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El fracaso de lo común que reveló la pandemia

El debilitamiento de los vínculos sociales y la creciente atomización de los ciudadanos explican, en parte, la notable incidencia de la covid. El Círculo de Bellas Artes de Madrid aborda la noción de fracaso y sus implicaciones presentes.

Un hombre pasa en bicicleta frente a un mural en Ciudad Juárez.
Un hombre pasa en bicicleta frente a un mural en Ciudad Juárez. HERIKA MARTINEZ / AFP

No es fácil lidiar con el fracaso. Quien más, quien menos se ha tenido que enfrentar a él en alguna ocasión, una pugna desigual de la que, según apuntan los más entusiastas, se sale mejor, más fuerte. El fracaso y sus alrededores, que son muchos y todos desapacibles, han protagonizado dos intensas jornadas en el Círculo de Bellas Artes, un programa de conferencias a las que han asistido fracasólogos diversos que han tenido a bien desmenuzar esa cosa esquiva que tratamos de pronunciar lo menos posible, y aún menos protagonizar.

Para empezar, una precisión; el fracaso por lo general te lo encasquetan, es subjetivo, difícilmente un fracaso es tan flagrante y rotundo como para que haya unanimidad al respecto. Aunque todo es ponerse. Como explica Valerio Rocco, filósofo y director del Círculo de Bellas Artes, "normalmente los considerados fracasados son los derrotados, pero no siempre porque hayan fracasado, sino porque el discurso imperante es el de los vencedores, ellos son los que atribuyen la etiqueta". Y una vez entras en ese dudoso linaje, ya seas un país del Este, un equipo de futbito en horas bajas o un plumilla de poca monta; lo tienes jodido.

Lo interesante, según apunta Rocco, es determinar los mecanismos que permiten atribuir y revertir la dichosa etiqueta. El fracaso, además, es un sello bipolar, lo mismo es motivo de indignidad y humillación que lo mismo se exhibe sin complejos. Ambientes próximos al mundo empresarial y al coaching apelan con frecuencia a ese desvergonzado mantra que nos habla de un supuesto éxito erigido sobre reveses previos; ya saben, aquello de fracasa otra vez, fracasa mejor. "Es una trivialización de lo que implica el fracaso, conviene tener muchas prevenciones frente a esa noción buenista y simplona".

Prevenciones que la profesora e investigadora Nantu Arroyo, integrante del Proyecto Europeo H2020 sobre el Fracaso y su reversibilidad, no duda en desgranar: "Este tipo de consignas sólo se pueden entender desde la condición de privilegio, nosotros no dependemos exclusivamente de nosotros mismos, dependemos de un determinado contexto social". O lo que es lo mismo; estamos ante consideraciones edulcoradas del fracaso, una falsa épica del éxito bajo la cual late con fuerza una ideología neoliberal que obvia las circunstancias con las que nos enfrentamos al fracaso.

El fracaso de lo común

Lo común, o lo público, entendido no como oposición a lo privado, está en franco declive. Es precisamente su decadencia lo que define el momento presente y el fracaso que somos. Un fracaso que, como explica Rocco, comprende tres niveles que van de lo individual a lo grupal pasando por lo institucional o político. "Nos han faltado espacios comunes, que son los que tradicionalmente han conectado al individuo con el poder, el espacio que antes ocupaba la religión, los sindicatos e incluso la familia, ahora nadie lo ocupa, se ha producido una desconexión que por un lado debilita los vínculos sociales y, por otro, genera incomprensión por parte del poder", apunta el profesor.

Esa desconexión, que es congénita al desarrollo del capitalismo, explica, en parte, la torpeza con la que se ha actuado frente a la pandemia. También la incomprensión generacional, fruto de esa progresiva atomización de la sociedad que ha hecho saltar por los aires muchas estructuras sociales que se han demostrado esenciales. En palabras de Rocco: "La pandemia ha evidenciado esa indiferencia generacional, es hora de que se fomente una genuina alianza intergeneracional porque sólo así lograremos reconstituir esos elementos mediadores que han perdido nuestras sociedades".

Límite de la imaginación

Y por último, lo imprevisible. La realidad, cuando se deforma y adopta tintes de irrealidad, se muestra ajena. Como si al salir del marco de lo previsible, se convirtiera en ficción o nos paralizara. Algo así sucedió en Europa a mediados de enero, un sarpullido de irrealidad en nuestras predecibles vidas que nos hizo fracasar en la contención de la pandemia. Según la profesora Nantu Arroyo, la lentitud con la que respondió Occidente responde a "una especie de límite de la imaginación que nos decía que algo así no podía ocurrir en casa, y es precisamente esa incapacidad a la hora de asumir la vulnerabilidad que somos lo que nos ha hecho reaccionar más tarde".

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