madrid
Manuel Méndez Lozano (Carenas, 1966) fue el loco más cuerdo años antes de que la salud mental fuese objeto de debate público. Entonces, a caballo entre los ochenta y los noventa, pasaba por un punk deslenguado que le cantaba a El aborto de la gallina. Sin embargo, tras aquellas letras surrealistas trataba de alzar la voz un cantautor encrestado que ponía en solfa el sistema mientras lucía una camiseta con el lema "Manolo Kabezabolo, el rey del spiz".
Sus ripios estupefacientes tampoco deberían impedir ver sus críticas a una sociedad cuya juventud estaba siendo arrasada por la heroína, un peligro del que advertía en sus canciones: "Si Sid Vicious hubiera conocido el kalimotxo / no habría muerto de sobredosis. / Habría muerto de cirrosis". Su humor socarrón, en cambio, podría solapar el mensaje, que ensalzaba el hedonismo al tiempo que apelaba al consumo responsable.
"Cuidado lo que te metes, cuidado a quien se lo pillas, no seas tú el siguiente que salgas en las noticias. Solo una vez, todo es controlar". Manolo Kabezabolo lo probó, aunque pronto se dio cuenta de que el jaco estaba acabando con la chavalada de los barrios, donde "es más fácil meterse cuatro picos que hacerse unos bocatas de Nocilla y Panrico". El músico zaragozano no era precisamente un hermanito de la caridad, pero se ponía una raya que fijaba el límite.
La leyenda revestiría su biografía. El personaje ocultaría a la persona. Manolo se comería a Manuel. "Cuando empezamos a rodar, descubrí que muchas anécdotas eran falsas. Él me brindó la historia de su vida salvaje, una gran aventura que, al escucharla, hacía que se me pusiese cara de seminarista", afirma José Alberto Andrés Lacasta, director de Manolo Kabezabolo, cuyo subtítulo anticipa una crónica extrema: Si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí.
El documental, producido por Du Cardelin Studio, hace justicia a su figura, un icono del punk español que ha sobrevivido a sí mismo. "Siempre me ha parecido un fuera de serie y he empatizado con su coherencia, su compromiso y su espíritu combativo. Décadas después, sigo valorando su actitud artística y su manera de ubicarse en la industria, fiel a sus principios y sin ánimo capcioso", explica el cineasta.
¿Qué tenía aquel carismático punk que salía al escenario acompañado solo de su guitarra? "Contra peor suena y canta, más le gustaba a la gente. Manolo, en realidad, es lo que te cuenta", afirma en el documental su exapoderado Santi Ric, quien recuerda cómo en una de sus primeras salidas de Zaragoza llenó la plaza de toros de Vitoria, una marea humana de 4.000 personas que "coreaba y se sabía las canciones".
Solo había grabado un par de maquetas, pero su eco rebotaba en la escena alternativa y el runrún llegó a oídos de la discográfica Gor, que en 1995 publicó su primer disco, ¡Ya hera ora!, un clásico del género que llegó a vender 30.000 copias pese a que su primera edición tuvo que ser retirada del mercado. Manolo Kabezabolo había hecho suyas las melodías de seis canciones ajenas sin citar en los créditos a sus autores, entre ellos Bob Dylan.
Un año después, monta la banda Manolo Kabezabolo y los ke se van del bolo, porque antes había tocado sin acompañamiento, una constante en su carrera. Desde entonces hasta hoy, actuaría en solitario y con la Bolobanda o Los ke no dan pie kon bolo, con quienes publicó dos discos que sobresalieron por su producción y su directo, aunque algunos fans siguen prefiriendo al quijote desamparado que se enfrenta sin escuderos a los molinos del sistema.
"Hacía algo extraordinario, porque salía al escenario con una guitarra, a la que a veces le faltaba alguna cuerda, tocando y cantando mal, pero con una fuerza, una pegada y una originalidad fuera de serie", rememora Andrés Lacasta, a quien no le ha podido su condición de fan y ha facturado una cinta a la altura de su protagonista, alabado por todos los entrevistados que encumbran al artista.
El poeta Nacho Tajahuerce matiza que Manolo Kabezabolo recurre a la "barbaridad" para llamar la atención, aunque "detrás hay cosas muy interesantes donde demuestra que pretende cambiar las cosas". Y la escritora Cristina Morales, quien lo define como una china en el zapato del sistema, destaca que mostró las "vergüenzas sociales", algo que solo puede hacer "alguien dispuesto a hablar con honestidad de lo que conoce de primera mano en una sociedad que se pretende de expertos".
Frente al discurso superficial que incide en el artista pasado de rosca, su ex road mánager Jaume Aos Sanuy reconoce que "hubo muchos años de locura", pero matiza que él "era el hombre más sensato de todos". Evaristo Páramos, de La Polla Records, deja claro que "he visto a mucha gente colgada y Manolo no lo ha estado nunca". Y Kutxi, cantante de Marea, subraya que "me ha parecido un tío mucho más educado, sosegado y racional que el 90% de la gente que nos rodeaba cuando estábamos juntos".
Sorprende, en estos tiempos, que no tuviese ningún encontronazo con la Justicia por sus letras. "Si tu analizas todo, debería estar en la cárcel", comenta Albert Pla, quien da en el clavo cuando afirma: "Que a Manolo se le haya considerado un loco es que el mundo está muy loco". Un breve repaso a su biografía revela el motivo por el que su cabeza está tan presente en la vida y la obra del autor de Viva yo y mi kaballo.
Manolo Kabezabolo, icono punk y antisistema
Criado en una familia católica y conservadora, criticó a los militares pese a que su padre vestía uniforme y él hizo la mili como voluntario. Tampoco se libraron los policías, los curas y, por supuesto, los políticos. Abrazó, en cambio, el movimiento punk, antisistema, ácrata e insumiso. "Sin necesidad de recurrir al vómito ni de quemarlo todo, fue tremendamente contundente y directo a la yugular", opina Andrés Lacasta.
Con catorce años, se compró su primera guitarra con el dinero que le regalaron los Reyes. Kortatu, Cicatriz, RIP y La Polla Records le inocularon el punk. Curró como instalador de gas, trapicheó en el cuartel y, cuando lo trincaron, ingresó en el psiquiátrico del hospital militar para evitar un castigo mayor. Allí lo declararon incapacitado para trabajar, aunque comenzaría un peregrinaje por otros centros, como el de Sant Boi, de donde lo sacaron sus padres cuando vierno que "parecía Robinson Crusoe".
Entonces probó el speed y se empezó "a soltar", explica Manolo Kabezabolo en el documental: "No digo que sea la forma de hacer las cosas, pero las drogas me salvaron, porque llegó un punto en el que era un vegetal total. Esa es una de las razones por las que he hecho tanta apología de las drogas". Retomó la música y volvió a ser ingresado, hasta que Manolo Monzón se ofreció como mánager para que pudiese salir del psiquiátrico bajo su supervisión. En un año y medio dio más de doscientos conciertos.
A ¡Ya hera ora! le siguieron otros siete discos, además de una participación en Los conciertos de Radio 3, una gira autogestionada por Estados Unidos, Puerto Rico y República Dominicana, y una distinción a su trayectoria en los Premios de la Música Aragonesa. "Si no llega a ser porque empecé a tocar y a hacer conciertos, pues yo me hubiera podrido en un psiquiátrico y, por muchas canciones que hubiera hecho, nunca hubiera salido de allí", confiesa en el documental.
"En el momento en que salía al escenario se me pasaba todo. Una vez que empezaba a tocar, en ese rato era yo otra vez", asegura Manolo Kabezabolo, quien no se quitaría de encima el sambenito pese a que los suyos defienden su sensatez. "Tiene un sentido común y de la responsabilidad apabullantes. Lleva muchos años en esto y se lo toma muy en serio", destaca Andrés Lacasta, quien critica que solo ha escuchado "historias falsas" sobre el "estigma" de su enfermedad mental.
Valora su "sarcasmo, surrealismo y frivolidad" combinados con "la denuncia más acerada" y deja claro que no es nada fácil emplear el humor para verter "sus críticas más ácidas y comprometidas". Manolo Kabezabolo "es capaz de destilar con muy pocas palabras un torpedo contra la línea de flotación de los poderosos, aunque luego te mueres de la risa al escucharlo", comenta Andrés Lacasa.
"Forma parte de un ecosistema activista y culturalmente hiperactivo. Su generación tenía espíritu crítico, pero lo pagó muy caro cuando irrumpieron la heroína y el sida. Sus conciertos cumplieron la función de aglutinar al activismo de primera línea, desde los insumisos a los okupas, al tiempo que él lanzaba toda la furia y la mugre contra el sistema", afirma el director del documental.
¿Habría, pues, que diferenciar entre la persona y el personaje? "Esa es su guerra particular. El personaje de Manolo persigue a Manuel. En algunas épocas de su vida se llevaban bien y eran simbióticos, aunque en otras se han repelido y hecho daño. De algún modo, se ha visto arrastrado por una imagen que no se corresponde con su cotidianidad", concluye Andrés Lacasta. "Manolo es un trampantojo locuaz, rápido y con respuesta para todo. Manuel es el enfermo mental, pero también el sensato, el coherente y el cabal".
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