El cuento de Sargadelos
La historia de la emblemática marca de porcelanas gallegas, hoy en manos del empresario Segismundo García.

Antía Yáñez / Luzes
-Actualizado a
"Política es todo. El arte tiene que estar relacionado con las causas justas. El arte no puede ser una cosa especulativa, tiene que tener una filosofía de fondo". Estas palabras de Isaac Díaz Pardo están recogidas en el libro de conversaciones de Xosé Manuel del Caño O contencioso de Sargadelos (Linteo, 2009). El intelectual, pintor, ceramista, diseñador, editor y empresario fue homenajeado el pasado mes de abril por el Día as Artes Galegas 2025. Menos de veinticuatro horas después, el actual dueño de Sargadelos, la singular empresa de Díaz Pardo, anunciaba el cierre ante la "imposibilidad de resolver en plazo las deficiencias" encontradas tras una inspección. Los requerimientos: arreglar en 3 meses las 36 faltas que ponían en riesgo de silicosis a las trabajadoras (mayoritarias) y trabajadores, y una mísera multa de 5.000 euros.
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No es la primera vez que el actual administrador único del grupo Sargadelos, Segismundo García, amaga con un movimiento semejante. El 17 de agosto de 2018 anunció el despido de la mitad de la plantilla en una rocambolesca asamblea pública en la que los medios de comunicación y las trabajadoras supieron a la vez de los despidos, que se fueron ejecutando en las semanas siguientes a cuentagotas.
Lo que realmente había detrás de eso era su animadversión hacia Rogelia Mariña, representante sindical de UGT en la fábrica y presidenta del comité de empresa. García acusaba a Mariña de amenazas y presiones, llegando a afirmar que ella y su sindicato le habían provocado a la compañía pérdidas de más de un millón de euros. La mujer se defiende diciendo que solo exigía para las trabajadoras lo que les correspondía: la paga extra de beneficios. Tres días después de la asamblea, la sindicalista recibe una comunicación donde se le dice que "ante la tensión generada en el día de hoy (...) y con el fin de evitar posibles enfrentamientos personales, esta dirección considera pertinente otorgarle permiso remunerado durante esta semana. En la espera de que los ánimos se calmen y la inquietud se relaje".
A Rogelia Mariña la habían despedido en 2016, año en el que García se convirtió en el máximo accionista, tras abrirle tres expedientes consecutivos por supuestas faltas graves. Ese 2018 el cese se declara improcedente por la Justicia y Sargadelos es condenada a readmitirla, abonándole los salarios no percibidos y una indemnización de 30.000 euros por daños morales. Se reincorpora a su puesto en febrero de ese año y en agosto tiene lugar la ya citada asamblea. Según la UGT, Segismundo García afirmó que dejaría sin efecto los despidos si el personal de Sargadelos firmaba un escrito exigiendo la dimisión de Mariña. Las cartas de "cese por bajo rendimiento" llegaban a las casas como los granos de un reloj de arena: el tiempo está agotándose, parecía querer decir García. Cuando ya llevaban 20 de 49, se convocó una asamblea y las trabajadoras firmaron revocar a Rogelia Mariña. La UGT emprendió acciones legales vista la situación, pero un juez en primera instancia sentenciaría que las manifestaciones de García en contra de la sindicalista estaban amparadas por la libertad de expresión. En 2019, el TSXG reconoció vulneración del derecho fundamental de libertad sindical por parte de Segismundo García y de Sargadelos, a los que ordena el cese inmediato del comportamiento antisindical y a indemnizar con 12.500 euros a cada una de las partes (trabajadora y UGT). Mariña se reincorporó como una trabajadora más a su puesto, abandonando de manera definitiva el puesto de delegada del comité de empresa.
El cuento parece repetirse este 2025, pero a ella la ha pillado ya con una jubilación parcial con contrato de relevo.
Había una vez un hidalgo...
Según dice Felipe Bello Piñeiro en Cerámica de Sargadelos (Ediciós do Castro, 1965), el cuento podría comenzar: "Había una vez..." un hidalgo de familia de no demasiados recursos llamado Antonio Raimundo Ibáñez, nacido en 1749. Con su peluca empolvada, la guarnición de encaje y la casaca de seda, Bello lo evoca sentado en un crucero próximo a Sargadelos y descubriendo por casualidad los materiales necesarios para la explotación de las industrias que allí instalaría: arcillas, masa forestal para leña, cursos de agua para aprovechar la energía, un puerto (el de San Cibrao) próximo para comerciar.
Si el cuento comenzó así o de otro modo, no se sabe. Los datos fidedignos son que Ibáñez nace no muy lejos, en Oscos (Asturias), y que acaba asentándose en Ribadeo (Lugo) con 18 años. De lo que también se tiene constancia es de lo temprano que demostró su espíritu emprendedor. Según escribe Xosé Filgueira Valverde en Cuadernos del Seminario de Estudios Cerámicos de Sargadelos (Ediciós do Castro, 1978, nº24), con apenas 25 años se le encarga ir a Cádiz a cobrar unas rentas de una familia rica a la que servía. Con el dinero en su poder, los usa para comprar productos andaluces (aceites, vinos, etc.) y fletar un barco de regreso a Ribadeo. Después de vender tan apreciado género en el norte de España, devuelve el dinero de las rentas y con lo que le sobra cimienta su fortuna.
Existe constancia documental de que en 1788 dirige una instancia al rey para "plantificar una fábrica de hierro con los martinetes necesarios y otra de ollas a imitación de las que vienen de Burdeos" en las tierras de Sargadelos. Tras denegársela en un primer momento, consigue el permiso en 1791. En escasos tres años, Ibáñez invierte casi todo su capital en construir una fundición con los últimos avances, en cerrar los montes próximos y en plantar "más de 100.000 robles", según afirma Bello. En 1794 obtiene del Gobierno una contrata para proveer de munición de guerra al Ejército Español, prorrogada en 1802 por seis años más. Desde entonces, y durante 45 años, la fundición de Sargadelos trabajará casi en exclusiva para el Estado suministrándole material bélico, por lo que será distinguida como Real Fábrica.
Es en 1804 cuando crea la factoría de loza imitando a la de Bristol, en Inglaterra, tan de moda en la época. La fábrica cuenta con todos los avances tecnológicos, como el decorado mecánico mediante estampación. Es la primera vez que se introduce en Galicia un sistema industrial de producción en serie. Tras sus éxitos, Carlos IV lo condecoró con la Gran Cruz de Carlos III y se abrió un expediente para concederle el título de Marqués de Sargadelos. En 1808 se declara la Guerra de la Independencia e Ibáñez entra a formar parte de la Junta de Defensa de Ribadeo. Sargadelos es la única Real Fábrica que no detiene la producción.
A pesar de eso, a Raimundo Ibáñez lo tachan de afrancesado. Sus enemigos instigan rumores, como que en la fábrica de San Cibrao se fabrican las cadenas con las que llevan presos a los españoles a Francia. Finalmente todo estalla el 2 de febrero de 1809, día en el que una turba lo lincha cuando trata de escapar de Ribadeo hacia Sargadelos y saquean su casa, actual sede del Ayuntamiento.
En 1798, 4.000 personas habían asaltado la residencia de Ibáñez y la fábrica en Sargadelos, incendiando y saqueando, en un levantamiento de apariencia popular
Como con Segismundo García, este cuento ya había sido contado. Ya en 1798, 4.000 personas habían asaltado su residencia y fábrica en Sargadelos, incendiando y saqueando, en un levantamiento de apariencia popular en contra de las restricciones que Ibáñez imponía en la zona al ser dueño y señor de la industria. Hay indicios de que varios enemigos suyos pudieron estar detrás de la insurrección, por intereses económicos y al perder influencia caciquil. Lo que se sabe es que el conocido popularmente como Marqués de Sargadelos (nunca llegaron a concederle el título debido a su muerte prematura) salvó la vida esa primera vez. A su muerte, la fábrica pasó por manos de diversos familiares y diferentes arrendatarios hasta su cierre definitivo en 1875.
Casi 150 años después y a otros tantos kilómetros de distancia, Isaac Díaz Pardo funda en O Castro (Sada) otra fábrica de cerámica en 1949.
Los héroes de la historia
Díaz Pardo nació en Compostela en 1920, y en el 36 los sublevados pasearon a su padre. Esto provocó que no pudiera estudiar Arquitectura como quería su progenitor, y como ya había trabajado con él en su taller de rotulista y cartelista, finalmente se decanta por Bellas Artes. Finaliza la carrera en Madrid en apenas dos años gracias a una beca de la Diputación de A Coruña. Pero, como él mismo dice en la conversación con Del Caño: "A mí aquello de ser pintor y de andar vendiendo cuadros, profesionalmente, no me interesaba. Me gustaba la investigación artística y hacer pintura, pero no comercializarla". Tras varias experiencias profesionales, viaja a Inglaterra en 1946, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y entra en contacto con gente exiliada. Ahí comprende que es "una pena estar trabajando en España, porque en algún momento tenían que cambiar las cosas. Aquí era fácil triunfar, pero entregándose a la docilidad del Régimen. Yo fui pensando que había que acabar con Madrid y dedicarme a otra cosa más honesta, la industria cerámica, toda vez que Galicia había tenido una fábrica emblemática, que era Sargadelos. Había sido la primera industria que se había montado en Galicia, que podíamos recuperar".
Y así lo hizo en 1947, cuando decide dejar la pintura. Por su matrimonio con Carme Arias, Mimina, dos años antes, Díaz Pardo tenía un taller en O Castro de Samoedo, donde su suegro era propietario de un pazo. Es allí donde construyen, según le explica a Del Caño, "una especie de laboratorio para ensayar las tierras de Sargadelos, a ver si se podía hacer una cerámica nueva". En 1948 comienzan a producir y en el 49 se constituye la fábrica de Cerámicas do Castro, donde en pocos años trabajan ya un centenar de personas.
En 1955, Díaz Pardo viaja a Argentina, pues el Centro Gallego de Buenos Aires lo invita a hacer una exposición de su pintura y de la producción de cerámica de O Castro. Allí contacta con la gente del exilio y se reencuentra con Luís Seoane, a quién había conocido en los años treinta en el estudio de su padre. En los siguientes años seguirá visitando el país sudamericano y pondrá en marcha Porcelanas de Magdalena, de la que se desvincula definitivamente en 1968. Sin embargo, los viajes le servirán sobre todo para hacer brotar el proyecto más importante de su vida: el Laboratorio de Formas.
Isaac Díaz Pardo: "Me gustaba la investigación artística y hacer pintura, pero no comercializarla"
"Es una idea que concebimos Luís Seoane y yo en el año 63", le cuenta Díaz Pardo a Del Caño. En Argentina y en Uruguay había «exiliados ilustres» que no regresaban a Galicia "como protesta contra lo qué había aquí. Todos ellos se formulaban la pregunta de lo que se debía hacer en Galicia, si algún día volvíamos vivos, y llegamos a la conclusión de que había que recuperar la memoria histórica. Seoane y yo recogemos esta inquietud y la institucionalizamos en el Laboratorio de Formas. Y así se recuperó el Seminario de Estudos Galegos, que había sido prohibido y expoliado en el 36. Se recuperó la obra y la documentación del Movemento Renovador da Arte Galega en el Museo Carlos Maside, se recuperó Sargadelos y se creó Ediciós do Castro para poder recoger la documentación histórica del siglo XX con su Guerra Civil y la memoria de los que perdieron. Esta es la filosofía del Laboratorio de Formas que proyectó y realizó el Grupo Sargadelos".
Unos 50 años después, la Fundación Sargadelos comenzó a organizar sus Foros de Debate. En las últimas ediciones, con Segismundo García ya al frente, algunos de sus convidados ilustres fueron Mario Conde, Isabel Díaz Ayuso, Rodrigo Rato o Iván Espinosa de los Monteros, suponemos que para continuar con la filosofía de recuperación de la memoria histórica. «Política es todo», decía Díaz Pardo.
Esta perversión del espíritu inicial con el que se fundó Sargadelos es una de las principales acusaciones que recaen sobre Segismundo García, que firmó colaboraciones a priori inverosímiles como la de 2017 con la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada (o la aún más estrambótica de la líder de UPyD Rosa Díez para una colección de bolsos), e hizo fichajes como el de Eva Cárdenas cuando ya era pareja del presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. Además, tomó decisiones polémicas como el cierre del Museo Carlos Maside en septiembre de 2023, un mes después de que la Xunta iniciara el procedimiento para declararlo Bien de Interés Cultural (BIC), en respuesta al acuerdo del pleno del Ayuntamiento de Sada para reclamar que la declaración englobara todo el complejo industrial de O Castro. "Tal declaración es un impedimento formidable porque nos hace depender de otros cuatro departamentos administrativos y burocráticos (...) a lo que no estamos dispuestos", dijo García en una carta remitida al consistorio. "Sus manías me parecen muy bien y muy respetables hasta que entran en conflicto con mis intereses, que no son otros que erguir las empresas y proteger su patrimonio". Porque lo cierto es que García aterrizó en Sargadelos para salvarla de la quiebra.
Para entender cómo se llegó a este punto hace falta retomar la historia de Díaz Pardo por boca de él mismo, gracias a la conversación con Del Caño en el verano de 2007. "Las ideas del Laboratorio de Formas no casaban con las de Cerámicas do Castro, que carecía de un compromiso estético y ético". Seoane y Díaz Pardo querían abrir una nueva etapa en Sargadelos, recogiendo la tradición más por la parte industrial que por la línea estética. Pretendían que fuera un símbolo de la recuperación industrial de Galicia. Sin embargo, como el ceramista ya estaba en O Castro, en 1964 se constituye Sargadelos por parte de Arias, su mujer, y la esposa de otro de los socios. "Para que Cerámicas do Castro pudiera entrar en el capital de Sargadelos se firmó un convenio en 1965 en el que se reconocía que el creador de la nueva Cerámica de Sargadelos era el Laboratorio de Formas, quien asumiría en todo momento la dirección", y asimismo sentaría las bases y la filosofía de trabajo de la empresa. Dicho convenio se cumplió durante 41 años sin problema, "hasta que en 2006 tres socios de O Castro, aconsejados por el asesor letrado de Sargadelos (...) abandonaron el convenio y defenestraron el Laboratorio de Formas".
El origen del conflicto está en los viajes de Díaz Pardo en los años 50 al otro lado del Atlántico. "O Castro es una sociedad anónima, en la que pusimos el mismo capital tres accionistas: Rey Romero, Federico Nogueira y yo. Cuando yo fui a Argentina, se incorporaron tres chicos que trabajaban allí. Les concedimos 'un premio' por llevar las cosas, porque yo tenía que viajar mucho (...). Se les regaló, claro: ninguno de ellos puso un céntimo". En 1964 se funda Sargadelos como sociedad limitada y O Castro, "dominado por capitalistas", quiso meterse en el accionariado, firmando el ya citado convenio y alcanzando el 37% de la participación en 1968. Díaz Pardo pensó que, como él dominaba también O Castro, no pasaría nada. Pero pasó.
En 2007, el ceramista acusaba a esas personas de querer acabar con el espíritu del Laboratorio de Formas y hacerse con el control de la empresa, pero el cuento también le sonaba de antes. En 1972 los socios capitalistas del principio, Romero y Nogueira, ya habían intentado lo mismo con argucias favorecidas por el régimen franquista. Se llegó a decir que Sargadelos recibía dinero de los comunistas rusos o que Díaz Pardo podía tener vinculación con el atentado contra Carrero Blanco. Entonces no funcionó, pero en 2006, sí: la junta de Sargadelos consigue apartarlos del consejo, a él y a sus hijos, en una tensa votación argumentando motivos estrictamente empresariales. Las desavenencias venían de casi cuatro años atrás, cuando el fundador pretendió crear la Fundación Sargadelos como órgano director y propietario del grupo. Algunos lo acusaban de querer que los socios donaran de forma gratuita sus participaciones para poner de presidente y vicepresidente a sus hijos, Xosé y Camilo. Díaz Pardo pleiteó para recuperar el control de Sargadelos, pero durante los años que le quedaron hasta su muerte en 2012 perdió todas las batallas.
En este contexto de conflictividad en la cúpula es cuando García hace su aparición. Ya contaba con una participación pequeña en Sargadelos, y según él la gestión en la última etapa de Díaz Pardo fue muy deficiente. Sin embargo, Xosé y Camilo, en una carta al periódico El País en 2014, afirman que la decadencia del grupo comenzó una vez los cesaron, pues hasta 2006 las empresas siempre habían tenido beneficios. Dicen que el declive de Sargadelos se debió a la desvinculación de su padre de la marca por el "crac de imagen y prestigio", que fue de tal calibre que las ventas se vieron reducidas en esos ocho años a más del 65%, agudizada la crisis por la gestión "totalmente equivocada, muy alejada de la filosofía original de sus fundadores".
Lo cierto es que en 2012 Sargadelos se declara en concurso de acreedores con deudas que rozan los 7 millones de euros. García ve ahí la oportunidad de aumentar su participación en la empresa y termina por convertirse en el máximo accionista, asumiendo su liderazgo en 2014. En 2010 se había decretado un ERE de extinción de empleo para 26 personas, aprobado por la Xunta, pero anulado posteriormente en los tribunales, y en 2013 un ERE temporal que afecta a la mayoría de la plantilla. Todas fueron medidas drásticas atribuidas a Segismundo García para evitar la quiebra, y el objetivo se cumplió: en 2015 obtuvo unos beneficios de 70.000 euros. En la actualidad, los cuadriplica.
Sargadelos sigue en pie. La enseñanza final del cuento sería preguntarse a qué precio.





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