Des-es-ca-la-da. Es la palabra de moda. Está en boca de todos. Uno de los legados más cacareados de ese covidcionario que nos ha traído la pandemia. Si los corrillos nacionales tuvieran su particular nube de palabras, a buen seguro desescalada aparecería en letras capitales. Vivimos en un festín léxico auspiciado por la prensa y urdido por el virus, una bacanal de neologismos que la RAE, siempre tan cortarrollos, quiso matizar y ha terminado por aceptar.

Ya lo hizo en su día con el género del covid-19, y lo intentó también con la imprudente utilización que se viene haciendo de un tiempo a esta parte tanto por la prensa como por la clase política del vocablo desescalar. Una implementación que, según se mire, tiene cierta lógica. Si utilizamos escalada para imitar el uso inglés del to escalate, en lugar de aumentar o intensificar, por qué no íbamos a utilizar desescalar para su retraimiento. 

Pues bien, la Real Academia de la Lengua nos instaba a utilizar, en su lugar, otros términos, quizá menos aventurados, pero homologados por la docta casa, que a fin de cuentas es la encargada de "limpiar, fijar y dar esplendor" a nuestra lengua (una suerte de dentífrico lexicográfico). En concreto animaba al personal a utilizar reducir, disminuir o rebajar. Dónde iba a parar; se esfumaba la ilusión que genera un nuevo palabro... 

Pero afortunadamente donde dije digo, digo Diego. Los sabios de la Academia parecen haber capitulado ante el siempre correoso vulgo y han terminado por aceptar escalada como el "aumento rápido y por lo general alarmante de algo, como los precios, los actos delictivos, los gastos, los armamentos". Añadan el prefijo que denota negación o inversión del significado del vocablo, y ya lo tendrían. Ahora ya pueden desescalar a gusto.