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Las cartas de una lealtad republicana

Un libro recorre los 35 años de amistad, forjada en mitad de la Guerra Civil, entre el escritor y político francés y el autor español

BRAULIO GARCÍA JAÉN

Tan inmediata y fiel como su compromiso con la República, tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, fue la amistad que el novelista y político francés André Malraux entabló con el escritor español, nacido en Francia y muerto en México, Max Aub. El 21 de julio, tres días después del golpe, se conocieron en Madrid, adonde el ya flamante Premio Goncourt (por La condición humana, publicado en 1933) llegó para comprobar in situ las necesidades bélicas del Gobierno republicano, en el hotel Palace. Su amistad duró 35 años, hasta que Aub murió, en el exilio, sin haber encontrado a sus lectores, en 1972. Malraux, antes de morir cuatro años después, había sido el primer ministro de Cultura que tuvo Francia.

Dos vidas radicalmente dispares de las que ahora se publica un inventario de cartas, notas y testimonios reunidos por Gérard Malgat en André Malraux y Max Aub. La República Española, crisol de una amistad (Pagès editors-Universitat de Lleida). Un libro que refleja inevitablemente esa distancia entre ambas trayectorias, al tiempo que levanta acta de una fidelidad recíproca. 'La complicidad entre Aub y Malraux se basaba en una fidelidad absoluta a la República española. De Aub por supuesto, pero de Malraux también, aunque después de la derrota no lo expresara mucho públicamente', cuenta Malgat .

'Malraux borró su vida íntima de los archivos', dice el compilador

Malraux, de hecho, había formado la escuadrilla España, con la que reunió pilotos y aviones que participaron en varias misiones durante la Guerra Civil, en apoyo de la República. Y el silencio íntimo que mantuvo luego, alineado tras la figura del general De Gaulle desde el final de la II Guerra Mundial (del que fue primero ministro de Información y luego de Cultura), en absoluto reflejó que se hubiera desentendido de sus antiguos camaradas: 'Él no participó en las movilizaciones para ayudar a los refugiados, pero ayudó a varios de ellos. Yo sé que ayudó a la viuda de Companys después de su fusilamiento, y a Bergamín, cuando tuvo que exiliarse por segunda vez [en 1963]. Bergamín estaba en París sin pasaporte y Malraux arregló sus papeles para que pudiera viajar a América Latina', dice Malgat por teléfono.

El propio Max Aub, como se refleja en algunas de estas cartas, le pidió ayuda personalmente cuando quiso volver a Francia (de la que había huido durante la ocupación nazi) en 1951. 'Mi querido Max. Las cosas no se arreglarán fácilmente, ya que tienes un dossier al aparecer amañado por los cocos cuando tenían poder', fue su respuesta, cuando aún creía que se solucionaría pronto. Pero los comunistas (los cocos, los llama Malraux) no tenían nada que ver. En verdad, el dossier era el que había reunido la Policía francesa durante el régimen de Vichy, y cuyas consecuencias siguieron muchos años vigentes en la Francia de la posguerra. Aub no pudo regresar a Francia hasta 1958.

El autor francés llegó a Madrid tres días después del golpe de 1936

La discreción del político francés, por lo demás, se extendía al conjunto de su vida privada, a la que quiso proteger incluso después de muerto. 'Malraux tuvo la obsesión de limpiar sus archivos: eliminó casi todo lo que estaba relacionado con sus amistades, con su vida más íntima', cuenta el compilador.

Un gesto que realza el interés de estas misivas, lacónicas, telegráficas a veces, del autor de L'Espoir que Malgat encontró en la Fundación Max Aub, en Segorbe. 'Aub solía guardar las cartas que recibía. Y tenía copia también de sus propias cartas. Así encontré 75 cartas de Aub y 35 de Malraux'.

La amistad de Malrax y Aub se forjó, sobre todo, durante el rodaje de Sierra de Teruel, la película que el francés quiso exportar para ganar la guerra de la propaganda y cuyo rodaje se inició a partir de julio de 1938. Aub recuerda su genésis en uno de los anexos: 'Malraux entró en mi despacho de Barcelona y me dijo: Vamos a hacer una película'. Mi trabajo es el teatro', respondí yo. El mío es la novela, pero ahora vamos a hacer cine'. La película se hizo, pero la guerra, también la de la propaganda, se perdió. Ni Francia, ni Inglaterra ni EEUU rompieron su neutralidad.

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