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Perdonen la tristeza

El mundo de la cultura y vecinos despiden a Fernando Fernán-Gómez en el Teatro Españo

PEIO H. RIAÑO

Nada es casual. En el mismo altar por el que ayer pasó una riada de personas para despedirse del sabio con el trueno en la voz, una compañía de teatro debía haber empezado los pases del espectáculo que les mantendrá en el Teatro Español. No es una compañía normal. Las no-casualidades sólo se traban entre elementos extraordinarios. Los de La Zaranda no son normales, como tampoco lo fue Fernando Fernán-Gómez.
El grupo se denominó hace más de 30 años como Teatro Inestable de Andalucía la Baja, lo cual no quiere decir más que llevan el rito y la ceremonia metido hasta el tuétano. Trompetas, marchas, salvas, cacharrería fina de objetos cargados de expresividad simbólica, el deje andaluz, la muerte y la memoria. Los mismos temas una y otra vez. Siempre distintos, siempre oportunos. Ambos, La Zaranda y Fernán-Gómez, con la palabra por delante, ande o no ande.


Ni coincidencia, ni casualidad
La casualidad no hubiese sido capaz de urdir en el mismo escenario, en el que desde hoy y hasta el 2 de diciembre, se dirá que 'hay gente que cuando habla sólo hace ruido por la boca. Ruido y más ruido'. Es uno de los grandes momentos de Los que ríen los últimos, en la que el propio Eusebio Calonge (dramaturgo de la compañía) advierte que 'el público va a descubrir lo que ha ido perdiendo o le han ido robando a lo largo de su vida'. Ruido por la boca. Ruido a todas horas. Si hubo alguien que midió sus palabras hasta cuando parecía hacerlo fue Fernando Fernán-Gómez. Por su boca, sólo salía tiento y sensatez. La mayoría de los conocidos, familiares, políticos, gente de la profesión alabaron su presencia de maestro.


El espectáculo debe continuar
La rueda aciaga de la fortuna, de la vida, veleta enloquecida, en la que giramos siempre, es un carrusel de esperanzas y fracasos que no para. La Zaranda actuará hoy, ayer Fernando Fernán-Gómez en su última representación. Los micrófonos, las unidades móviles, las cámaras y las preguntas, afuera. El respeto, el telón, los dorados y Caminito dentro. El tango favorito de Don Fernando sonaba una y otra vez acompañando la comparsa de visitas que recibía su féretro. Allí plantado, en medio del escenario. Bajo la bandera anarquista, más roja y negra que nunca, y la medalla de académico sobre la madera del sarcófago del cómico.
Mesitas y sillas de tertulia, coronas fúnebres, penumbra y foco de luz. Pura escenografía, pura intemperie amarillenta de los expuestos a la intemperie de los años. Puro teatro. De nuevo La Zaranda, de nuevo Fernando Fernán-Gómez y una despedida inolvidable. Los espontáneos que pasaron por el lugar quedaban prendados al acceder al pasillo central del patio de butacas. No tenían resuello para despegarse de sus abrigos, caían directamente sobre las butacas impolutas de una de las reformas más cuidadas de uno de nuestros teatros más emblemáticos. La bombonera de Santa Ana.


Caían como pesos muertos, espectadores fieles que comprueban el rito de la sombra que fue. Allá arriba Emma Cohen abraza y recibe, junto a su hijo Fernando Fernán-Gómez júnior, el consuelo de un afectado Juan Diego Botto, la madrugadora Natalia Figueroa, Raphael, Aitana Sánchez Gijón, Pilar Bardem, Víctor Manuel, Gonzalo Suárez, Manuel Alexandre (que se funde en un entrañable abrazo con José Luis Rodríguez Zapatero), Tristán Ulloa, José Luis López Vázquez, Carme Chacón, César Antonio Molina, el alcalde de Madrid y su consejera de Cultura, etc.


La ceremonia inmortal
El amado público queda prendado del teatro, que por una vez es verdad. El teatro más cerca de la muerte que nunca. La ceremonia les deja atónitos. Es un teatro mudo. Sólo Caminito (que no para) de fondo. Sólo personajes que se consuelan unos a otros, hablan, se abrazan, lloran, se estrechan las manos, recuerdan, miran hacia los restos de Don Fernando y vuelven a recordar. Es una película marchita sin voz. Mágico.
Rafael Álvarez 'El Brujo' se arrancó desde el atril para recitar el Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío. A la salida, susurra en una esquina del teatro que su maestro fue 'Renacentista en el sentido artístico y Barroco en lo filosófico por la conciencia fugaz del éxito. Tenía la conciencia de que no somos nada más que humo'. Vuelve a rechinar la herrumbre anunciando el desahucio del tiempo que se agota. Vuelve La Zaranda hablando de lo pasajero y absurdo de esta vida sin una sola verdad, con sus trompetas de fiestas taurinas o de Semana Santa. Vuelve don Fernando, con la voz rota en mil cachitos y la dardo en la palabra. Vuelven los cómicos.

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