La eternidad del Eternauta
Carla Berrocal nos recomienda cada viernes una novela gráfica. Sus lecturas perdidas que no obedecen a la dictadura de la novedad.

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Dice el propio Hector Germán Oesterheld, dibujado como un personaje por Franscico Solano López en El Eternauta II:
"Mientras viva, no olvidaré esta despedida.
Con tanto en el pecho que quiere salir y no puede".
Ese adiós al que se refiere Oesterheld, guionista del cómic El Eternauta, no es el del 27 de abril de 1977, cuando fue secuestrado y torturado por la dictadura militar argentina, que lo asesinaría en 1978. Por el contrario, el Oesterheld que aparece en las viñetas, luego de su lucha torpe con los villanos, conseguiría vivir en libertad. Y así, se convertiría, muy a su pesar, en en un símbolo de la resistencia de la ficción frente a los totalitarismos.
Si esperáis que esto sea una columna de la serie de Netflix, no vais a encontrar nada de eso. Los viernes tebeo es una columna de lecturas perdidas que no obedecen a la dictadura de la novedad y, precisamente, El Eternauta permite que siempre se hable de él, porque da igual cuándo se lea, está escrita —y dibujada— en presente.
En la revista Hora Cero Semanal, fundada por el propio guionista y su hermano Jorge, El Eternauta salió a los quioscos por primera vez en 1957. A pesar de los temores, el cuadernillo fue un éxito, en parte porque era arriesgado: dejó de localizar las aventuras de sus protagonistas en Estados Unidos y sus personajes dejaron de llamarse John, Mary o Steven para pasar a ser Juan Salvo, Favalli, Martita y suceder en el mismísimo Buenos Aires. Y triunfó, claro. La cercanía de sus protagonistas, con trabajos rutinarios y lejos de cualquier glamour, con un aspecto físico fuera de cualquier canon y vidas más bien mediocres, fue la clave del éxito. Cualquiera podía ser un héroe.
Aventuras, guerra, ciencia ficción, terror… El Eternauta navega por todos los géneros con soltura, casi sin despeinarse. A Oesterheld le influyeron libros como Amos de títeres de Robert A. Heinlein, en el que un enemigo invisible toma los cuerpos de los terrícolas; el relato Saturnino Fernández, héroe de Ignacio Covarrubias, donde una invasión extraterrestre se inicia con una nevada que paraliza el mundo salvo a los borrachos y, sobre todo, La isla del tesoro de Robert L. Stevenson. Al guionista le interesaba contar una historia sobre el aislamiento. Aquellas lecturas dieron como resultado el inicio de una novela, pero al final el proyecto se transformó en viñetas. Y la verdad es que se nota, porque el texto tiene un papel protagónico y a ratos parece una novela ilustrada.
Una de las cosas que puede tirar para atrás cuando recomiendas tebeos clásicos es el estilo gráfico. Con El Eternauta pasa un poco eso. Es cierto que Solano López es un dibujante contenido, limitado pero eficiente, que dibuja con trazos que nos trasladan a otra época, pero no hay que dejarse llevar, hay que cambiar el chip. Como cuando vas a ver una peli en blanco y negro o leer una novela victoriana: es una puerta a otro tiempo, es ser también un eternauta.
Digámoslo claramente: Oesterheld es, con diferencia, uno de los mejores guionistas que ha dado la historieta mundial y, por desgracia, uno de los menos conocidos fuera de Latinoamérica. Y lo digo sin vergüenza, con la boca bien grande: hay escenas de este cómic que no tienen nada que envidiarle a las mejores novelas de la literatura. Pocas veces he llorado tanto como cuando Franco, un personaje de El eternauta, en un acto de bondad, sostiene entre sus brazos a un "mano" y lo lleva a morir viendo las estrellas: "Tú no eres enemigo. Los enemigos son ellos, no los manos". Más adelante, el "mano" contesta: "Qué planeta maravilloso debió ser la tierra" y muere cantando una canción en un idioma que sólo los suyos entienden.
Este año me tocó releer el cómic para un club de lectura que coordinaba y es curioso comprobar cómo la obra adquiere nuevos significados en un contexto post pandémico. Para los que no lo hayan leído, el cómic comienza con una reunión de amigos jugando a las cartas. De pronto sucede un extraño apagón y cae una nevada mortal que no permite a sus protagonistas salir a la calle sin protección. Una trama perfecta que invita a buscar respuestas página tras página. Escrita, como hemos dicho, a finales de los años 50, El Eternauta habla de confinamiento antes de saber lo que vendría en 2020. Y en una relectura nueva, ahora se puede encontrar el colonialismo, el poder colectivo, la solidaridad y la ciencia como respuesta al caos.
La originalidad del cómic radica también en su metalingüismo. En la historia, Juan Salvo, el protagonista, se le aparece al guionista y le advierte lo que va a pasar en el futuro. Es decir, incluye el propio proceso creativo del cómic como parte de la narración, mostrándonos el poder que tiene la cultura para salvarnos. Esta premisa es tremendamente original porque transforma al autor en personaje y, a la vez, en testigo y albacea de todo lo que cuenta Juan Salvo.
Quizás por eso Oesterheld era tan peligroso para la dictadura, porque la fantasía, además de evadir, es una munición poderosa. No en vano, los guiones de El Eternauta II se escribieron a escondidas. El editor —muerto de miedo— mutilaba aquí y allá los textos que enviaba Oesterheld, mientras Solano López dibujaba las últimas escenas sin estar muy seguro de que aquellas páginas fueran realmente de su amigo. Tras su desaparición, se hizo una nueva entrega, El Eternauta III, con guiones de Alberto Ongaro. El resultado fue un frankestein de bocetos que finalmente fueron acabados por los dibujantes Oswal y Mario Morhain. Solano López, devastado por la pérdida de su amigo, se negó a continuar el cómic, pero ante la insistencia del editor, trazó algunos rostros de referencia y después se vio obligado a huir a España.
En el informe que Ernesto Sábato tituló "Nunca más" emitido por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas de Argentina, encontramos el testimonio de una de las últimas personas que vio con vida a Germán Oesterheld. Era Eduardo Arias. En la Nochebuena de 1977 los militares permitieron a los detenidos salir al patio un rato y fumar un cigarro. El guionista insistió en saludar a todos sus compañeros dándoles un apretón de manos. En esa despedida asoma la enorme dignidad que también tenía el personaje de Oesterheld en El Eternauta. Por eso me gusta pensar en el final de su vida como la escena que Solano López dibuja con unos preciosos tonos anaranjados: donde el escritor-personaje, en un plano de cuerpo entero, camina con Juan Salvo de espaldas a la cámara. Juan le dice: "No murieron en vano María, Elena, Cascote, Martita… y todos los demás. Ellos seguirán siempre en nuestro recuerdo, Germán". Y tenía toda la razón.

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