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Los nietos agitan los fantasmas del pasado

Juanma Díez Diego intenta cerrar una herida aún abierta en la obra de teatro 'Señor B. Algunos desastres de una guerra'.

Mabel del Pozo y Juanma Díez Diego, en la obra 'Señor B. Algunos desastres de una guerra'.
Juanma Díez Diego y Mabel del Pozo, en 'Señor B. Algunos desastres de una guerra'. Teatro del Barrio

Villatoro, 15 de agosto de 1936. Un hombre cae fusilado una noche sin luna. No tiene nombre. El único testigo del asesinato es la tapia del cementerio.

Ochenta años después, María rememora la muerte de su abuelo. El actor Juanma Díez Diego (Madrid, 1980) escucha con atención la historia del jefe de Correos de Piedrahíta (Ávila), quien intentó evitar un pucherazo en las elecciones generales que ganaría el Frente Popular.

Tenía 37 años y un niño de seis, quien décadas más tarde llevaría a cabo una investigación exhaustiva. "La compartió con mi prima María, aunque no quería que figurase el nombre de su padre por preservar la intimidad de la familia", explica Juanma Díez, quien comenzó a escribir un monólogo sobre el caso.

El formato, sin embargo, no cuajaba, porque su primera persona era interrumpida por otras voces, incluida la del protagonista, un pariente lejano, quien terminaría siendo rebautizado como Señor B.

El actor Lolo Diego, en la obra 'Señor B. Algunos desastres de una guerra'.
El actor Lolo Diego, en la obra 'Señor B. Algunos desastres de una guerra'. Teatro del Barrio

Así se forjó la obra homónima, un artefacto metateatral en el que también cabe la autoficción y la narraturgia: Juanma Díez se presenta en el escenario dispuesto a recrear la noche de autos y, como le había sucedido durante el proceso de escritura, se ve sorprendido por la aparición de María (interpretada por la actriz Mabel del Pozo), del asesinado (Lolo Diego) y de su abuelo Manolo, un militar franquista cuyo pasado es un enigma (Borja Cortés).

"Esos personajes no me dejan contar la historia como yo quiero", explica el actor/autor, testigo forzado de otras versiones y perspectivas del relato, quizás erróneo, sin duda incompleto.

Así, sabemos que el Señor B organizaba veladas literarias en el Teatro Somoza de Piedrahíta y era aficionado a la pintura. Apenas unas pinceladas de Manolo, batallitas del abuelo que barnizan su figura de cierta épica (el sofocante calor de Sevilla, las luces apagadas del camión de mercancías para no ser interceptado, el salto desde la cabina en plena marcha cuando caen las bombas…) y eluden los pasajes más espinosos.

El actor Borja Cortés, en la obra 'Señor B. Algunos desastres de una guerra'.
El actor Borja Cortés, en la obra 'Señor B. Algunos desastres de una guerra'. Teatro del Barrio

"Cuando le preguntaba por la guerra, me decía que de eso no se hablaba, quizás para proteger a la familia", recuerda el autor de Señor B. Algunos desastres de una guerra, dirigida por Jorge Sánchez y que se representa en el Teatro del Barrio (Madrid). ¿Pero llegó su abuelo a matar? "Que cada espectador rellene los huecos que deja la obra".

Durante la función, en cambio, Manolo suelta una frase lapidaria: "En la guerra, cuando matan a uno, nos matan a todos; y cuando disparas a uno, disparamos todos". ¿Acaso él participó en la ejecución del Señor B?

Los cabos sueltos son deliberados, como la difusa biografía de su abuelo, anecdóticos retazos de una guerra civil que debe ser olvidada.

La intención de Juanma Díez con esta obra es, precisamente, la contraria. "El paso del tiempo permite que los nietos indaguemos en el pasado con más facilidad que nuestros padres, porque nosotros estamos menos condicionados y a ellos les transmitieron que había que bajar la voz y evitar ciertos temas. Es la consecuencia de vivir una tragedia en primera persona".

Estar menos contaminado, añade, le permite mirar hacia atrás, zarandear los fantasmas, reconstruir la Piedrahíta del 36, porque las campanas que suenan en el teatro son las de su iglesia, porque el macabro chirrido procede de la verja del cementerio de Villatoro, hasta donde pasearon al Señor B, a veinte kilómetros de su pueblo.

También hurgar en "acontecimientos familiares de los que era mejor no hablar, porque en este país hubo un pacto del olvido y del silencio", prosigue Juanma Díez, quien reconoce que algunos nietos todavía sufren el trauma en carne propia: "Hay rencores que duran y se transmiten a otras generaciones".

Otros quizás lo invoquen con sus pesquisas: "Descubrir que su entrañable abuelo cometió atrocidades supone un golpe duro, aunque es interesante para poder entender".

Hay otra frase cuyo eco resuena en la sala: "Tenemos una herida heredada mal curada y que sigue sangrando".

La única posibilidad de comprenderla, incluso de sanarla, es a través del conocimiento y del diálogo, cree el autor de la obra, quien hace oídos sordos a los partidarios de no reabrir las heridas: "¡Pero si nunca se han cerrado!".

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