El camión republicano que surtió de libros a los pueblos más remotos de España
La Agrupación de Editores habilitó en 1934 un vehículo para llevar la Feria del Libro de Madrid a todo el país. La historiadora Ana Martínez Rus relata la gran aventura de este antepasado del bibliobús.
Madrid-Actualizado a
Un camión republicano surcó los caminos de España en 1934 para llevar libros a pueblos remotos y fomentar la lectura en todos los rincones del país. Un antepasado del bibliobús cuya visita era todo un acontecimiento, pues también llenaba de música y cine las plazas.
"Se hizo popular por todas las carreteras que recorrió. Los chicos le aplaudían y vitoreaban; las personas mayores le saludaban con alegría; las gentes en general, le llamaban el camión de los libros y también el camión que habla", contaba en Almanaque literario Rafael Giménez Siles, secretario de la Agrupación de Editores Españoles.
El fundador de la editorial Cenit tuvo claro que resultaba necesario potenciar el mercado interior, debido al precario sistema de distribución y a la caída de las ventas en América. Y, para ello, impulsó la Feria del Libro de Madrid en 1933 y, un año después, el camión-librería.
En vez de atraer a los potenciales lectores a las tiendas, los editores llevarían los libros a la gente, una iniciativa que tenía un fin eminentemente comercial, pero que se enmarcaba en una labor de difusión cultural de la Segunda República que había tenido como precedentes las Misiones Pedagógicas o el teatro ambulante de La Barraca, dirigido por Federico García Lorca.
"Hasta vestían un mono, aunque en vez de azul era blanco", explica Ana Martínez Rus, quien recuerda que la Agrupación de Editores, consciente de las tasas de analfabetismo en el rural, se propuso difundir el hábito de lectura más allá de las capitales y "hacer cantera" desde una perspectiva comercial.
"La intención era trasladar la Feria del Libro de Madrid a las provincias y dinamizar el negocio. De hecho, consiguieron abrir librerías en muchas localidades, donde nombraban a un representante para seguir manteniendo el contacto", añade la autora de Edición y compromiso. Rafael Giménez Siles. Un agitador cultural (Renacimiento).
Además, la entidad, formada por 26 editoriales madrileñas y catalanas, donaba un lote de libros a la biblioteca pública de cada pueblo por el mismo importe que había desembolsado el Ayuntamiento en la compra de ejemplares, de modo que la lectura también estaba al alcance de las personas sin recursos.
El primer camión-librería, diseñado por Arturo Ruiz Castillo, recaló en las provincias de Málaga, Cádiz, Huelva, Badajoz, Segovia, Ávila, Guadalajara y Guipúzcoa, donde las ventas fueron jugosas pese a las necesidades de sus habitantes, que podían disfrutar de su música por el día y de la proyección de películas, cedidas por el Patronato de Misiones, por la noche.
"La carrocería del vehículo se abría y en veinte minutos se convertía en una atractiva librería ambulante, donde se mostraban los diferentes títulos. Además, tenía un circuito eléctrico para iluminar los expositores, instalación radiofónica, micrófono, altavoces, tocadiscos y proyector de películas, alimentados por un generador eléctrico conectado al motor del automóvil", escribe Ana Martínez Rus, profesora de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid.
"Una vez instalado en la plaza y después de abrir los expositores, se izaba la bandera tricolor a los sones del himno de Riego. A continuación, comenzaban las ventas de los libros, amenizando a los compradores con música".
Llevar la Feria del Libro de Madrid a los pueblos
El camión transportó dos toneladas de libros, que eran recibidos en cada pueblo por la algarabía de las autoridades, los vecinos y los niños. Una "patriótica cruzada de cultura" —en palabras del gobernador civil de Huelva, Jerónimo Fernaud Martín— que causó impacto en 24 localidades malagueñas, incluida la capital, en apenas 19 días.
Algunas ya contaban con librerías, pero la Agrupación de Editores había percibido que, en realidad, vivían de los manuales escolares y no exhibían los libros, relegados a las estanterías, de una manera atractiva que incitase a su compra. Por ello, tanto la Feria del Libro de Madrid como el germen del bibliobús fueron concebidos como un llamativo escaparate.
El éxito fue tal que trascendió nuestras fronteras. "La Fox llegó a grabar el camión, porque supuso un desafío tecnológico, desde el chasis hasta la lona para proteger los ejemplares de la lluvia. Incluso una revista especializada como Radio y luz se hizo eco de cómo habían articulado un vehículo de gran complejidad", comenta Martínez Rus, quien recuerda que en 1935 participó en la cabalgata de Reyes de Madrid, donde los escritores Ramón Gómez de la Serna, Salvador Bartolozzi y Antonio Robles encarnaron a Melchor, Gaspar y Baltasar.
"Una iniciativa, además de bonita, genial", opina la autora de Edición y compromiso. Rafael Giménez Siles. Un agitador cultural.
"La expectación que ha despertado nuestro camión-stand en cuantos pueblos visitó fue enorme. Y téngase en cuenta que sólo visitamos localidades de alguna consideración, pueblos, algunos de ellos, con veinte mil habitantes y sin ninguna librería…", comentaba
el inventor de la Feria del Libro de Madrid.
"En este primer circuito ha sido sorprendente el interés con que todos miraban y hojeaban los libros. Muchos los compraban, pero a todos se les daba a examinar el volumen que les atraía. Principalmente se han vendido Diccionarios, Quijotes, obras de Medicina, Derecho, Agricultura, Veterinaria, Industrias aplicadas. Luego, libros de ciencias aplicadas, manuales, etcétera", añadía Giménez Siles.
El editor de Cenit reconoce en la entrevista concedida a Almanaque literario que es "una aventura romántico-industrial", en el sentido de que, además de desinteresada, persigue un fin económico.
"Queremos despertar entre los pueblos emulaciones por causas puras, más nobles que las habituales", afirma Rafael Giménez Siles, quien avanza que la Agrupación de Editores pretende que sus miembros sean sustituidos en las rutas por "jóvenes licenciados y doctores de Filosofía, Letras y maestros superiores", quienes deberán presentarse a un concurso para ocupar esas plazas durante un par de años tras finalizar sus estudios.
Todo sea por "la cruzada de difundir el libro por los pueblos de España", en la que se enrolaron los propios responsables de las editoriales, lo que les mereció "el vivísimo elogio" de El Heraldo de Madrid, que en noviembre de 1934 les dedicaba una breve reseña. En ella, el autor de la noticia valora que sean "editores de solvencia" y "no sus dependientes o jefes", que "han puesto el mejor entusiasmo en la obra".
Según el diario, "van en el camión Boris Bureba, no sólo técnico del negocio editorial, sino muy destacado editor; [Juan Bautista] Bergua, Ruiz Castillo (hijo), uno de los elementos más inteligentes de las expediciones; Giménez Giles, el gran animador, y otros, cuya solvencia, disposición y amor al libro están harto probados".
Al original pronto se sumaría un segundo camión, aunque el estallido de la guerra civil modificó las rutas. "El Quinto Regimiento de Milicias Populares los requisó y su labor, a partir de entonces, fue transportar libros a los soldados que estaban en el frente, hasta que quedaron destrozaditos", se lamenta Ana Martínez Rus, especialista en la historia de la edición y de la lectura en la España del siglo XX.
"Más allá de la librería ambulante, la Segunda República hizo una labor ímproba para llevar libros a las zonas de combate y a la retaguardia. Tal era el ritmo de publicación y de distribución que parecía que España no estaba en guerra".
No cabe duda del ojo comercial y de las novedosas técnicas de marketing empleadas por Giménez Siles para expandir la cultura, pero también para crear una industria editorial.
"La trascendencia [del camión-librería] puede ser muy grande en la reforma de espíritus", al tiempo que sienta las bases de "un país perfectamente habitable por gentes que viven de la pluma y que, por lo tanto, necesitan comenzar por ver aumentarse el número de lectores", escribe el periodista del Almanaque literario en enero de 1935, quien cede la palabra a Manuel Bartolomé Cossío, presidente del Patronato de las Misiones Pedagógicas: "Sólo cuando todo español sepa no únicamente leer, que no es bastante, sino tenga ansia de leer, de gozar y divertirse, sí, divertirse leyendo, habrá una nueva España".
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