Este artículo se publicó hace 2 años.
¿Fue Antonia la primera mujer asesinada tras ganar un juicio por violencia machista en el siglo XIX?
Una leonesa se atrevió a denunciar a su marido por malos tratos, pero su rastro se perdió después de una sentencia pionera. Julen Ugidos investiga su caso en el libro 'Ahogada en el silencio'.
Madrid-Actualizado a
Francisca de Pedraza fue la primera mujer española que denunció por violencia de género a su marido, a quien la Corte de Justicia de la Universidad de Alcalá de Henares le impuso una orden de alejamiento en 1624. Otra pionera, la leonesa Antonia Cid de la Fuente, también sentó a su pareja ante un tribunal en 1879, pero corrió peor suerte. Desaparecida tras la sentencia a su favor, una investigación de Julen Ugidos plantea ahora que pudo ser asesinada.
Nacida en Villademor de la Vega en 1833, tuvo una infancia difícil. Perdió a su padre, molinero, a los seis años. Desde entonces, tuvo que trabajar y cuidar de sus hermanos. Cuando la hermana que la había criado falleció —al igual que el menor, a las pocas horas de nacer— y la mayor se marchó de casa tras contraer matrimonio, tuvo que hacerse cargo de la casa familiar junto a su madre, quien moriría cuando Antonia contaba con veintidós.
Su vida, a partir de ese momento, fue todavía más dura. Madre soltera, perdió a su hijo en el parto y quedó estigmatizada, por lo que no le resultó fácil casarse. Lo hizo con su primo, embarazada, aunque la criatura también falleció, la misma suerte que corrió su marido, con quien no había podido tener más hijos. Le quedaban cuatro hermanos varones en casa, pero tres se desposaron, abandonaron el hogar y el molino cesó su actividad. La muerte rondaba a Antonia, pues también perecieron su hermana mayor, su sobrina y su ahijada.
"Antonia acrecentaba uno de sus estigmas: el perder a todos sus hijos a consecuencia de sus pecados. Dios la castigaba sin prole por haber ofendido sus leyes y sus normas", escribe Julen Ugidos en el libro Ahogada en el silencio. No lo cree él, claro, pero aventura que esa maldición correría entonces de boca en boca. "Dios no podía considerar a una mujer perdida como una buena madre". ¿Acaso como una buena esposa?
A sus cuarenta y dos años, "representaba a la anti-mujer de la época, ya que en ella confluían todos los estigmas asociados a la mujer: madre soltera, mujer embarazada al matrimonio, mujer que pierde a todos sus hijos, mujer incapacitada para tener hijos, madrina de niña que muere y, además, viuda joven sin futuro aparente", escribe el autor de la obra, cuyo subtítulo la describe como la mujer valiente de Villademor.
Ante las alternativas de seguir viviendo con su familia política, de irse a vivir con un hermano y su cuñada o de quedarse en la calle, opta por concertar un matrimonio con Santiago Alonso, un potentado del lugar que había enviudado dos veces. "Quizás lo conoció porque entró a servir en su casa. Y, aunque era pobre, ella no tenía hijos, podía cuidar de los suyos y ocuparse de la casa, mientras él ejercía todo su poder sobre Antonia", cree Ugidos.
"Solo podía aspirar a ser una mujer a su servicio", añade el descendiente de Antonia, quien comenzó a sufrir malos tratos. "Al fin y al cabo, ella no era nadie en aquella casa. No era propietaria de nada, ni madre de nadie, ni le amparaba una clase social. Únicamente era propietaria de una mala reputación que la obligaba a callar y a obedecer, a transigir y a ceder, a asumir y a sufrir. Unas condiciones que la condenaban al más insufrible de los martirios", escribe el autor de Ahogada en el silencio.
Hasta que, dos años después de casarse, se atrevió a denunciarlo tras recibir una brutal paliza. El 9 de diciembre de 1878, ante el juez municipal, él niega haberle pegado y acusa a sus propios hijos de los hechos, pero un mes después —en el que siguieron conviviendo— es condenado a doce días de cárcel, pena que se ve reducida a cinco pese a que precisó cuatro días de asistencia médica por las lesiones causadas.
"Curiosamente, ni siquiera una victoria en los tribunales servía para proteger la vulnerabilidad en la que se encontraba Antonia Cid. Una mujer cuya existencia se desvaneció aquel día 21 de enero de 1879, y nunca más se volvió a tener noticias de ella… Una voz que, pese a ser escuchada y atendida, se ahogó en un silencio de casi siglo y medio", escribe Ugidos, quien ha intentado esclarecer qué sucedió con ella.
Tras consultar registros y archivos, tanto civiles como diocesanos, de los pueblos de la comarca, de las localidades donde conservaba familiares y de la capital leonesa, no encontró ni una referencia a la mujer valiente de Villademor. Ni siquiera su acta de defunción, aunque cuando se registró la muerte del maltratador en 1898, en el documento figuró como viudo de Antonia.
¿Pero qué fue de ella desde que recibió la notificación de la sentencia el 21 de enero de 1879 hasta la muerte de Santiago? "La única defunción que se registra durante ese tiempo es el de una mujer ahogada en el canal del Esla, junto al puente de hierro", recuerda Ugidos. Así lo anotó en su libro de bautismos el cura de Villademor de la Vega el 10 de octubre de 1888, cuando dio sepultura "al cadáver desconocido" encontrado dos días antes.
"Un cadáver que no ha podido identificarse por ser persona forastera y desconocida", según el secretario del juzgado, quien en las diligencias añadía que "la finada ha fallecido a consecuencia de asfixia por sumersión". La descripción coincide con el perfil de Antonia: "Representaba ser de cincuenta y cinco años de edad [los mismos que ella], pelo negro, peinada al estilo artesano [...], color trigueño, ojos castaños, boca regular".
¿Era Antonia la mujer hallada en el puente de hierro? "Viendo las similitudes, podría ser ella", sospecha Ugidos, aunque deja claro que es una hipótesis apuntalada en indicios. "Eran de la misma edad y la herida que tenía el cadáver en el lado izquierdo de la cara coincide con la lesión que recoge la sentencia. Son demasiadas casualidades", opina el autor del libro, quien subraya que el secretario del Ayuntamiento era pariente de Santiago.
Quizás las autoridades locales estuviesen de su parte. Él, rico heredero; ella, pobre y sin amistades influyentes. De hecho, el juicio de faltas "no contempla un caso de maltrato continuado", que no llega a investigarse, sino que limita a la paliza objeto de la sentencia. "Encaja perfectamente que la pudiese haber matado e incluso que tergiversaran la identidad de la ahogada para que no la relacionaran con Antonia", especula Ugidos.
"Si hubiera huido, su nombre constaría en algún lado, pero no hay rastro de ella. Por otra parte, resulta raro que se hubiese suicidado y todavía más que se ahogase. Si cayese accidentalmente al agua, al ser un canal estrecho, le resultaría fácil alcanzar la orilla", concluye el descendiente de Antonia. "Es un final abierto, por lo que invito a leer el libro —que se presentará el 9 de julio en Villademor de la Vega— y a que alguien pueda aportar alguna pista que nos ilumine".
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