Andy Warhol en Madrid y su obsesión por la arquitectura fascista: de la cena con los March al Valle de los Caídos
El rey del arte pop presentó su obra en 1983, invitado por Fernando Vijande y acompañado por Christopher Makos. El hijo del galerista y el fotógrafo recuerdan aquella histórica visita con motivo de la exposición 'Warhol & Vijande, cita en Madrid'.
Madrid-Actualizado a
Si te acuerdas de los ochenta, es que no los viviste. No por repetida deja de ser cierta. Una frase que admite variaciones —si recuerdas la movida, es que no estuviste allí— y versiones punks: si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí, como reza el subtítulo del documental sobre Manolo Kabezabolo, que se estrena este viernes. El fotógrafo estadounidense Christopher Makos estuvo en Madrid, acompañando a Andy Warhol en 1983, y no tiene memoria del acontecimiento que revolucionó el underground y la aristocracia local. "Cuando miro las fotos, veo que fueron sacadas hace cuarenta años. ¿Qué recuerdas tú de entonces? Dime algo. Cualquier cosa".
El galerista Fernando Vijande, quien frecuentaba a Andy Warhol en Nueva York, lo convence para que exponga obra original, realizada para la ocasión, en su galería madrileña. El rey del arte pop acepta y, cuando llega a la capital de España, le comenta a sus anfitriones que quiere ver arquitectura fascista, por lo que visita el Valle de los Caídos y el Alcázar de Toledo. También asiste a las cenas de los Hachuel y los March, donde posa, abstraído, junto a Ana Obregón y Pitita Ridruejo, mientras a su alrededor revolotean Isabel Preysler, Carlos Falcó, Ágatha Ruiz de la Prada, Lucía Bosé, Tessa de Baviera o el actor Luis Escobar, marqués de las Marismas.
Christopher Makos ultima los preparativos de Altered Images, la serie de veinte fotografías que le hizo a un Andy Warhol que, maquillado y con peluca, travesea con la identidad. Las ambiguas imágenes contrastan con los cuadros clásicos del Museo Lázaro Galdiano, donde este jueves se inaugura la exposición Warhol & Vijande, cita en Madrid, organizada por la Colección Suñol Soler. Repartidas por el edificio, instantáneas de los protagonistas de la movida, a cargo de Miguel Trillo, Luis Pérez-Mínguez, Teresa Nieto y Javier Porto; el retrato díptico de Fernando Vijande y el Mao que compró Josep Suñol; The Factory y su factótum, según Richard Avedon; y memorabilia y obras de la exposición Pistolas, Cuchillos, Cruces.
"Fernando organizó una muestra increíble con toda la gente de la movida. No recuerdo un momento específico, sino algo así como una victoria mundial de la cultura, porque allí estábamos reunidos todos los elementos de la escena artística. De la música a la moda, pasando por la pintura. Alaska, Miguel Bosé, Ágatha Ruiz de la Prada, Bibi Ándersen… Todos unidos en un momento único y especial, cuando las artes se estaban desarrollando en España, algo que no habría sucedido si el galerista no hubiese traído al rey del pop a Madrid", explica Christopher Makos, abriéndose paso en la nebulosa del pasado. "Eso es todo lo que recuerdo de esa época".
El autor de Altered Images sí tiene presente cuando le enseñó a Warhol a usar su Polaroid, cuyas instantáneas serían el embrión de algunas de sus icónicas serigrafías. "Fui una especie de mentor fotográfico y le dije cómo tenía que sacar las fotos, porque Andy era un pintor, un autor, un cineasta y, finalmente, un fotógrafo". Siempre, una esponja: "No se trataba de que fuese técnicamente bueno, porque continuamente estaba rodeado de personas extraordinarias, que sabían algo que él no hacía, y de momentos extraordinarios. Por eso, para Andy cualquier foto era buena o interesante".
Lo importante para él era, precisamente, ese instante. O, mejor dicho, inmortalizarlo. "Eso no siempre lo puedes hacer con una cámara grande. Por eso algunas de sus imágenes estaban desenfocadas o no eran perfectas, porque estaba pendiente de capturar el momento. Eso fue lo que le enseñé: olvídate de la calidad e intenta que sean interesantes", añade Christopher Makos bajo la atenta mirada de Rodrigo Vijande, el hijo del galerista que trajo a Warhol a Madrid. Él no coincidió con el artista aquel enero de 1983 porque residía en Estados Unidos, si bien conoce al dedillo los detalles de la visita.
"La exposición se tituló Pistolas, Cuchillos, Cruces, pero en el fondo era España, un país que venía de cuarenta años de dictadura. Andy Warhol lo veía a través de símbolos: las pistolas remitían a la guerra civil; las cruces eran la Inquisición, aunque la religión era muy importante en su vida; y los cuchillos representaban el folclore español de La casa de Bernarda Alba y del Romancero gitano, una influencia de mi padre, muy forofo de Lorca", analiza Rodrigo Vijande, hijo de María de la Concepción de Navia-Osorio y Llano-Ponte, marquesa de Santa Cruz de Marcenado, y sobrino de Carmen Vijande, la sexóloga de Crónicas Marcianas.
El espacio no podía ser más neoyorquino: un garaje sin rótulo en la entrada ubicado en el barrio de Salamanca, que pasaba tan desapercibido para los despistados que terminaron estampando su nombre en placas de matrículas de coche. "Allí se formó un revuelo impresionante y, durante la rueda de prensa, se llenó de periodistas, de roqueros, de pijos y de curiosos, una amalgama de gente que quería un autógrafo de Warhol, quien era tan tímido que prefería firmar que hablar. Fue una locura", comenta Rodrigo antes de enumerar las leyendas urbanas que generó su presencia en Madrid, como su nulo interés por los cuadros del Museo del Prado, donde solo prestó atención a su tienda.
"Warhol llegó a un país en ebullición que se estaba descubriendo a sí mismo. La movida era efervescencia, expresión y ganas de romper con el pasado. Y aquí tenía un círculo de seguidores emergentes, pero todavía no era una estrella, aunque sí un precursor en varias disciplinas", asegura el hijo del galerista, quien recuerda los desvelos del artista neoyorquino por hacer caja. "Necesitaba vender obra, porque fue el primer conglomerado multimedia y tenía que alimentar a decenas de bocas, que dependían económicamente de él. Sentía una presión muy grande por conseguir dinero, de ahí los safaris por las grandes ciudades europeas, donde intentaba hacerles retratos a los ricos".
La jet set madrileña no fue una excepción, aunque matiza que Warhol era "muy democrático". O sea, que le hacía un retrato a quien se lo pagase. Algunos miembros de la alta sociedad, reflexiona, quizás se tiraron de los pelos años después por no posar para el artista. Su padre, en cambio, había aconsejado a su amigo y coleccionista Josep Suñol que comprase una obra del "mejor artista del siglo XX", por lo que en 1975 adquirió en Turín el Mao "más singular y diferente" de la serie 10 Early Maos, porque Warhol había intervenido más en esta serigrafía que en otras, recuerda Rodrigo Vijande ante la tela, envuelta por un discurso del líder chino que retumba en la sala.
En la planta superior, Christopher Makos reflexiona sobre y ante las Altered Images: "Andy y yo habíamos colaborado en varios proyectos fotográficos y en esta ocasión el punto de partida fueron las fotos que Man Ray le hizo a Rose Sévaly [el álter ego femenino de Marcel Duchamp, luego rebautizado como Rrose, con dos erres]. La idea era jugar con la identidad, igual que Cindy Sherman, de ahí el título de la exposición". Imágenes alteradas e identidades tornadizas en unos de los retratos más personales de Warhol, que calificó a su autor como "el fotógrafo más moderno de Norteamérica".
"Las fotografías fueron tomadas en 1981, pero siguen siendo igual de relevantes porque la identidad ha cobrado importancia en la actualidad: ¿quiénes somos?, ¿cómo nos identificamos?, ¿qué pronombres nos corresponden?", se pregunta Makos, quien logró "revelar a Warhol mejor que él mismo en cualquiera de sus retratos", en palabras de Patrick Moore, director del Museo Andy Warhol de Pittsburgh. "No estoy seguro de si Andy era él o ella. Sin embargo, el debate es significativo décadas después. Nosotros no queríamos hacer fotos drag, porque no lleva vestido ni intenta ser una mujer, solo jugamos con la expresión de su rostro", concluye el fotógrafo.
Rodrigo Vijande, presidente de la Colección Suñol Soler, asegura que "la exposición intenta reflejar la amistad entre un coleccionista y un galerista, cuyas cumbres quizás fueron comprar un Warhol y traer a Warhol con una exposición ad hoc". No pudo acompañar al artista durante su visita a Madrid, pero tendría la oportunidad de conocerlo en Nueva York con dieciocho años. "Cuando lo entrevisté en The Factory fue encantador. Pese a que la gente decía que era muy serio y que no hablaba, yo lo recuerdo maravilloso y simpático. Una persona muy interesante, aunque de cara al público era tímido, no le gustaba mostrarse y se cubría con una máscara hierática de silencio".
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