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Flamenco Gitano, gay y canalla: Bambino, el rumbero desgarrado que hechizó al lumpen y a la aristocracia

El verso suelto del flamenco sevillano es rescatado por Paco Ortiz en el documental 'Algo salvaje. La historia de Bambino'.

Bambino, en un fotograma del documental ‘Algo salvaje’.
Bambino, en un fotograma del documental ‘Algo salvaje’. Sarao Films (FOTO CEDIDA)

Bardo de los amores imposibles, Bambino no fue rey ni príncipe de la rumba, que para eso ya estaban Peret y Enrique Castellón, aunque cantó para una corte sinvergüenza de aristócratas y pudientes que se rindieron ante su alma sensible y torturada. Voló alto, pues, en las exclusivas boîtes de Madrid y Barcelona, pero también planeó sobre el populacho, seducido por un igual salvaje e indómito que relinchaba entre las cintas de gasolinera.

Miguel Vargas Jiménez (Utrera, 1940 - 1999) tuvo que dejar su tierra por heterodoxo. Su rumba dramática y fatalista no encajaba en los cánones de una de las cunas del flamenco, demasiado angosta para sacudir a placer su chaqueta y bailar como no lo había hecho ningún hombre. Por eso, gitano y gay, a los 21 años se va a Madrid, donde recorre los tablaos El Duende, Los Canasteros y Torres Bermejas, aunque sus actuaciones a altas horas se prolongarían en los casoplones de la beautiful people.

"Era un excluido. Por su estilo musical, rompedor en la capital de la ortodoxia flamenca, y por su sexualidad, que no podía salir a flote dentro de los márgenes de Utrera", explica Paco Ortiz, director de Algo salvaje. La historia de Bambino, un documental que recupera su figura y barniza de bronce al artista crepuscular de los ochenta, cuando es víctima del desprecio a un género tachado de franquista por la modernidad y su histrionismo ya no epata como en las décadas precedentes.

Artista de culto, cautivó al lumpen y al señorío, pero no llegó a ser un cantante de masas. Uno de los motivos fue que sus canciones, escritas entre otros por Salvador Távora o Manuel Alejandro, no habían sido concebidas para ser tarareadas por el público. Es más, algunas letras cobraban una nueva vida en la garganta de Bambino gracias a su temperamento feroz, por lo que tampoco era fácilmente imitable por otros intérpretes. Quizás su heredera podría ser María Jiménez, quien se autoproclamó la Bambino con tetas.

"Por una parte, conquista a los ricos y a los poderosos; y por otra, a las clases más bajas. Sin embargo, se deja a la clase media, uno de sus fracasos. Y no llega porque se niega a aparecer en la televisión y en los medios, lo que provoca que se pierda al gran público", razona el director del documental, donde Fidel Moreno, director de la revista Cáñamo, abunda en las razones que le impidieron trascender más allá de sus fieles.

"Las canciones, para que sean populares, tienen que construir un terreno común con el oyente. Que no sea solo cantada por el intérprete, sino también por el oyente. Y en ese sentido a Bambino no había quien lo siguiera. La personalidad interpretativa de Bambino es tan fuerte que siempre está por encima de su obra. Y eso hace que no puedan viajar como canciones huérfanas, que puedan ser apropiadas por cualquiera. Es el embajador que brilla más que su país", argumenta el periodista.

Porque él no solo cantaba, sino que más bien interpretaba o actuaba. Era un artista teatral. Indomesticable y superlativo, no extraña que Raphael se apropiase de sus formas, incluidos los capotazos con su chaqueta. Sin embargo, el sevillano rehuyó de las cámaras y prefirió ser la fiera de un circo de pueblo que rugía en la capital. "No tuvo más remedio que irse de Utrera, pero bendito problema que nos causó a nosotros, porque gracias a ello pudo desarrollar su arte", comenta Ortiz.

La biografía de Bambino, cuyo nombre remite a una canción de Renato Carosone, se escribe de noche. Canalla y excesivo, la farándula bebe su música, mientras él esnifa la luna. Su arte cuaja entre la bohemia: la rumba, festiva en Peret, en él es drama. Alejado de lo jondo, lleva el bolero, el cuplé, el tango o la ranchera al terreno de la bulería. Y no usurpa las letras ajenas, con música de Alfonso Santisteban, sino que las hace suyas. Así, en carne propia, le canta al desamor, aunque los destinatarios son ellos y ellas.

En Mi amigo, por ejemplo, una mujer le echa en cara a su amante que se vaya con otra, si bien en su voz ese eufemístico amigo bien podría ser el amante de Bambino. "Hombres, mujeres, yo no hago diferencias, pero lo mío fueron los amores más salvajes", le confesó en una entrevista a Juan Pablo Silvestre, presentador de Mundo Babel en Radio 3, quien acaba de ser defenestrado. El comunicador es una de las voces que lo perfilan en el documental: "Él era el cordero de Dios que salva los pecados de la noche".

Paco Ortiz, director del documental 'Algo salvaje. La historia de Bambino'.
Paco Ortiz, director del documental 'Algo salvaje. La historia de Bambino'. Curro Medina / Sarao Films (FOTO CEDIDA)

Bambino es gioia di vivere y, al mismo tiempo, dolor, sentimiento y tragedia. Desprendido y manirroto, abundan las anécdotas que lo modelan como una persona altruista. "Vivía muy bien, porque su caché era alto, pero se lo gastó todo en invitar y en hacer feliz a la gente, quizás para compensar el drama de su repertorio", ironiza Paco Ortiz. También fue generoso con los artistas, a los que no dudó en promocionar. Así, introdujo a un jovencísimo Camarón en los tablaos y se lo llevó de gira.

También fue el artífice de la unión entre Camarón y Paco de Lucía, con quien había actuado en Torres Bermejas cuando era anunciado en la prensa como Bambino, el ye-ye gitano. El guitarrista se quedó prendado del cantaor y este, del rumbero. Años después, cuando el fotógrafo Alberto García Alix viajó a Cádiz para fotografiar a Camarón, le preguntó qué opinaba del intérprete de La pared: "Un artista de artistas". El gran revolucionario del flamenco abrazaba al maldito, mientras los puristas renegaban de él.

Paco Ortiz desecha el adjetivo, pues entiende que una vida disoluta no es sinónimo de malditismo. Tampoco el "doble tabú" que implicaba ser gitano y gay. Ni siquiera la falta de reconocimiento: Bambino no llegó más alto porque no quiso, ya que no se plegó al tutelaje de las cámaras y los flashes; más allá de los platós, tampoco busco los grandes escenarios, limitándose a sus tablaos y salas, pese a que la entrada no era asequible. "Maldito es su final, cuando llegan los ochenta, porque fue una época que lo destruyó", razona el director.

"Para un futbolista, triunfar significa fichar por el Madrid o el Barça. ¿Pero qué pasa si quieres jugar toda la vida en el Valladolid?", se pregunta Ortiz. "Tener éxito se usa con demasiada ligereza, aunque Bambino lo entendió perfectamente en su día, porque hizo su carrera y fue feliz". Sin embargo, tras los laureles en los sesenta y los setenta, comienza su declive, hasta que cae en el ostracismo en los noventa, pese al intento de resurgir en Los Lunes Flamencos que organizaba la sala Revólver.

El cantaor Enrique Morente había logrado arrastrar al roquerío hasta allí, pero el utrerano hace aguas en taquilla y solo acude un puñado de incondicionales. "El público de Bambino era la reserva canalla de occidente. Eran los que no se habían enterado de que ese mundo había desaparecido y le seguían en cualquier caso", explica en el documental Silvestre, quien describe su ocaso. "El mundo de Bambino era un mundo en decadencia en los ochenta. Se cerraron las salas de fiesta, se cerraron las boîtes… Aunque quizás no lo reflexionaba de esa manera, eso es lo que le estaba pasando".

Paradójicamente, siete años antes de aquel concierto, en 1985 había facturado Soy lo prohibido, su disco mejor producido, gracias a la buena mano de Gonzalo García-Pelayo. Le acompañaban su interpretación, las canciones y la temática, como refleja el corte que da título al álbum, Bambino en estado puro: fiebre, placer, pecado, aventura... "Soy ese beso que se da sin que se pueda comentar. / Soy ese nombre que jamás, fuera de aquí, pronunciarás. / Yo soy lo prohibido".

Sin embargo, aquel chaval que podría haber sido peluquero o futbolista decide regresar a Utrera. "Va dejando de ser Bambino, la estrella fulgurante, para volver a ser Miguel Vargas, un ciudadano anónimo. ¿Te imaginas a Elvis regresando a Memphis para tomarse cocacolas en un bar? En cambio, él se adaptó perfectamente a la vida en el pueblo", asegura Paco Ortiz, quien resume su generosidad y su campechanía en una frase: "Le importaba poco lo mucho, pero también le importaba poco lo poco".

Atrás queda, en palabras del director de Algo salvaje, la vida desatada de un moderno, un rompedor y un adelantado a su tiempo. "Interpretaba el dramatismo como si lo viviese, porque recordaba sus propias experiencias. Creó un estilo y su repertorio nos ayuda todavía hoy a sobrellevar la soledad y el abandono", añade Ortiz, quien señala que no le dolió despedirse para siempre cuando le detectaron un cáncer de garganta e intuyó que se acercaba su fin.

"Ya había vivido varias vidas de manera intensa, porque una noche suya era el año de un oficinista". No tenía hijos y la muerte de su madre y de su hermano le afectaron profundamente. "Parecía que el destino lo atacaba donde más le dolía, como al personaje de una tragedia griega, aunque ya no tenía nada que lo aferrase a este mundo". Su médico le dijo que podría vivir más años si se operaba, pero a cambio perdería la voz, que no quiso vender ni a dios ni al diablo.

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