Este artículo se publicó hace 15 años.
Sin cambios en la capital de los chupitos gratis
Entre la amplia oferta hotelera de Benidorm, con nombres tan sugerentes como Hotel Cimbel o el Hotel Gilton, me decanto por el Bali
Entre la amplia oferta hotelera de Benidorm, con nombres tan sugerentes como Hotel Cimbel o el Hotel Gilton, me decanto por el Bali. Una mole de 52 pisos y 210 metros. La torre es el sueño dorado del personaje de Bardem en Huevos de oro. No es el único rascacielos de Beniyork pero sí el más largo.
Tras pasar la típica puerta giratoria, más que un hall de recepción se entra en una terminal de aeropuerto con 23 ascensores, dos de ellos panorámicos. La clientela son rusos y españoles. La camiseta de equipos de fútbol es el traje multiusos en el recinto. Sirve para pasear, comer, ir a la piscina o para bajar a la playa.
En un hotel junto al paseo marítimo una señora toca el piano mientras maltrata Strangers in the night
Subir al mirador lleva su tiempo. Muchos ascensores pero también mucha clientela rumbo a una de las 776 habitaciones de la torre. La crisis se nota, pero mucho menos que en otros sitios. En el mirador situado en la planta 52 el sol es cegador. Cuatro personas se hacen fotos mientras el personal del hotel presume un piso más abajo de la particular joya de la corona del Bali: la suite de lujo, más conocida como suite Luis Miguel. Por 1.000 euros la noche se puede dormir en la misma habitación en la que el cantante mexicano dejó escrita una dedicatoria cualquiera en una lámpara. Prohibido limpiarla.
Voy a contracorriente. Es tarde y todos regresan de la playa con los hinchables. Todavía quedan bañistas. "Mari, ¿tienes aquí el cortaúñas?", le pregunta a su amiga. "Pues mañana bájatele". La conversación termina. Es la hora de cenar y las dos parejas de cincuentones se citan para más tarde. Darán una vuelta por el paseo marítimo después del baile y mañana volverán al mismo sitio antes de que nadie se lo quite. En el agua unos niños intentan aprender a nadar aprovechando el impulso de las olas siguiendo las instrucciones del abuelo.
Cerca de ellos un treintañero depilado está a punto de llorar por un problema que arrastra desde hace una semana. Intenta que su compañía de telefonía le repare el servicio de SMS y correo electrónico en su Blackberry.
De camino a la cena casi soy atropellado por una camioneta que anuncia subastas de arte en el Hotel Cimbel. Me siento tentado de ver las pujas, pero resulta que hoy no adjudican lotes. En un hotel junto al paseo marítimo una señora toca el piano mientras maltrata Strangers in the night. El público, que se limita a tres parejas de jubilados, apenas aplaude.
Me invitan a ver el local de varietés más elegante de la ciudad. La ce-na-espectáculo que se celebra en el Benidorm Palace desde hace más de 30 años. Llego a los postres, justo cuando arranca el espectáculo Crescendo. El público, unas 300 personas, es de lo más agradecido y los números tanto musicales como cómicos, dignos de Benny Hill, les tienen encandilados. Esnobs abstenerse. Si Norma Duval retomara su carrera tendría que pasar por aquí. Cuentan que el negocio, con 45 bailarines y otros 100 empleados, aguanta. Me pierdo la parte final con el correspondiente destape colectivo a cambio de evitar las colas de salida.
El ambiente no es tan relajado en la zona guiri. La palabra hortera no alcanza a describir la moda entre los visitantes. Bajo una música atronadora de Robbie Williams una chica sale despedida de un toro mecánico. Por cuatro euros tiene una foto recordando su vuelo sin motor. Cuatro borrachos con moreno cangrejo negocian la entrada a una discoteca con la bandera de la Union Jack en la entrada. Discuten entre ellos sin sacarse el cigarrillo de la boca.
Aceptan entrar tras garantizarse los chupitos gratis. Un grupo de chicas de Manchester, las Kinky pinkies, celebra una despedida con unas camisetas rosas. Alguna no puede más y decide caminar descalza con los tacones en la mano. Son las tres de la mañana pero nunca es tarde para un minigolf en Benidorm. Una pareja golpea la bola como si se tratara de hockey hasta que sacan la pelota del recinto. Las discotecas de la playa ya han cerrado y los que todavía tienen ganas de fiesta se marchan a las que siguen abiertas en las afueras. Allí les espera la mítica Penélope y ese logo que ha ganado con los años.
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