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Harpo, la voz secreta de los Marx

Una vida alegre, divertida, llena de inconvenientes, partidas de póquer y pantomimas contada por él mismo.

PEIO H. RIAÑO

Harpo se pesó en una báscula de la suerte y la tarjeta de la fortuna que le soltó la máquina decía: 'Habla usted demasiado. Recuerde: el silencio es oro'. Pero para entonces él ya llevaba tocando la bocina en el escenario 20 años, sin decir ni ay. Enmudeció durante una de las primeras giras de funciones únicas, que los hermanos Marx hicieron durante más de 12 años, a lo largo de unos 40.000 kilómetros y 300 ciudades, con el espectáculo Home Again.

Allí, en Champaign, Illinois, en la ciudad que tiene más restaurantes por persona que cualquier otra ciudad de EEUU, allí, calló porque en aquel bolo el crítico del periódico local escribió algo así como que bordaba su papel del personaje Patsy Brannigan, que estaba caracterizado y vestido a la perfección e imitaba al inmigrante irlandés con mucha gracia en su pantomima. 'Desgraciadamente, el efecto se pierde cuando habla'. El artículo fue un duro golpe para el orgullo del segundo de los Marx, quien veía cómo nunca podría superar a Groucho o Chico hablando.

Buscó entonces consuelo en las palabras de su madre, Minnie, representante y responsable de que hoy escribamos y leamos sobre los hermanos Marx. Pero ella, consciente de la magulladura de Harpo, no fue capaz de consolarle: 'Me miró con tristeza y compasión. Pero no me dijo: Olvídalo, ¿qué sabrá ese tipo?'. No me dijo nada. Enmudecí. Nunca más dije una palabra, ni en el escenario, ni frente a las cámaras, como Hermano Marx'.

Tres años antes de morir Harpo Marx —antes Adolph y luego Arthur para evitar los rencores contra una familia de inmigrantes alemanes en Nueva York en plena Segunda Guerra Mundial—, decidió hacer balance de su vida. Y lo tituló ¡Harpo habla! En él recuerda cómo al siguiente pueblo al que llegaron tras Champaign, Illinois, se volcó en cuerpo y alma a la pantomima. Buscó recursos escénicos que no requiriesen palabra y despegó su genio cómico, bajo la referencia siempre de Charlie Chaplin, de quien veía todas sus películas varias veces.

'Robé una bocina en forma de bulbo de un taxi [¡Jonk, jonk!] y me la puse bajo el cinturón para interpretar mi papel en Home Again', escribe a los 72 años de edad en su residencia de Los Ángeles, con menos pelo y rodeado de cuatro hijos y tres perros. Y quitándose cinco años en su propia autobiografía: nació en 1888 y no en 1893, como apunta al arrancar este relato en el que no hay chiste que supere al lenguaje que utiliza el actor, y eso siendo una lectura absolutamente divertida y alocada.

Se tiene voz porque se tiene muy poco que decir, debió pensar aquel pequeño comediante que se pasaba al silencio, como el que manda el dios griego Harpócrates, la divinidad que se coloca un dedo ante la boca para mandar callar y discreción si no se tienen más que palabras atolondradas y equivocadas. Harpo fue Harpócrates sólo en escena.

Su voz es el enigma sin testigos del que cuelgan cientos de leyendas alimentadas ahora en internet: corren por las páginas web dedicadas a la vida y obra de él y sus hermanos enlaces a archivos sonoros en los que anuncian entre exclamaciones '¡Escucha la risa de Harpo en el show de Ed Sullivan!' o '¡Harpo suelta un jonk, jonk'!'.

Según cuenta él mismo en el libro que publicará Seix Barral el próximo otoño, si hay algo que lo caracteriza es la única cosa que el público no conoce: su voz. 'Todavía hablo con el acento de la calle 93 Este de Nueva York. Pronuncio mi nombre de manera que suena algo así como Hoppo'.

Harpo vivió entre él y su personaje. El segundo lleva su mismo nombre y es algo parecido a una celebridad, calza peluca roja y desaliñada y una gabardina harapienta. No habla, sólo muecas y charadas.

Para descubrir al primero en alguna de las 15 películas de los Marx basta con diferenciar entre aquel Harpo que persigue a una chica y el que se sienta a tocar su instrumento. 'Ese soy yo. En cuanto toco las cuerdas del arpa, dejo de ser un actor'. Ese, el del arpa, el más aburrido de los dos, es precisamente el Harpo que sacó papeles secretos de Rusia clandestinamente, que cabalgó con el príncipe de Gales, al que echaron del casino de Montecarlo, a quien George Bernard Shaw pidió consejo o el que jugó al ping-pong con el grandísimo compositor George Gershwin.

Justo en este preciso instante suena Rhapsody in blue del maestro que ha ilustrado con su piano las mejores películas de Manhattan de Woody Allen. Todavía se llevan los neones en los bares, grita una trompeta, se abre el telón y aparece una concurrida calle de Nueva York revuelta, con caballos, carros, niños, puestos, buscavidas. Estamos en el barrio de los Marx.

Subimos al apartamento del edificio en el 179 de la calle 93 Este, en el pequeño barrio judío comprimido entre los irlandeses por el norte y los alemanes por el sur. Eran pobres, muy pobres. 'Siempre teníamos hambre', recuerda Harpo. Había que alimentar nueve bocas cada día. Allí metidos vivían cinco chavales, la prima Polly, su padre Frenchie (Sam Marx, el amo de la casa, el cocinero de la familia, el hombre con sólo dos vicios: la lealtad por cualquier persona que conociera y el pinacle), su madre Minnie y su abuela, de quien le viene su afición por el arpa.

Harpo describe a su madre como el motor que arrastraba a todos. 'Minnie tenía la ambición suficiente para llevar a cabo cualquier plan que se hubiera trazado', cuenta de ella. No dejó de trabajar, planificar y urdir hasta que no vio a sus hijos colocados en la cima del espectáculo, mientras contaba chistes y armaba jaleo. 'El plan de Minnie era simplemente llevar a su hermano pequeño (Al Shean) y a sus cinco hijos al escenario y hacer que triunfaran'.

Frenchie y Minnie habían montado una sociedad de negocios, en la que ella se encargaba del exterior y se peleaba con el mundo para realizar el destino de su familia, mientras él se dedicaba al interior y se quedaba en casa a coser y cocinar. 'Minnie era la jefa absoluta. Tomaba todas las decisiones, pero a Frenchie esto no parecía molestarle', repasa Harpo, quien se recrea en el detalle de su infancia al escribir sus memorias con la misma importancia que sus años de fama y cine.

Los Marx fueron una familia enriquecida a base de hambre, la verdadera medida del ser humano. A los 8 años nuestro protagonista abandona la escuela, harto de que le lanzaran fuera de su clase por la ventana varias veces al día, y se busca la vida en las calles de la Nueva York de principios de siglo. Tres años después contaba con una paga que consistía en una ciruela pasa por hora, repartiendo huevos, tras haber durado poco como clasificador de tartas.

Encuentra en Chico, dos años mayor que él, a su mejor maestro. Cartas, ventas, billar, chicas, timbas, las especialidades del hermano que podía oler el dinero, que sedujo al productor que les llevó por primera vez a Broadway y les hizo famosos en todo el país durante una partida de pinacle. El mismo que más tarde embelesó al productor que les metió en las películas de clase A. Groucho apenas aparece en estas más de 500 páginas, salvo para aclarar que ya antes de los 10 años de edad 'iba camino de transformarse en un ratón de biblioteca, y miraba a los juegos de azar por encima del hombro como una cosa ingenua e infantil'.

En las calles de Nueva York de principios de siglo XX Harpo encontró ante el escaparate de una tienda de puros de la avenida Lexington la afición con la que montaría el resto de su vida. Allí estaba Gookie, un tipo que liaba puros de cara al público al otro lado del cristal. 'Cuando alcanzaba su máxima velocidad liando puros era un espectáculo digno de ver', se quedaba delante de él y trataba de imitar la cara de este tipo gruñón durante 15 o 20 minutos seguidos. Hasta que un día perfeccionó el trabajo y le soltó la imitación. 'Debió ser bastante buena porque se enfadó como el demonio y empezó a agitar el puño y a lanzarme maldiciones [] nunca desistió pescarme cuando me ponía a imitarme a través del cristal', cuenta el actor.

'¡Lánzame un Gookie!', le gritaban presas del pánico Chico o Groucho en escena cuando notaban que el público caía y él retorcía la boca, con los labios colgando y los ojos en órbita, el gesto que lanzó también en películas. A los 12 años Harpo se ganó el respeto de Chico gracias al hombre rechoncho de los puros, mientras daba los primeros pasos en el mundo de la pantomima.

Lanzó Gookies hasta en Moscú. Y allí también se troncharon. A los 45 años de edad Harpo Marx, apenas diez años después de triunfar en Broadway junto con la tropa, se mete en el bolsillo él solo a la cúpula política de Stalin y se hace espía por un día, cuando el embajador norteamericano le pide en su regreso a EEUU que pase la frontera unas cartas pegadas a su cuerpo: 'Este paquete debe llegar a Nueva York sin ser detectado. Nadie debe saber que lo tiene. Se lo ataremos a la pierna, bajo el calcetín'. Acepta.

De camino, hace escala en Hamburgo, recordemos, año 1933, y contempla una hilera de tiendas con estrellas de David y la palabra 'Jude' pintada encima, y dentro personas amontonadas: 'El espectáculo más aterrador y más deprimente que jamás había visto', dijo. Hitler llevaba seis meses en el poder y ya estaba preparándolo todo. 'No había vuelto a tener tan clara conciencia de ser un judío desde mi bar mitzvah', dice.

Así que atraviesa Alemania lo más rápido que puede y entra por Varsovia. La Unión Soviética acabaría semanas más tarde dándole las gracias por 'los preciosos momentos de placer' que había ofrecido durante su visita al país, tras una gira con varias funciones, como subió a reconocerle el ministro de Exteriores Maxim Litvinov en su última actuación. Le tendió la mano. Harpo se la estrechó. Y una cascada de cuchillos de metal cayó de la manga del ministro con gran estrépito sobre el escenario. ¡Jonk, jonk! y risas.

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