Este artículo se publicó hace 4 años.
La revolución del 8M se sube a las tablas
De un tiempo a esta parte, la presencia de mujeres al frente de un montaje era, si se quiere, testimonial. La proliferación de sus voces confiere al teatro la reivindicación de tantas y tantas pioneras que fueron silenciadas a lo largo de la historia.
Madrid-
Bajo los focos tampoco somos iguales. Crear en un mundo de hombres implica, por lo general, asumir un discurso precocinado; el relato del dramaturgo, la mirada del escenógrafo, el matiz del intérprete... El resto, que es más bien poco es el margen que le queda al público. O que le quedaba. Porque algo está cambiando, otro relato parece posible. El teatro, ese ágora capaz de predecir lo que nos duele como sociedad, de auscultar nuestros anhelos, ha llegado tarde, pero ha llegado.
En los prolegómenos del 8M, son varias las representaciones teatrales que atienden a otra voz y otra mirada. Ya sea porque la dirección corre a cargo de una mujer, o porque el libreto sea cosa de ellas, la condición de la mujer en un mundo de hombres se sube a las tablas y cobra protagonismo. Si hace apenas tres o cuatro temporadas encontrar mujeres al frente de un montaje era, si se quiere, testimonial, de un tiempo a esta parte proliferan funciones en las que llevan la voz cantante.
Mujeres en tierra de nadie
Dos adaptaciones de dos novelas escritas por mujeres acaparan la programación de los dos principales teatros públicos catalanes, el Lliure y el TNC. El quadern daurat, que se representará en el Lliure de Montjuïc a partir de este jueves, intenta contener el caos de una biografía en plena transición, lo hace a través de Anna Wulf, álter ego de la nobel de literatura Doris Lessing. Una obra monumental en la que Lessing redime sus tormentos cotidianos a través de la escritura.
Como una instantánea previa a lo imprevisible, Lessing capta en El quadern daurat (1962) la imagen fija de lo que está a punto de romperse en mil pedazos, un registro de su lucha por mantener una relación no sexista en un momento clave en el que se replantea su compromiso político. Adaptada y dirigida por Carlota Subirós, esta obra nos aproxima a una escritora en plena crisis que intenta, por todos los medios, conservar su integridad como artista.
"Anna es una conciencia descarnada e hipersensible que intenta encarnizadamente dejar constancia de cómo vive y sufre y desea toda una generación", explica Subirós. Una voz necesaria precisamente por ese darse de bruces una y otra vez con una realidad que le oprime y que quiere cambiar.
Y en ese lugar que habitó Lessing hecho de contradicciones y búsquedas internas, ese que plasmó con maestría en su cuaderno dorado, estuvo décadas atrás otra escritora cuya obra entra en escena también estos días. En concreto se trata de la joven catalana Caterina Albert, que retrató en Solitud (1905), con precisión quirúrgica y bajo el seudónimo de Víctor Català, lo que suponía ser mujer a principios de siglo XX.
Una obra que se podrá ver desde este jueves en el Teatre Nacional de Catalunya y cuyo potencial sintetiza así en el libreto Alicia Gorina, al frente de esta adaptación: «Solitud es el viaje de Mila –el viaje de su deseo– hasta convertirse en una persona autoconsciente, hasta encontrar la libertad personal en una soledad real pero elegida; sin embargo, para nosotros, más importante que este viaje es el que hace como narradora hasta que encuentra el modo de explicar su propia historia, porque es cuando ordena los hechos y los explica, cuando aparece la comprensión».
Heroínas anónimas
Y junto a esa búsqueda de carácter, si se quiere, más introspectivo, nos topamos con La invasión de los bárbaros, un intento por poner en valor la valentía de muchas mujeres que sufrieron el fascismo en sus propias carnes. Doblemente derrotadas, estas hermanas, esposas e hijas lucharon contra la dictadura y por nuestra libertad, y todo ello para ser silenciadas pasadas las décadas.
"Son ellas las que pueden hablar de memoria, las que quedaron viudas o huérfanas, las grandes castigadas y señaladas en una sociedad que fue ganadora, verdugo y juez", explica Chema Cardeña, autor y director de esta obra que se podrá ver de nuevo en escena en la Sala Russafa de València los próximos 7 y 8 de marzo. Una función que ahonda en aquellos años grises posteriores a la contienda, aquellos años de escarnio social social y luto.
Pero el silencio no acaba ahí. Nuestra historia está plagada de elusiones, podemos sortearlas o asomarnos a ellas. La obra Españolas: Franco ha muerto –en el Teatro Español de Madrid hasta el 15 de marzo– se decanta por buscarle las vueltas a ese vacío, tratar de recuperar las voces de ayer porque solo así entenderemos el silencio que fuimos.
Dirigida por Verónica Forqué y con texto de Ruth Sánchez y Jessica Belda, esta función analiza la historia de más de la mitad de la población, un masa informe que poco o nada pudo decir mientras se redactaba la Constitución, mientras se urdía la Transición en nuestro país. En Españolas: Franco ha muerto se reivindica el asociacionismo feminista y el trabajo de tantas y tantas mujeres que tuvieron una importancia capital en el avance de nuestros derechos.
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