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Hartos de la guerra civil

Los filmes contemporáneos sobre el conflicto, un género maldito sin grandes títulos desde hace tres décadas, provocan rechazo entre muchos espectadores y se basan en unos códigos que empiezan a estar obsoletos.

CARLOS PRIETO

Putas, maderos y Guerra Civil. Una de las leyendas negras del cine español es que sólo trata esos tres temas, una y otra vez, sobre todo la guerra. Pues no se vayan todavía, porque aún hay más: Pedro Almodóvar quiere rodar una película sobre el conflicto bélico. Durante la presentación en Cannes de su último filme, el cineasta barajó la posibilidad de adaptar Decidme como es un árbol, autobiografía del poeta comunista Marcos Ana.

'Tengo la sensación de que todavía no se ha hecho la gran película sobre la Guerra Civil', dijo. 'Otros no ven a Almodóvar haciendo esta película, pero no será la típica historia en la que aparecen camisas azules y fusiles. No hará una película panfletaria', respondió Ana.

Lo curioso es que las palabras de Ana y Almodóvar, que aluden a la falta de calidad y al maniqueismo, son parecidas a las que se suelen usar a la hora de describir las producciones contemporáneas sobre la guerra. 'La sensación es que hay una saturación de películas sobre el tema, pero el caso es que no se producen tantas. ¿Por qué estamos hartos entonces?', se pregunta Rafael R. Tranche, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, que ha escrito varios estudios sobre el tema

'Creo que el problema es que la mayoría de los filmes no acierta a reflejar la complejidad de la época y, para colmo, los que se limitan a ofrecer un producto comercial que renuncia a la precisión histórica, tampoco suelen funcionar bien en taquilla', añade Tranche.

El caso es que cuando se pregunta acerca de la películas más significativas sobre el 36 y sus consecuencias, casi todo el mundo menciona títulos rodados hace más de un cuarto de siglo, como La caza (Carlos Saura, 1966) y El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), aclamadas por la crítica, o Canciones para después de una guerra (Basilio Martín Patino, 1971) y Las bicicletas son para el verano (Jaime Chávarri, 1983), que combinaron en su día éxito de público con beneplácito crítico.

¿Se han cansado los jóvenes de ver películas sobre la guerra de sus abuelos? En opinión del director Jaime Camino, sí. 'Los cineastas de mi generación tienen que cambiar de temática y estilo', afirma el autor de películas claves sobre el conflicto como La vieja memoria (1979) o Las largas vacaciones del 36 (1976). Pese a todo, cabría preguntarse qué tienen los títulos contemporáneos para no acabar de ganarse un hueco en el imaginario colectivo.

Las largas vacaciones del 36 y, sobre todo, Las bicicletas son para el verano, con sus historias cotidianas de personas alejadas del frente, establecieron las bases de la mayoría de los filmes posteriores sobre la guerra. El problema es que, desde entonces, con títulos como Tu nombre envenena mis sueños (Pilar Miró, 1996), La hora de los valientes (Antonio Merecero, 1998) o La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999), la tendencia fue degenerando hasta convertirse en un cliché.

'Lo significativo es la aceptación de una serie de códigos formales de la imagen', cuenta Vicente Sánchez-Biosca, autor del ensayo Cine y Guerra Civil española. Del mito a la memoria (Aliaza), donde desmenuza algunos de los tópicos que se han hecho fuertes en las producciones bélicas españolas desde los años 80.

'Decir que una misma tonalidad de imagen (ocre y crepuscular), un ritmo determinado del relato (moroso y ensoñador) y la preferencia por unos protagonistas jóvenes e incluso niños (en su despertar a la vida o, si se prefiere, en su educación sentimental) servía casi por igual para la experiencia de la guerra (en retaguardia) y para el franquismo, ofrece una pista nada desdeñable de la indiferencia que estos relatos sentían hacia el referente histórico preciso', dice desmenuzando los lugares comunes.

'Es curioso que un acontecimiento como la Guerra Civil, que si por algo destaca es por su complejidad se mezclan la lucha de clases, los factores religiosos e incluso los intereses internacionales, suela reflejarse en el cine a través de conflictos tan esquemáticos, maniqueos y simplificadores que, si los trasladases tal cual a cualquier otra época de nuestra historia, funcionarían perfectamente, lo que demuestra lo poco que importa en realidad el sustrato conceptual de la época', añade Tranche.

Los cineastas ofrecen miradas sentimentales sin carga política

¿Se imaginan a Durruti escuchando un MP3? Exageraciones aparte, los anacronismos están a la orden del día en las películas sobre los enfrentamientos del 36. 'Bajo la apariencia de rendir homenaje a la utopía libertaria, Libertarias (Vicente Aranda, 1995) mira con indiferencia al mundo que escenifica para centrarse en el protagonismo actual de la mujer', dice Bioca. 'Sus personajes son mujeres de hoy día disfrazadas de época. Lo sintomático es que, ante los imperativos del presente, el pasado que desea ser evocado desaparece sin dejar huella. Representa la imposibilidad de mirar al pasado con rigor para quien se siente demasiado colmado con su presente'.

En su análisis de Las 13 rosas (Emilio Martínez Lázaro, 2007), el crítico Sergio F. Pinilla, esboza algunas causas de este sorprendente desinterés por el contexto histórico de las películas que tratan de recrear, por ejemplo, la represión franquista: 'Entre articular una lectura política o provocar una respuesta emotiva en el espectador, el director escoge ésta última opción. Impregna así de costumbrismo televisivo el relato de uno de los episodios más lacerantes de la desoladora posguerra española. Este emplazamiento procede tanto de su dilatada trayectoria en el seno de la industria como del abandono de cualquier interrogante estético o ideológico'.

Por tanto, uno de los fenómenos más fascinantes del cine contemporáneo sobre la guerra es que, pese a que la mayoría de los directores blanden la bandera del progresismo y la recuperación de la memoria histórica, sus críticos aseguran que se trata de películas desideologizadas y que pecan de desmemoria compulsiva.

A la hora de criticar la falta de complejidad política de los filmes actuales, se suele citar como ejemplo (de lo que debería hacerse y no se hace) el filme La vieja memoria, (Jaime Camino, 1979), documental que recogía los testimonios de algunos de los principales protagonistas de la guerra y en el que, por dar un ejemplo, comunistas y anarquistas se tiraban los trastos dialécticos a la cabeza.

'La película se convirtió en una aguda indagación poliédrica sobre las memorias individuales en ambos bandos, poniendo de relieve sus flaquezas, manipulaciones y contradicciones', explica Román Gubern, guionista de un filme que, en lugar de recrearse en el mito de las dos Españas, se metía en todos y cada uno de los charcos bélicos.

La confrontación de testimonios de La vieja memoria era una 'buena manera de analizar los conflictos de aquella época sin crear un idilio, como las bienintencionadas películas recientes, que no van más allá de las víctimas pobrecitas y los verdugos inmisericordes. No se trata de eso. A las víctimas hay que tratarlas como víctimas, sin duda, pero eso no significa que haya que leer el pasado como un pasado sin conflicto', cuenta Biosca.

En esa línea, el crítico Jordi Bernat criticaba la adaptación de Los girasoles ciegos: 'Las narraciones de Alberto Méndez, me parecen un duro y necesario tributo a los vencidos', cuenta. 'El filme lee sagazmente la lírica incubada pero la utiliza en aras de un sentimentalismo afectado y sobón. No faltan el buen republicano y el niño indefenso. Y un final que algunos verán como el triunfo de una mirada hacia el pasado que se confunde con idílicos deseos de bondad y que, en el fondo, no es más que confortabilidad'.

Ahora sólo queda esperar a ver si Almodóvar se tira, con niño indefenso o sin él, a una de las piscinas más malditas del cine español contemporáneo.

El niño con picores. Un niño con calenturas. Una vecina ‘macizorra’. Un portal oscuro. Ah, y unos tiros de vez en cuando.

El republicano bueno. Es tan buena persona que a su lado Gandhi parece el capo de los Ultrasur.

El falangista sanguinario. Imprescindible. Lleva 4 pistolas en cada mano y dice ‘joder’, ‘coño’ y ‘me cago en la puta’ 6 veces en cada frase.

La mujer de hoy. Como si fuera una parodia de 'Terminator', las mujeres de la guerra (léase ‘milicianator’) llegan a 1936 procedentes del siglo XXI. Y se las saben todas.

 

'Las bicicletas son para el verano'

Basándose en la obra teatral homónima de Fernando Fernán Gómez, Jaime Chávarri filma la cotidianeidad de una familia madrileña que pasa la guerra alejada de la primera línea del frente. Un clásico popular.

'La vieja memoria'. Documental ejemplar en el que Jaime Camino afronta, mediante testimonios contrapuestos, los grandes conflictos de la guerra: la confrontación entre las izquierdas, las luchas de poder entre la derecha, o el conflicto religioso.

'Canciones para después de una guerra'

Basilio Martín Patino recupera el cancionero popular de la época para recrear los años de la hambruna mediante imágenes de archivo. Su mezcla de nostalgia y crítica sigue desconcertando hoy día por su ambibalencia política. Un hito.

'El espíritu de la colmena'

Para algunos, la mejor película de la historia del cine español. Dos niñas de ocho y seis años, Isabel y Ana, van al cine a ver El Doctor Frankenstein. A partir de ahí, comienzan a brotar los fantasmas de la posguerra española.

'La caza'

Saura y sus clásicas alegorías. Aprovecha la excusa de un plácida jornada de caza (que se acaba transformando en una cacería humana), para realizar un análisis inmisericorde de los vencedores de la guerra.

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