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Los mil y un atracos y huidas del Malo Dieguito, uno de los cabecillas de la fuga masiva de la Modelo de Barcelona
Durante tres décadas, el Malo Dieguito cometió cientos de atracos, tiró de gatillo fácil, y se fugó tantas veces como pudo, pero ha pasado a la historia por ser uno de los cabecillas de la fuga de 45 presos de la Modelo de Barcelona. Un episodio que llega
Celia Castellano Aguilera
Actualizado a
El 20 de junio de 1978, un chaval de veinte años es abatido por una ráfaga de la Guardia Civil después de atracar una gasolinera de Cornellà. ¿El botín? 15.000 pesetas, a repartir entre tres compinches. Los agentes, que lo han interceptado en un control en la autovía de Castelldefels, lo dan rápido por muerto, pero el asaltante ha sobrevivido a los siete balazos que ha recibido en varios intercambios de tiros. Se trata de Juan Diego Redondo Puertas, más conocido como el Malo Dieguito, y pasará varios meses en la cama de un hospital. Tan solo un par de semanas antes había conseguido fugarse de la Modelo de Barcelona, saliendo por una alcantarilla. Una gesta tan hábil como, aún hoy, sujeta a interpretaciones dispares. Esta solo será una de las muchas apuestas de un hombre enganchado a la vida, una vida corta durante la cual vivió más tiempo encerrado que en la calle.
"Mi nombre es Juan Diego Redondo Puertas, el Malo para la policía, y el Malo Dieguito para los amigos. Dicen que de ancestros bandoleros". Así arranca La fuga de los 45 (Maikali, 2004), el primer libro del Malo Dieguito, escrito desde la prisión. Cuenta que nació en Sierra Nevada el 6 de octubre de 1959 y que con siete años se fugó de un internado para niños huérfanos de Barcelona. Fue de este modo como comenzó su prolífica carrera, escapando del orden que se imponía en los orfanatos y reformatorios del tardofranquismo.
De allí donde lo encerraban, él conseguía escabullirse y sobrevivir a toda intemperie. Tenía, lo que se acostumbra a decir, calle. Pronto comenzaron los robos: poca cosa al principio, pero no aplazó demasiado el momento de formar una banda y ascender en el mundo del atraco a mano armada. A los 15 años ingresó por primera vez en la Modelo de Barcelona, de la que salió poco después. No tardaría mucho en volver a cruzar esos muros. En el momento de su gran evasión ya había pisado cinco veces la cárcel.
"Diego era un seductor, un pillo, una mirada viva. Era alguien con ganas de continuar haciendo travesuras, porque él se divertía delinquiendo. Vivía de eso, pero además lo disfrutaba, lo hacía con mucha alegría", relata la periodista Neus Sala, autora de la serie documental El puzzle blanco, de Telecinco, quien mantuvo una relación de amistad de cinco años con el atracador.
"No niego que he atracado, he robado, he hecho las mil y una, me he escapado treinta veces de las prisiones, pero puedo presumir de que nunca he ido a robarle a un pobre ni matado a nadie", decía él en una llamada telefónica de 2008. Lo de no matar habría que verlo, pero nunca se le imputó ningún homicidio.
La historia del Malo Dieguito que merece ser contada comienza a mediados de los setenta. Las cárceles de las postrimerías del franquismo dan buena cuenta del cambio que se le exige al país. Los presos comunes comienzan a prestar atención a las reivindicaciones de amnistía de los presos políticos y se preguntan qué será de ellos.
"Aunque tienen claro que son colectivos diferentes, ellos están a la expectativa, y con la primera amnistía de julio de 1976 se produce un sentimiento de agravio comparativo. Es entonces cuando un grupo de presos comunes de la cárcel de Carabanchel, en la que había muchos opositores a la dictadura, decide hacer una acción para reivindicar que ellos también quieren salir, que también quieren participar de la nueva etapa", explica el historiador César Lorenzo, autor del libro Cárceles en llamas (Virus editorial, 2013).
Los reclusos viven en la mugre y duermen donde pueden en unos penales que, faltos de inversión y destrozados por los motines, son un gran albañal. El maltrato se da por hecho y apenas hay médicos. El enojo de los presos por sus condiciones de vida lleva a la creación de la Coordinadora de Presos Españoles en Lucha (Copel), en Carabanchel. Algo que, debido a los traslados, no tarda en extenderse a otras prisiones.
"A Barcelona llega en febrero del 77 en una nota que incautan en el patio a uno de los reclusos que había estado en Madrid", detalla Lorenzo. Por aquel tiempo, no hay semana que en la Modelo no haya presos con los brazos rajados. "En un motín quemamos la cárcel, me autolesioné, participé en huelgas de hambre, bebí lejía, me tragué cuchillas de afeitar, muelles y pilas. Todo ello para reivindicar los objetivos de la organización", relata el Malo Dieguito, quien coincide en algún momento con caras visibles de la represión como Lluis Maria Xirinacs y Josep María Huertas Claveria.
La Copel pide, entre otros, la amnistía total, la depuración del cuerpo de funcionarios y la reforma de la Ley Penitenciaria. Una renovación que no se alcanzará hasta 1979. En los albores de la Transición, las autoridades conceden mejoras en cuentagotas para evitar los motines que incendian las cárceles. Dan algunos permisos mientras imponen restricciones en las comunicaciones y neutralizan a los agitadores a base de traslados. Una de cal, otra de arena. "En Barcelona, después de una visita de García Valdés, el director general de Instituciones Penitenciarias, los presos consiguen que les dejen una cierta capacidad de maniobra en la gestión de la vida cotidiana, lo que permite un mayor margen de movimiento para organizar la fuga (de los 45), paradójicamente", explica Lorenzo.
Es primavera de 1978. Diego decide fugarse de la Modelo, cuyas entrañas conoce mejor que la palma de su mano. La idea hace tiempo que va cogiendo forma en la cabeza de varios reclusos y el plan llega de imprevisto. Descubren el hueco de un ascensor inutilizado junto a la enfermería, bajo el cual hacen un butrón. Desde allí comienzan a cavar un túnel por el que deben salir 600 presos.
El relato de Diego hay que cogerlo con pinzas por el exceso de aderezo y las grandes concesiones que se hace a sí mismo. Llama a su número dos, José Antonio Antúnez, "mi lugarteniente", aunque será más recordado como el ingeniero, aún hoy en prisión. Es él quien ilumina el túnel. En su construcción trabajan cincuenta presos, con herramientas que han fabricado con lo que pillan, y medio encorvados, ya que el hueco mide metro sesenta de alto. Hay varios desprendimientos mientras dura la faena, y les asalta el miedo a que aquel pasadizo se convierta en su sepultura. Necesitan darse brío.
Catorce días de trabajo y dieciocho metros después, llegan hasta una cloaca. Todo va de maravilla, pero un funcionario parece sorprenderlos y la fuga se precipita: finalmente, aquel 2 de junio de 1978 solo consiguen salir 45 de los presos. "Los automóviles que circulaban por las calles tenían que frenar para no atropellarnos, momento en que aprovechamos para sustraer nueve coches y una ambulancia", escribe el prófugo en su tercer y último libro, Las Fugas del Malo Dieguito (Maikali, 2006). "Él siempre se ha atribuido ser el cerebro de la fuga, pero al final todos se atribuyen ser el cerebro de la fuga", señala Sala.
A día de hoy, nadie que no viviese aquello sabe bien cómo los presos consiguieron hacer un túnel de semejante talla sin que ningún carcelero se diese cuenta. La duda siembra campo para la especulación. Según explica Lorenzo, "esta pregunta planeó en los medios, el mismo Xirinacs escribió sobre ella. Lo único que sabemos es que la respuesta fue inmediata: se endurecieron medidas, se impuso más restricción de movimientos y aislamientos. Hay cosas extrañas por las que hubo quien dijo que se sabía que la fuga iba a producirse. Pero también hay que decir que la dotación de funcionarios de la Modelo era muy baja; si en una galería había 250 presos y solo dos funcionarios, por mucho que quisieran vigilar no podrían, y más en una cárcel como esa, completamente caótica y mal iluminada".
Las autoridades tardarán ocho años en capturar a todos los que se escaparon aquel día, aunque una buena parte cae en las primeras semanas tras la fuga. Una huida que este otoño llegará ficcionada al cine como Modelo 77, de la mano del director Alberto Rodríguez (La Isla Mínima). "Fugas ya había habido, después de que los presos viesen que no saldrían con los indultos aquello fue un sálvese quien pueda. Pero que se fueran de golpe 45 personas fue muy bestia. También generó mucha alarma social y mucho rechazo incluso entre los perfiles más cercanos a la reforma penitenciaria", apostilla el historiador.
No es de extrañar, pues los atracos millonarios a bancos y joyerías ocupan todas las páginas de sucesos. Solo ese año se robaron 91.028 coches, según recoge el libro Cárceles en llamas. Catalunya destaca como zona especialmente violenta. La heroína arrasa con toda una generación de jóvenes de los barrios de la Mina, la Trinidad, Verdún y el Campo de la Bota.
El Vaquilla, con quien Dieguito coincide, se convierte en una estrella de rock gracias a cosechar todas las atenciones mediáticas, mientras el cine quinqui de José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia lleva a chavales precoces como El Torete a ser los protagonistas cinematográficos de sus propias vidas en los márgenes.
No ocurre lo mismo con el Malo Dieguito, aunque sin duda vive deprisa y abriga afectos con su carisma. "A Diego van a buscarlo para que protagonice alguna de las películas, pero él no quiere, a diferencia de su hermano Carmelo, que sí que hizo de secundario. Diego siempre supo que en el momento en que pusiera la cara en la tele se le acababan los atracos", explica Sala. Y así sigue unos años más: robando, huyendo a toda pastilla, saliendo de la cárcel y volviendo a las andadas. Consume rápido el botín de turno en fiestas e invitaciones con las que se congracia con quien se topa. Pasa por Can Brians, Herrera de la Mancha, el penal de Burgos, Alcalá de Henares y Carabanchel, entre otras. "Probablemente, en alguna cárcel abran un día un agujero y encuentren dinero de Diego", apunta Sala. En sus libros, el eterno atracador asegura que intenta fugarse de casi todas las cárceles que pisa. De alguna lo consigue.
A principios de los años 90, el Malo Dieguito vuelve a la cárcel por una causa de catorce años atrás. Las desgracias no vienen solas y, tres años después, su mujer Carmela, con la que tiene dos hijos, se suicida con un chute de heroína. Al poco tiempo, su hija Lorena, de cinco años, se electrocuta con un cable de alta tensión en una calle de Rubí. Es entonces cuando, según el propio Diego, la vida que comienza a construir se resquebraja. Hay diferentes versiones. Sala sostiene que "él vende la película de que ya estaba reinsertado con Carmela, que había montado una carpintería, y que le viene esa causa. Pero la verdad es que a Diego el negocio le iba mejor dentro que fuera. Vivía muy bien en la cárcel moviendo todos los hilos. Además, él entra en la cárcel con 15 años y su vida ha sido la fuga, no ha conocido nada más. Lo que era extraño para él era no estar constantemente delinquiendo y huyendo".
En verano de 2005, el atracador sale de la cárcel de Can Brians con un permiso penitenciario y ya no vuelve. Tres meses más tarde, intenta robar con una semiautomática la caja fuerte de un supermercado, pero el mundo ha cambiado y el atraco no sale como esperaba. Tras hora y media de atraco con rehenes, durante el cual se bebe una botella de cava, pretende salir camuflado entre las personas que acaba de liberar, pero lo detienen. Le condenarán a diecinueve años más de prisión. De no haber asaltado el supermercado, habría obtenido la condicional en apenas año y medio.
Como siempre ha temido, al Malo Dieguito le alcanza la muerte antes de conseguir la libertad. Es 2011. Diego vomita todo lo que come y llega a pesar treinta y cinco kilos. Dice que ningún médico atiende a razones. Nadie de la cárcel mueve un dedo ante su lastimoso estado, y pronto ya es demasiado tarde: un tumor en la boca del estómago lo está matando. En Instituciones penitenciarias no tienen piedad, temen que se vaya a fugar y le deniegan los permisos. Cuando su hermana Encarna, tras mucho bregar, consigue que le dejen salir de la cárcel, le quedan apenas dos meses de vida. Por si fuera poco, Diego también tiene sida, aunque siempre evitó la heroína. Su cuerpo es un mapa en relieve de su vida: tiene señas de una docena de impactos de bala, innumerables cortes en los brazos, y el pecho plagado de restos de plomo de una reyerta.
"Cuando lo fui a ver a su casa, que ya estaba muriéndose, me dijo: ¿sabes, Neus? Se me hace muy extraño ir al supermercado y no mirar hacia atrás. Ahora mismo, si pudiera levantarme metería otro palo para sentir la adrenalina de coger un coche", cuenta Sala, entre risas. Y no da un golpe, pero poco antes de morir se compra un descapotable para despedirse de la velocidad.
Diego Redondo Puertas dejó este mundo el 18 de diciembre de 2011, a la edad de cincuenta y dos años. Le quedaba un hijo, Eric, que a día de hoy, como su padre, ha entrado y salido de la prisión por atraco.
El Malo Dieguito vivió mucho en muy poco, pasó por las principales cárceles de la península, y atracó todo lo que se le puso por delante. En su último libro, después de relatar cómo volvió a la cárcel en una de tantas, el Malo Dieguito dejó escrito: "Regresé a prisión, que es mi palacio". Nada mejor para describir a un hombre que vivió entre las ansias de fugarse y esa escasa libertad que siempre le supo a poco.
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