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Un Fito saca otro Páez: el amor después del amor

El músico argentino se reivindica en el Icónica Sevilla Fest como una de las grandes estrellas del rock en español.

Fito Páez presentó 'El amor después del amor' en el Icónica Sevilla Fest.
Fito Páez presentó 'El amor después del amor' en el Icónica Sevilla Fest. © Niccolo Guasti / CEDIDA

Decía Carlos Santana que un guitarrista debe tocar como si estuviese haciendo el amor delante de todo el mundo. A Fito Páez, cuya caudalosa vida sentimental es bien conocida por sus fans, le bastan unos versos para emprender una regresión íntima al arrebato, a la seducción, al ayuntamiento, al vacío y al vértigo, ese El amor después del amor, cuando el alma es un erial yermo y el corazón, un páramo desahuciado y vacante.

Porque un clavo no saca otro clavo, aunque el Jesucristo del rock argentino, tras una convulsa relación con la corista Fabiana Cantilo, logró bajarse de la cruz, retomar el viacrucis y, sin mirar hacia atrás pero tampoco hacia adelante ("Yo no buscaba a nadie y te vi"), tropezar con otra flecha, Cecilia Roth, musa del disco que lo catapultó de los círculos intelectuales porteños al altar de santería de la cultura de masas hispanohablante.

Un vestido y un amor suena este jueves en la plaza de España de Sevilla, escenario del Icónica Fest, treinta años después del emblemático álbum, cuando Fito conoció a la actriz argentina mientras ella fumaba un chino en Madrid. Es la octava canción de un concierto que homenajea el álbum de consagración del rosarino y que, curiosamente, lo vació por completo, como esos amores desatados y proteicos.

Desfondado tras una frenética gira, necesitaba descansar, pero su compromiso con la discográfica lo obligó a entregar otro álbum. Tampoco hubo barbecho y, al igual que con Fabiana y Cecilia, o sea, con el amor después del amor, Fito saca fuerzas y compone el éxito después del éxito, Circo Beat, cañonazo para la industria y salva para los fans, quienes en esta apacible velada disfrutan de la canción homónima y de Mariposa tecknicolor.

Fito Páez, durante su concierto en el Icónica Sevilla Fest.
Fito Páez, durante su concierto en el Icónica Sevilla Fest. © Niccolo Guasti / CEDIDA

"Al final, son dos días y solo queda uno", proclama desde el escenario, traje mostaza y camisa psicodélica, Fito a los treinta y Páez a los sesenta, cuando sus canciones suenan como el primer día, que para él fue noche, amplificadas por el vozarrón de la corista y actriz Marina Vitale, hija del pianista Lito Vitale y la compositora Verónica Condomi. Junto a ella, sus apóstoles Diego Olivero al bajo, Juan Absatz al teclado, Gastón Baremberg a la batería y Carlos Vandera y Juani Agüero a la guitarra. Los vientos, tres, españoles.

En realidad, Fito Páez no solo ha venido a cantarle al amor ni a llevarla a caminar por Corrientes, que en Sevilla es Sierpes, bellísima tonada (11 y 6) y concesión a su fértil cancionero, que más allá del elepé que despachó más de un millón de unidades ha dejado prodigios como Dale alegría a mi corazón, el tema principal de la serie de Netflix, protagonizada por aquel chico enjuto, desgarbado y gafudo que se sentó al teclado de Charly García hasta que decidió volar solo, aunque siempre se ha sentido deudor de la tradición.

"Argentina no se entiende sin Borges, sin Spinetta y sin Charly", les rinde tributo desde el palco, donde describe el carácter del artista patrio, alérgico al sentimiento de pertenencia, pese a que su público de ultramar abarca una ruidosa diáspora que cuando escucha su música abraza todo lo que ha quedado atrás, una conmoción identitaria que se plasma en sus coros y en sus silencios, en el albiceleste de las banderas, en el 10 de las camisetas del Diego.

El Icónica Fest acogió el primer concierto de Fito Páez en Sevilla.
El Icónica Fest acogió el primer concierto de Fito Páez en Sevilla. © Niccolo Guasti / CEDIDA

Fito, decíamos, también ha venido a recordarnos los peligros del fascismo. "Tenemos un lugar maravilloso que hay que recuperar. Y la música es un gran canal que sirve para unir los corazones", pregonó el rosarino durante un soliloquio en el que ya había anticipado su calado político cuando presentó un medley ochentero y noventero, cosecha del "underground salvaje de los años de la posdictadura".

Sin medias tintas, "hoy, con una derechización tan fuerte en todo el mundo, le canto a la libertad", un mensaje cuyo destinatario está domiciliado en la plaza de España y en todas las ágoras de este país, que abre los oídos ante la advertencia y escucha, en un popurrí acelerado, al Pinochet inapetente de Tercer Mundo y a los halcones de Gente sin swing, perteneciente al disco Ciudad de pobres corazones, cuyo single homónimo no podía faltar.

Entonces, Páez deja el piano por la guitarra —también mostaza: un tío con clase— y entona un himno vital que es un canto a la muerte, al envés del ser inhumano, cuando a aquel niño que había perdido a su madre a los ocho años y a su padre, ya en una veintena que se prometía feliz, le arrebataron a su abuela Belia, a su tía abuela Pepa y a la mucama Fermina, las mujeres que lo habían criado, en un crimen espantoso que sobrecogió a la sociedad argentina.

El amor que recibió de ellas, precisamente, lo ayudó a superar su ausencia, se confiesa en una entrevista a Público: "Fue tanto que me ayudó a sobrevivir y a sobrevivirme de una manera infinita". Sufrió como un perro, pero no quiso vivir atado para siempre a la correa de la tristeza y el resentimiento. "Todas las personas somos atravesadas, tarde o temprano, por el amor y por la muerte". Salió del pozo componiendo: la música como "expresión altamente liberadora". Y catártica.

Fito le da la espalda al público y dirige la orquesta con sus brazos trémulos. De fondo, ni trampa, ni vídeo, ni cartón: la majestuosa arcada de la plaza de España, proyectada hace un siglo por el arquitecto Aníbal González para albergar la Exposición Iberoamericana de 1929. Donde ahora predica maese Páez, porque no hay templo sin sacerdote, ni pastor sin parroquia, antes había un aparcamiento en el que se arremolinaban los coches.

Motivo de orgullo para Javier Esteban, director del Icónica Sevilla Fest, quien se propuso recuperar un espacio que, a su juicio, "nunca había sido una de las banderas de la ciudad, como la Giralda o la Maestranza, pero que con los conciertos de junio y julio luce en su máximo esplendor". Una plaza, explica, que simboliza el abrazo a Latinoamérica y que hoy acoge por primera vez en la capital andaluza a "un referente del rock melódico".

Muchos no saben que aquí se rodaron películas como Lawrence de Arabia o El ataque de los clones, una anécdota cinéfila que carece de importancia, como el hecho de que Gemma haya recibido esta noche el bautismo rosarino: "Yo no conocía a Fito Páez y tampoco lo había visto, aunque me lo he pasado de maravilla. Me encanta su forma de transmitir". No ha parado de bailar en todo el concierto, ni de sumar a su tarantela a propios y extraños.

"Tengo un niño de diecinueve años y nosotros no lo hemos castrado: le hemos puesto heavy metal y todo tipo de música", añade la neófita, maravillada con la voz de Marina Vitale y rendida ante su hechicero. "Mira, hay muchos cantantes en la vida, pero Fito…". Detrás de ella, Luis no cabe en sí de gozo: "Es la historia de Argentina, de la Latinoamérica culta e incluso de una cierta España: el símbolo de la libertad". Un fan fatal que suma una muesca más a su culata, desde que de niño lo descubrió en el Luna Park de Buenos Aires.

Fito Páez presentó ‘El amor después del amor’ en el Icónica Sevilla Fest.
Fito Páez presentó ‘El amor después del amor’ en el Icónica Sevilla Fest. © Niccolo Guasti / CEDIDA

Fito se ha subido a una montaña rusa de rabia y melancolía: eleva el tono con Tráfico por Katmandú; canta casi a pelo —apenas acompañado por su piano— Un vestido y un amor; no escatima el octanaje roquero en Naturaleza de sangre; y, en la búsqueda de sí mismo en el piélago de la madrugada, al menos rescata La rueda mágica, porque en esta vida uno se busca, pero nunca termina de encontrarse.

Al lado del camino, Fito se quita sus lentes amarillas y, por un momento, aquel niño prodigio de treinta años vuelve a tener sesenta, cuando toca medir los excesos y calibrar los amores. "Si ustedes supieran el quilombo que es mi vida y la cantidad de problemas en los que estoy involucrado…", ironiza el autor de Pétalo de sal, acostumbrado a recogerse pronto "para evitar los entuertos", quién sabe si los afectos o las sustancias, que diría Calamaro.

Palabras, "esos artefactos tan mentirosos que ocultan máscaras", y que él modela a conciencia en la forja de la tecla, piano u ordenador, del que brotó la autobiografía del primer tercio de su vida, Infancia & juventud (Cúpula). Porque esperamos que cumpla los noventa sobre las tablas y siga cambiándose el traje —por presunción o bochorno: julio no perdona—, ahora amarillo canario, las gafas oscuras, el pelo y la barba siempre canos.

En Brillante sobre el mic, dedicada a Fabiana Cantilo, regresa a su mocedad, cuando los mecheros en el Estadio Vélez Sarsfield. Ahora, en cambio, pide a sus fieles que ondeen sus luciérnagas, en cuyas pantallas han estampado la imagen de un divo que reniega de la divinidad, aunque siga tirando de clásicos porque sabe que el rebaño quiere pasto, alternando en su dieta milagro algunas canciones escogidas y otras escondidas.

Sin embargo, Fito Páez es un músico imperecedero que no vive de rentas, pues sigue facturando discos notables como La conquista del espacio, premio Grammy al mejor álbum alternativo o rock latino en 2021, un galardón al que también aspiró en la presente edición con Los años salvajes. Nadie duda de la maestría de Giros, Ey! o Abre, por mencionar algunos elepés todavía no citados de sus primeros quince años de carrera, pero tampoco de la ambición de trabajos como La ciudad liberada, publicado en 2017.

Es decir, más allá del regocijo y la complacencia de escuchar en directo casi todos los cortes de su obra maestra, El amor después del amor, inmarchitable tantas guerras después, el rosarino podría evitar el estudio y tirar del fondo de armario ochentero y noventero. Sin embargo, su estado de agitación permanente lo ha llevado, en un prolífico arrebato, a publicar cinco discos en sendos años y a escribir unas memorias y el guion de su próxima película durante la pandemia.

Palabras, o artefactos, mayores. Aunque Páez se quedase mudo —o desnudo, como Lady Godiva—, sus seguidores serían capaces de ensordecer para seguir escuchando la belleza. O, casi mejor, cantar cuando él calla, como sucedió cuando tuvo a bien cederles el micrófono al extinguirse los acordes de Dale alegría a mi corazón. Entonces, Fito apagó la luz, pero la noche sevillana permaneció deslumbrante. "Y luego dicen que el rock está muerto".

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