Este artículo se publicó hace 3 años.
Un meteorito destruyó una ciudad jordana hace 3.600 años
Las ruinas indican un fenónemo catastrófico de altísima temperatura que pudo inspirar la historia bíblica de Sodoma y Gomorra.
Malen Ruiz de Elvira
Madrid-Actualizado a
En la segunda mitad del siglo pasado unos cuantos científicos se empeñaron en demostrar que hace 65 millones de años hubo un impacto catastrófico de un enorme meteorito que cambió la vida en la Tierra y fue probablemente la causa de la desaparición de los dinosaurios. Por un lado lo tenían difícil porque era un campo nuevo de investigación, pero por el otro disponían de toda la superfice terrestre para encontrar las pistas porque los efectos tuvieron que ser globales. Cuando hallaron un cráter submarino en el Caribe, la hipótesis cobró una mayor fuerza y la firma geológica del impacto (una estrecha capa en los estratos que se llamó límite K/T) quedó establecida al encontrarla en muchos lugares del mundo, entre ellos en territorio español.
Sobre esta base se hacen ahora investigaciones en lugares del mundo que presentan huellas de una catástrofe similar pero a escala mucho menor y más reciente, que estaban ya habitados por la especie humana. El último y más llamativo explica lo que pasó hace unos 3.600 años en una ciudad de la Edad del Bronce situada en el valle del Jordán cerca del mar Muerto. Los investigadores que han estudiado las ruinas de Tall el-Hammam con todo tipo de técnicas aventuran incluso la posibilidad de que ese suceso diera lugar a la supuesta narración oral de la destrucción de la ciudad de Sodoma y la caída de las murallas de Jericó, que fue recogida mucho tiempo después por escrito en la Biblia.
Este caso sería muy similar a lo que sucedió en la zona siberiana deshabitada de Tunguska en 1908, cuando el estallido en el aire de un asteroide de 50 metros de diámetro, que liberó 1.000 veces más energía que la bomba de Hiroshima, causó la destrucción de una amplia zona de bosque.
A modo de detectives, los investigadores han estado 15 años explorando arqueológicamente el lugar y buscando las pistas físicas y químicas que les permiten ahora publicar en Scientific Records su explicación de la subita destrucción de la floreciente ciudad de Tall el-Hammam y el posterior abandono durante siglos de toda la zona. La destrucción se plasmó en las ruinas ahora existentes en una capa negra de 1,5 metros de espesor en la que se encuentran materiales que tuvieron que fundirse a hasta 2.000 grados de temperatura y altísimas presiones. Como dice el arqueólogo Christopher Moore, integrante del equipo, ni los volcanes ni los terremotos ni una batalla en aquellos tiempos pudieron fundir metales, cerámicas y ladrillos de esa manera. El culpable tuvo que venir del espacio.
En la capa de destrucción se han encontrado restos fundidos de ladrillos y cerámica, estructuras diminutas similares a la del diamante, hollín, esférulas ricas en hierro y silicio y metales fundidos como el platino, iridio, níquel, oro y plata, además de cuarzo. También hay restos minúsculos de huesos modificados por la temperatura, algunos seguramente humanos y bastantes restos claramente humanos dañados por la explosión y el fuego que se datan en el mismo periodo de la destrucción. El impacto destruyó 12 metros de la parte superior del edificio más importante de la ciudad, un palacio de 4 o 5 pisos de altura, así como las murallas de cuatro metros de espesor.
Para tener una idea de lo que pasó, los científicos, de Estados Unidos, Canadá y Chequia, utilizaron un programa, basado fundamentalmente en aquellas investigaciones del siglo pasado, que calcula las consecuencias de una catástrofe de origen cósmico para establecer un modelo que se ajustara a lo encontrado. Luego hicieron experimentos de fundición de diferentes materiales en hornos para comprobar que correspondían a lo encontrado.
Son especialmente significativos los diminutos diamantoides en que se convirtieron la madera y las plantas presentes, así como las pequeñísimas esferas (esférulas) que se formaron a muy altas temperaturs con materiales distintos, como el hierro y la arena, la escayola del palacio, o los metales. Algunas de estas pruebas son las que se encontraron el siglo pasado en Tunguska y en el cráter de Chicxulub, el relacionado con la desaparición de los dinosaurios.
A partir de todo esto, los investigadores han establecido una narración de los hechos: Un día cualquiera en la ciudad de Tall el-Hamman, sus habitantes no sabian que se acercaba a ellos rápidamente (a unos 61.000 kilómetros por hora) una helada roca espacial que, debido al roce con la atmósfera, se convirtió en un bólido luminoso que explotó como una bola de fuego a unos cuatro kilómetros de altura. La temperatura del aire se elevó hasta los 2.000 grados, lo que provocó que el fuego se extendiera por toda la ciudad.
A los pocos segundos llegó la onda de choque, con vientos de hasta 1.200 kilómetros por hora de velocidad, y una destrucción inimaginable que mató y fundió a los 8.000 habitantes de la ciudad. Apenas un minuto después el viento provocó la caída de las murallas de Jericó, situada a 22 kilómetros, y su posterior incendio.
Después llegaron 600 años de abandono, que se cree se debió a una cascada de consecuencias de la catástrofe, entre ellas la salinización del terreno por el agua del Mar Negro que cayó sobre la zona. La Biblia describe la devastación de varias ciudades cerca del mar Negro. "Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra".
Sin embargo, el episodio de Tall el-Hamman no es el único en el que se ha identificado la destrucción de una ciudad por una roca celeste. Recientemente algunos de los mismos investigadores sugirieron igual causa para la ciudad siria de Abu Hureyra, pero hace 12.800 años.
Si tan recientemente en la historia se han producido víctimas humanas por asteroides, es lógico que muchos expertos pidan que se vigilen los cuerpos celestes cuya órbita les acerca periódicamente a la Tierra y así se está haciendo.
Pero ha sido en otro programa de exploración del espacio lejano donde se ha detectado un nuevo cometa que no presenta ningún peligro para el planeta pero que es espectacular por su tamaño y porque se calcula que hace millones de años que no se acercaba al Sol. Procede de los confines del sistema Solar y se estima que tiene un diámetro de 155 kilómetros.
Sería el cometa de mayor tamaño conocido y su máxima aproximación al Sol, en 2031, no superará la órbita de Saturno. Sus descubridores, Pedro Bernardelli y Gary Berstein, están, al igual que otros muchos astrónomos, deseando estudiarlo en detalle a medida que se va acercando al Sol, en lo que se cree que es su primera aproximación en 3 millones de años. El hallazgo se publica en Astrophysical Journal Letters.
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