La indigencia también deja huella en los genes
Cáncer, diabetes, esquizofrenia, infarto o inflamación crónica son algunas de las enfermedades cuyo riesgo crece con la pobreza. La razón podría estar en el epigenoma o cómo el ambiente modifica nuestro ADN.
Madrid-Actualizado a
Crecer en un entorno desfavorecido "confiere mayor riesgo de sufrir enfermedades y menor probabilidad de superarlas. Por ejemplo, se ha observado que el estrés continuado provoca cambios en la expresión de los receptores de corticoides y esto tiene un impacto probado en el sistema inmune", nos dice el médico genetista Manel Esteller, director del programa de Epigenética y Biología del Cáncer del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL). Al parecer, el ambiente puede dejarnos una huella molecular duradera a nivel genético, con consecuencias para la salud en la vida adulta.
Cáncer, infarto, inflamación crónica, trastornos mentales, inmunidad comprometida o resistencia a la insulina y diabetes son algunas de las enfermedades para las que la pobreza es un factor de riesgo. A ello se suman más papeletas para el envejecimiento prematuro, según cuenta en la revista Nature el biólogo molecular Dan Nottermann, de la Universidad de Princeton.
Tras medir los extremos de los cromosomas –los telómeros– de 40 pequeños de nueve años, descubrió que los de los niños de familias bajo el umbral de la pobreza eran un 19% más cortos que los de sus compañeros de hogares ricos. Una característica que, además de estar relacionada con menor longevidad, nos hace más proclives a enfermedades autoinmunes y neurodegenerativas.
Lo corroboran investigaciones como las de Elizabeth Blackburn, que ganó el premio Nobel por sus estudios sobre la telomerasa, una enzima que conserva la longitud de los telómeros. Resulta que estos suelen ser más cortos en las personas que sufren una relación de maltrato, y quienes viven en barrios pobres, conflictivos, o sometidos a alta contaminación. El ambiente importa, y mucho.
Y es que, al nacer, tenemos una estructura genética determinada, pero depende de la interacción con el ambiente que expresemos unos genes u otros. Cualquier circunstancia puede alterar el epigenoma, al hacer que determinada instrucción genética se active o desactive. Por ejemplo, un trabajo del neurocientífico Ahmad Hariri, de la Universidad de Duke, señala que los adolescentes criados en entornos desfavorecidos suelen sufrir cambios en un gen, el SLC6A4, que codifica una proteína transportadora de serotonina a las neuronas.
Estos cambios aumentan la reactividad de la amígdala –centro del cerebro donde se regulan las emociones y el miedo– en la respuesta de lucha o huida, así como la probabilidad de ataques de pánico. Al mismo tiempo, mientras su cerebro era monitorizado con resonancia magnética, estos chavales reaccionaban con más fuerza ante fotos de caras asustadas. Esta sensibilidad exacerbada ante las amenazas incluye una rapidez de reflejos que puede ser muy útil para sobrevivir en un entorno donde el peligro –muchas veces, de muerte– está a la orden del día.
Otro de los científicos volcados en el tema es Michael Meaney, neurocirujano de la Universidad de McGill, uno de los primeros en demostrar que la mala calidad de los cuidados maternales alteraba el epigenoma de las crías de ratas en los receptores del estrés del hipocampo y trastocaba su respuesta en áreas del cerebro relacionadas con la memoria a largo plazo, el control emocional y la gratificación aplazada.
"Este efecto se producía incluso en ratoncillos hijos de madres cariñosas cuando eran criados por "malas madres" adoptivas, demostrando que el componente es ambiental y no genético", apostilla Carlos Romá en su libro La epigenética.
"Podemos decir que la carga epigenética modula entre un 10% y un 20% nuestra salud", nos explica Javier Quintero, responsable del servicio de psiquiatría del Hospital Infanta Leonor, especializado en atención al niño y al adolescente. Por ejemplo, "puedes heredar vulnerabilidad a la esquizofrenia, pero en un ambiente familiar y un contexto social estables se puede modular, incluso, puede no expresarse. Al contrario, con las situaciones de sobrecarga de estrés, las probabilidades se disparan", apunta.
Trauma heredado de padres a hijos
Otros estudios apuntan a que las condiciones socioeconómicas pueden afectar a nuestra salud, aun mucho antes de que nazcamos. Es lo que sugiere un estudio publicado en Biological Psychiatry, en 2015, que analizó el genoma de hijos y nietos de supervivientes a un campo de concentración nazi. Sus genes relacionados con la respuesta al estrés mostraban alteraciones típicas de personas que han sufrido un trauma, a pesar de que esos descendientes no habían experimentado en su vida ninguna situación traumática en especial.
También se ha visto que los hijos de personas que sufrieron la hambruna que asoló Holanda en el invierno de 1944 portaban una alteración epigenética relacionada con instrucciones metabólicas. Esto multiplicaba sus probabilidades a sufrir trastornos como diabetes, obesidad o enfermedades cardiovasculares. "Parece lógico que los genes de las personas que pasan hambre queden marcados para aprovechar mejor las grasas y, por lo tanto, cuando tienen más acceso a comida, también tienen más papeletas para padecer obesidad", nos comenta Román-Mateo.
Contra el determinismo epigenético
Aunque la comunidad científica está de acuerdo en que la pobreza altera el epigenoma, dejando una huella genética que aumenta las probabilidades de enfermar, aún quedan muchas lagunas por dilucidar. Por ejemplo, "aún no se sabe bien del todo cómo el exceso de cortisol –provocado por el estrés– afecta a la plasticidad neuronal a nivel epigenético y, por tanto, a largo plazo", apunta Romá. Existen muchas hipótesis, pero no se conoce bien todavía por qué mecanismos actúa ni cómo separar todas las relaciones de causa-efecto que operan en una persona.
Tampoco está claro cómo se pueden revertir u orquestar esas modificaciones para que operen en nuestro favor, mejorando la salud o alargando la vida. Como afirma Esteller, si los genes son las cartas que se nos dan al principio de la partida y cómo jugamos esas cartas a la lo largo de la vida es la epigenética, "existen jugadores buenos que con cartas malas pueden ganar la partida".
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