiples enfermedades mentales. La ECP es, por así decirlo, su forma fina y evolucionada, ya que permite liberar la descarga eléctrica en las zonas deseadas con una gran precisión.
Una de cada cinco personas sufrirá una depresión a lo largo de su vida
La ECP consiste en la colocación de un par de electrodos en la zona del cerebro que se quiere estimular. Para ello, se usa una técnica conocida como estereotaxia: primero, al paciente se le practican una serie de pruebas de imagen cerebral para conocer su estructura particular. Después, se fijan las coordenadas deseadas en un casco especial. A continuación se introducen los electrodos tras abrir un pequeño orificio en el cráneo. Durante todo este tiempo, la persona está despierta (el cerebro no duele). Una vez en la región deseada se duerme al paciente y se implantan los electrodos, que estarán conectados a una batería colocada bajo la piel del costado.
La ECP se ha probado ya en unos 70.000 enfermos de párkinson, porque se conocen con bastante exactitud los circuitos cerebrales que están alterados y basta con observar la mejora de sus movimientos para medir la respuesta. Pero mientras trataban a estos pacientes, los médicos se dieron cuenta de que algunos de ellos sufrían alteraciones inesperadas en el humor. Algo provocaban los electrodos que no tenía que ver con los temblores y que podría emplearse para aliviar la tristeza extrema.
En el año 2005, el grupo de la psiquiatra Helen Mayberg, en Toronto, publicó los primeros resultados de su uso contra la depresión resistente. Cuando leyeron el artículo en el departamento de Psiquiatría del hospital de Sant Pau, Víctor Pérez y su grupo decidieron realizar esta técnica. Sus primeros resultados han sido aceptados para publicarse en la revista International Journal of Neuro-psychopharmacology. Según Puigdemont, "de los ocho pacientes, cinco alcanzaron la remisión completa al año de seguimiento, y todos mejoraron, al menos parcialmente".
La técnica ya se ha usado con 70.000 enfermos de párkinson
El psiquiatra Eduard Vieta, director del Programa de Trastorno Bipolar en el hospital Clínic de Barcelona y ajeno al proyecto, valora positivamente los estudios realizados hasta la fecha. Sin embargo, destaca que la ECP para la depresión "todavía está en fase experimental y, en cualquier caso, debe tenerse en cuenta que la mayor parte de los pacientes responden bien a los tratamientos tradicionales, como los fármacos antidepresivos y la psicoterapia".
De momento, la ECP está en vías de confirmar su uso para el trastorno obsesivo-compulsivo. Para la depresión es aún una terapia experimental, ya que el número total de pacientes estudiados en todo el mundo es de poco más de 50, y los datos de su eficacia a largo plazo son aún escasos. Al mismo tiempo se está estudiando también la posibilidad de emplearse en otros trastornos como la esquizofrenia, el dolor crónico, las adicciones o incluso la obesidad. De hecho, mientras se implantaban los electrodos a un paciente con obesidad mórbida, este recuperó recuerdos que había perdido tiempo atrás, lo que abre posibilidades para el tratamiento del alzhéimer .
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