Este artículo se publicó hace 2 años.
Guiris vs. indies en el FIB: desmontando el tópico del turismo musical de botellón
Los británicos del Festival de Benicàssim han sido el blanco del público alternativo patrio. Joan Vich, en cambio, los describe como "educados y respetuosos" en el libro 'Aquí vivía yo', donde ajusta cuentas con los fibers de pata negra.
Madrid-Actualizado a
¿Los indies? Un público conservador, desagradecido y poco empático. No es un ataque, sino una reflexión. De hecho, Joan Vich se reconoce como parte de los indies que han nutrido durante años la pista del Festival de Benicàssim, donde empezó a trabajar en 1995 hasta que se convirtió en su codirector en 2019.
Currante, pues, aunque también aficionado. Así, cada edición elegía un par de conciertos para escaquearse de sus labores y poder disfrutar de sus bandas y artistas favoritos como un fiber más, denominación que no le hace especial gracia pero que sirve para definir a los habituales del FIB.
Ahora que forma parte de su pasado, mas con la experiencia todavía caliente, el director de la agencia Ground Control Management publica Aquí vivía yo (Libros del K.O.), una crónica personal de los veinticinco años que vivió en las tripas del festival. Con un estilo personal, si bien nada ególatra, desgrana anécdotas propias y de artistas como Amy Winehouse, Lou Reed, Morrissey, Noel Gallagher, Belle and Sebastian o Los Planetas.
Sin embargo, también hay espacio para describir los usos y costumbres de los promotores, los periodistas y los asistentes. Si nos ceñimos al público, debemos hablar de los indies, fauna autóctona antes del aluvión de fans británicos. Aunque a veces no salgan bien parados, huelga decir que el libro es un homenaje al FIB y, por extensión, a sus parroquianos.
"Los indies, en España, han sido siempre bastante conservadores", escribe Vich, quien los divide en dos grupos. Por una parte, el "indietrágico", más "esnob y conscientemente elitista", melancólico y fan de The Smiths. Por otra, el "agroindie", más campechano, simpático, conservador y numeroso. Querían ser modernos, pero, al contrario que los primeros, no sabían inglés, pese a que adoraban el britpop, explica en el libro.
"Por supuesto, había muchos más perfiles de chavalerío indie y, en el fondo, todos teníamos desde el principio una pizquita de indietrágico y un buen toque de agroindie", relata Joan Vich en Aquí vivía yo, donde señala que la escena indie original nació del hazlo tú mismo y del espíritu punk, entendiendo como punk "la actitud rebelde ante las convenciones burguesas" y no "la ley de la calle" que luego plasmaría el trap en sus letras y actitudes.
"Me temo que el indie era, en gran medida, menos progresista, más consciente de la tradición (aunque fuera para romperla) y, además, con menos orgullo de clase y más aspiraciones de clase media universitaria: en los noventa aún podías aspirar a vivir mejor que tus padres", escribe Vich, quien establece una comparación con los jevorros que asistieron al festival Costa de Fuego en 2012, donde también trabajó.
"La respuesta del público jevi ante ese cartel y esa organización fue impresionante, carente de esnobismo y rebosante de agradecimiento y amabilidad (¡incluso tiraban los vasos en las papeleras!) y nos hizo ver lo quisquillosos y lo malcriados que pueden llegar a ser los indies, posiblemente el público más desagradecido y menos empático que hay", escribe. "En general, es conservador respecto al cambio, a la evolución y al progreso, además de nostálgico", explica Vich a Público.
"En el libro yo quería huir de eso y del tópico de que el tiempo pasado siempre fue mejor, porque no lo creo, pues lo mejor siempre está por venir. Esa es precisamente la filosofía de la música pop", deja claro el mánager, quien relata en su libro la invasión británica después de que el irlandés Vince Power comprara el festival a sus fundadores, los hermanos Morán, propietarios en su día de la embrionaria Sala Maravillas.
Benicàssim no es Magaluf
"La música pop es, por definición, la búsqueda de la novedad y del avance. Sin embargo, gran parte de los indies, durante un tiempo, querían quedarse en 1995. Por eso soy agrio con su conservadurismo, aunque en el fondo yo sea uno de ellos", afirma el autor de Aquí vivía yo. Una crónica emocional de mis 25 años en el FIB.
"Hacía un tiempo que veían que su espacio natural, y el festival que tanto habían amado, se iba convirtiendo poco a poco en uno de los eventos preferidos del verano para miles de británicos con ganas de sol, playa y fiesta interminable. Las comparaciones con Benidorm o Magalluf empezaron a ser habituales", recuerda en el libro.
El FIB se había volcado en la promoción en el Reino Unido, lo que unido a los buenos precios y al elogioso boca a boca de los artistas foráneos hizo que en 2006 más de la mitad de los asistentes fuesen extranjeros, sobre todo británicos e irlandeses. Vince Power quería hacer caja y la fórmula era atraer a la juventud del otro lado del canal, que podría viajar en vuelos baratos, acampar en el recinto y, además de la música, disfrutar de la Costa del Azahar.
Joan Vich defiende en el libro que los jóvenes británicos tenían el oído educado. O sea, que no iban solo por la fiesta o, como se dice ahora, por la experiencia. Y, al tiempo, censura los comentarios de los fibers de pata negra, quienes decían que el FIB "ya no es el mismo", porque en realidad ellos "tampoco eran los mismos".
Los ingleses del FIB, asegura en Aquí vivía yo, "eran un público maravilloso. Será por tradición histórica, pero demostraban un conocimiento exquisito de la música de todas las épocas [...]. Era un público educado y respetuoso, en su gran mayoría, pero con un nivel de desinhibición y unas ganas de divertirse por encima de todo que daba verdadero gusto verlos", escribe.
El cliché del guiri botellonero hace aguas, a su juicio, porque "la gente que ya no iba a Benicàssim era la que comentaba que se había convertido en un festival para guiris, aunque también es cierto que alguno tomaba por inglés a cualquier rubio, pelirrojo o con pinta de muy moderno [risas]". Vich cree que el público clásico español pecaba de "capacidad de fabulación" a la hora de propagar alguna leyenda negra —o dorada, pero para conocer los detalles procede leer el libro— y le atribuye "algunas dosis de xenofobia y chauvinismo".
Flamenco y "talibanato indie"
Hay dos hitos en la apertura del festival a otros géneros musicales. Uno, prematuro: la noche de 1998 en la que Björk invitó a subirse al escenario a Raimundo Amador, fundador de Veneno y Pata Negra, quien había grabado en Málaga unas guitarras para So Broken, una de las canciones incluidas en la edición española de Homogenic.
¿Flamenco en Benicàssim? Una avanzadilla, pues en 2008 el cantaor Enrique Morente interpretaría el Omega junto a Lagartija Nick. Parte del "talibanato indie" no conocía, según Vich, So Broken ni se esperaba la presencia de Raimundo Amador, pero "aquello funcionó a las mil maravillas", escribe.
El otro hito está protagonizado, precisamente, por Kiko Veneno, amigo de Raimundo y tercer miembro del grupo que llevaba su apellido. En 2007, una muchedumbre marca España espera la salida al segundo escenario del compositor de Échate un cantecito. Entonces, los "exiliados en su propia tierra" empiezan a gritar: "¡¿Dónde están los guiris, dónde están los guiris?!". A lo que Kiko Veneno correspondió con un comentario cómplice: "Ese ritmo y ese compás, ¡esos guiris!".
Eran tiempos en los que la presencia de muchos grupos británicos respondía a que buena parte de los fibers eran paisanos suyos. Luego, en un giro que ya habían adoptado otros festivales, donde se alternaban artistas de estilos dispares, el festival programó en 2012 a David Guetta, quien compartió cartel con Bob Dylan. Y seis años después fue el turno de C. Tangana. Joan Vich intentó fichar a algún otro artista que le daría de nuevo la vuelta a la tortilla fibera, sin embargo sus propuestas no cuajaron.
El FIB y la guerra de los festivales
Infelizmente, la pasta que entraba en Benicàssim era destinada por Vince Power a tapar los agujeros económicos de otros festivales que dirigía. "Para nosotros era un poco frustrante, porque veíamos que cada día resultaba más complicado trabajar, cuando en realidad el FIB era solvente, pero gran parte del dinero se iba para Inglaterra", asegura Joan Vich.
Había comenzado la guerra de los festivales, que hizo subir los cachés de los artistas y llevó a la quiebra a algunos eventos. "Sucedió como en el fútbol. Al ser un mercado con pocos cabezas de cartel, la lucha para conseguirlos se convierte en una subasta. No creo que sea culpa de los artistas, simplemente aprovechan una situación. Y los promotores están dispuestos a pagar mucho porque esas bandas venden miles de entradas", analiza el mánager.
"Ahí está la temeridad de los promotores: ser razonables o lanzarse al vacío sin red", añade Vich, quien rechaza que exista una burbuja de los festivales. "Si dura catorce años, ya no es una burbuja, sino que estamos en un nuevo contexto. Eso no quita que me parezca inmoral que se paguen esas cantidades". En paralelo, algunas bandas pequeñas se han quejado de que las condiciones que les ofrecían eran muy precarias.
Vich asegura que los programadores no aceptaban ese trato con los artistas emergentes y que, si era necesario, se plantaban ante los dueños del festival para defender sus derechos. "Había bandas que, como mínimo, cobraban 800 euros. No es mucho, pero sí un caché digno", cree el escritor, quien niega que en el FIB se les pagase solo con visibilidad. "Ahora bien, sí que hay sitios en los que les piden que toquen gratis".
"Hay que reconocer que los grupos pequeños rellenan el cartel, aunque no aportan ventas de entradas. Simplemente, es un intercambio en el que hay que pagar un mínimo digno. En todo caso, una banda no puede compararse con otra que cobra un millón de euros, porque si es así es porque vende miles de entradas", concluye Joan Vich, quien al final del libro le da las gracias "a todos los asistentes al festival" y "a toda la gente bonita que ha vuelto alguna vez del FIB diciendo que aquella había sido la mejor semana de su vida". Indies incluidos, por supuesto.
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