Este artículo se publicó hace 4 años.
La masculinidad furiosa y tóxica
Robert Eggers se adentra en los rincones más negros de la masculinidad con su segundo largometraje, ‘El faro’. Premio FIPRESCI de la crítica internacional en la Quincena de Realizadores de Cannes, la película está protagonizada por Willem Dafoe y Robert Pattinson.
Madrid-
Claustrofóbico, sucio y apestoso, violento emocional y físicamente, extremadamente perverso, cruel y magnífico. El segundo largometraje de Robert Eggers, El faro, es un tenebroso encuentro cara a cara con las desviaciones de la masculinidad, un experimento radical que confirma a este cineasta como uno de los nombres a tener especialmente en cuenta y no solo en el género de terror.
Profunda inmersión en la oscuridad, en los rincones más sombríos del hombre, la película de Eggers llega cinco años después de su sorprendente debut con La bruja. Y si en aquella se advertía un relato construido sobre una convicción feminista, en ésta el cineasta ha permitido que los peores instintos masculinos rocíen de negrura a sus dos personajes.
Protagonizada por Willem Dafoe y Robert Pattinson, que se baten en un duelo impresionante como actores y en un combate repulsivo, humillante y violento como personajes, la película se alzó con el Premio FIPRESCI de la crítica internacional en el pasado Festival de Cannes, en la Quincena de Realizadores.
Rodada en blanco y negro y en 1:1 (relación de aspecto cuadrada), esta historia ambientada en una isla solitaria de Nueva Inglaterra en el siglo XIX podría estar sacada directamente de algunas fotografías antiguas y en ella se perciben las luces y sombras del cine de Murnau, de Dreyer…
El dominio, la fuerza bruta
Pantalla negra durante unos segundos –Eggers advierte ya de la oscuridad que se avecina– antes de la aparición del título e inmediatamente después, un cuadro invadido por una espesa niebla. El sonido penetrante de la bocina de un barco acompaña a los dos personajes de la historia, el veterano farero Thomas Wake y su joven ayudante Ephraim Winslow, a la llegada a la isla. Allí pasaran completamente solos cuatro semanas hasta que llegue el relevo.
"Nada bueno puede ocurrir cuando dos hombres se quedan solos en un falo gigante", ha repetido en unas cuantas entrevistas el cineasta Robert Eggers al hablar de su película y de las consecuencias del enfrentamiento de dos machos aislados, luchando por imponer cada uno su poder y fascinados ambos por la misteriosa luz. Es el dominio, la fuerza bruta, la maldad descontrolada, la guerra atávica del ser humano. "Todo es ancestral", sentencia el farero, un espectacular Willem Dafoe que se las da de viejo lobo de mar retirado ahora en sus faros y que habla con un falso lenguaje shakesperiano, miltoniano, que atemoriza y apabulla y que es producto de una profunda investigación realizada por el director y su hermano Max Eggers, coautores del guion. Algunas de las sentencias de la película se han extraído de los diarios de Herman Melville.
Leyendas y supersticiones
"Si la muerte pálida, con agudos temores, hiciera que el océano se derrumbara en nuestra cama, Dios, que escucha las marejadas, se dignará para salvar el alma suplicante. ¡Por estas cuatro semanas!". El brindis marinero, primer enfrentamiento entre los personajes, es también lo primero que se escucha de ellos en esta película, un relato cargado de antiguas leyendas, de supersticiones y de secretos.
La furia, la violencia y el sexo –"el sexo da miedo en esta película", ha dicho Eggers– se confunden en la soledad y en medio de la tormenta con la locura. Dos hombres cara a cara, avivados sus más primitivos y degenerados instintos por el alcohol, que no pueden confiar uno en el otro, pero que aun así se necesitan y encuentran extraños momentos de camaradería.
"Maldíceme si no hay un viejo espíritu de alquitrán en ti, muchacho". Ríe Thomas Wake ante una respuesta de Ephraim Winslow. Ahí se encuentran, ahí ambos son lo mismo. Hombres reflejados uno en el otro, en una lucha feroz por el sometimiento del otro y provistos de las mismas armas.
"Sucia, apestosa, táctil"
La masculinidad es dura y tóxica, quiere decir Robert Eggers con estos personajes de El faro. En la esencia del macho está la agresividad, no hay paz para ellos en la paz. "¿Cuál es el peor enemigo del marinero?", pregunta Thomas Wake a su ayudante, "la calma chicha. Más malvada que el diablo. El aburrimiento convierte a los hombres en villanos".
Villanos de hoy y de siempre. Malvados en blanco y negro. Luz, la luz, y la oscuridad y las tinieblas. Barro, agua de tormenta y de mar, vómitos, flatulencias, malos olores, podredumbre… y seres fabulosos –sirenas, Neptuno, pulpos gigantes…– reinterpretados desde atávicas convicciones masculinas. "Quería que fuese una película sucia, apestosa, táctil, rodada en blanco y negro", dice el cineasta que consigue, de nuevo, ofrecer una mirada moderna desde una historia de un siglo ya pasado y con el aspecto de un celuloide que no hemos visto en cien años.
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