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Emilio Rodríguez Menéndez, el abogado defensor del diablo

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

La Justicia, esa señora que no contenta con mirar para otro lado se tapa los ojos con una venda, siempre se ha mostrado inflexible con la ignorancia: el desconocimiento de la ley no exime a nadie de cumplirla, asegura impasible. Sin embargo, lo que parece no tener tan claro es qué hacer con aquellos que pueden recitar de carrerilla todos los artículos del Código Penal y, sin embargo, deciden hacerle pedorretas por detrás aprovechándose de su falta de visión. En la historia criminal de España son abundantes los casos de abogados que de tanto caminar por el filo de la legalidad han terminado dedicando más esfuerzos a delinquir que a preparar recursos y alegaciones. Uno de ellos es Emilio Rodríguez Menéndez, un abogado célebre por su querencia a los casos más polémicos que en los últimos años ha pasado más tiempo entre rejas y huyendo de la policía que consultando el Aranzadi.

Rodríguez Menéndez, que llegó a asegurar en una entrevista que sólo le faltaba defender al diablo, ha dado claras muestras de saber buscar personajes luciferinos en aquellos años en los que parecía dedicarse sólo al derecho. Por su bufete han pasado desde los policías que hicieron desaparecer a Santiago Corella, el Nani, hasta la dulce Neus, aquella mujer que para no romperse las uñas convenció a su hija menor para que matara a su marido. También defendió a El Dioni, el conductor de furgón blindado que quiso jugar a ser Robin Hood y se le olvidó repartir el botín con los pobres. Incluso fue el representante legal de Antonio David Flores, el guardia civil metido a personajillo del papel couché por obra y gracia de su matrimonio con la hija de una tonadillera.

En los últimos años ha pasado más tiempo entre rejas y huyendo que consultando el Aranzandi

Con esta cartera de clientes y su afición a mandar a los medios de comunicación vídeos comprometidos de personalidades en situaciones sonrojantes, Rodríguez Menéndez fue engordando a la misma velocidad la cuenta corriente y la lista de enemigos. Tanto que hasta la que era una de sus cuatro esposas llegó a contratar a un sicario para que le descerrajara varios tiros a la puerta de su casa. Sobrevivió, pero su capacidad para esquivar balas no le sirvió para evitar que la Justicia, venda incluida, terminara enviándole en 2006 a prisión por querer tomarle el pelo a Hacienda.

Entre rejas estuvo hasta que en agosto de 2008 aprovechó un permiso carcelario para desaparecer en una rocambolesca fuga en la que, antes de cruzar el charco rumbo a Suramérica, le dio tiempo a pasarse por los juzgados para ver cómo estaban todos sus procesos pendientes y conseguir que la propia policía le facilitara un pasaporte legal para escapar. Entre Brasil, Paraguay y Argentina anduvo escondido hasta que en octubre de 2008 lo detuvieron en Buenos Aires. La pista que permitió localizarle fue la costumbre de su actual esposa por telefonear a diario a su madre en España. Hay amores que delatan.

Desde entonces, y hasta hace sólo unas semanas, cuando un tribunal argentino le puso en libertad provisional, ha estado mucho más cerca de sus potenciales clientes de lo que él hubiera deseado. Ahora, a la espera de que le extraditen a España, tendrá que decidir si sigue buscando al diablo para defenderle o se conforma con hacerlo consigo mismo para toda la eternidad.

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