Este artículo se publicó hace 2 años.
La última marcianada de Ray Bradbury, el incendiario autor de 'Fahrenheit 451'
Marcial Souto rescata y traduce al español las 'Otras crónicas marcianas' sobre la conquista del planeta rojo.
Madrid-
Escribía cuentos de terror para espantar sus pesadillas infantiles y trabajaba como vendedor de periódicos y revistas porque intuía que sus páginas iban a ser la nave nodriza de sus fantasías. Ray Bradbury engendraba dentro de un cuartucho con vistas al muro de una central eléctrica relatos que nos trasladarían a Marte. Tan lejos, tan cerca, pues no importa que el ser humano ponga tierra por medio, porque seguirá cargando la alforja de la soledad, y porque la tristeza no es exclusiva de los terrícolas.
Aquel niño lector, rata de biblioteca adolescente y prolífico escritor veinteañero, diseminó aquellos textos por diversas publicaciones, hasta que decidió publicarlos en un libro y tropezó con el rechazo inicial de los editores neoyorquinos: no querían cuentos, sino una novela, por lo que Bradbury hiló aquellas narraciones, remodeló algunos textos, descartó y añadió otros, pulió ciertos pasajes y mandó el resultado de vuelta: Crónicas marcianas (1950) era un cohete.
Décadas más tarde, Marcial Souto (A Coruña, 1947) acude al rescate de aquellos expedicionarios. El escritor hispanoargentino ha emprendido un viaje especial para recuperar los relatos que podrían haber formado parte de la celebrada obra de Bradbury, pero que se quedaron fuera o ni siquiera llegaron a formar parte de la selección inicial. De nuevo, en la presente antología, la prosa tan poética del autor de Fahrenheit 451 destila melancolía, aislamiento e introspección.
También deseo: un solitario marciano que se enamora de una humana; dos astronautas que pierden el sentido por una marciana, una irracional atracción —ellos, felizmente casados pero lejos de casa— que solo puede terminar mal. Ahí está, más allá del desarraigo, la defensa de los valores, presente en las fábulas morales de un Bradbury conservador y no muy dado a la carne que bautiza a una de las novias de los terrícolas como Marguerite, igual que la mujer del autor, Margaret.
Editado con mimo e ilustrado por David de las Heras, la traducción de Otras crónicas marcianas (Libros del Zorro Rojo) también corre a cargo de Marcial Souto, quien ya había hecho lo propio con Fahrenheit 451 en el mismo sello, aunque en ese caso con la tinta de roja y negra de Ralph Steadman. Suya ha sido la labor de zapa y descarte, pues había más textos del visionario de Illinois ambientados en el planeta rojo, así como la de armar un libro bajo un criterio cronológico y unitario.
"En los cinco meses que le dieron para preparar el manuscrito final de Crónicas marcianas, Bradbury metió todas sus energías en la reescritura cuidadosa de los relatos ya aprobados por el editor. Sin embargo, tuvo que prescindir de un 40% por falta de espacio", explica Souto, quien recuerda que los excluyó por diversas razones. "Cuando se repetía un tema, dejó la versión que le parecía más ajustada al plan acordado. Y en el último momento quitó Ajuste de cuentas por ser excesivamente amargo".
Es, precisamente, el que cierra el presente libro, donde también entra Piel morena y ojos dorados, que había desechado en favor de Aunque siga brillando la luna, integrante de las Crónicas originales. Ahora que Souto ha sido el responsable de la criba, y no el escritor estadounidense y sus editores, los motivos son otros. "Algunos relatos son breves experimentos —dos de ellos, de media página— que dejó por el camino", apunta. Hay una razón que no conviene ser desvelada, pero que agradecerán los fans del autor en un futuro no muy lejano.
Pese a que varios ya habían sido publicados en varios libros de Bradbury, algunos han sido traducidos por primera vez al castellano por Souto. Son "tan buenos como los que ingresaron" en Crónicas marcianas, escribe en el prólogo, donde narra cómo alumbró en el niño Bradbury su pasión por otros mundos: las lecturas de su tía Neva, que incluían los cuentos de Poe; el mago Mr. Electrico, quien "le ordenó vivir para siempre"; una máquina de escribir de juguete que le regalaron; y, claro, el cine de terror.
Si bien la obra y su autor son inmortales, sus personajes están a punto de pasar a mejor vida. Ambientada en 1999, la acción discurre hasta principios de este siglo, cuando estalla la gran guerra, y los últimos tres relatos están fechados en 2026. Tanto en la original como en la reciente selección, los paralelismos entre los protagonistas de las Crónicas y la sociedad que le tocó vivir no son pocos.
"Aunque convenientemente nacidos más tarde, sus astronautas y colonos son norteamericanos del Medio Oeste, producto cultural de las primeras décadas del siglo XX", apunta Souto, quien considera que los relatos del planeta rojo fueron "una experiencia fundamental" en su vida de escritor. Sin embargo, Bradbury —¡nacido un martes! — intentó que no fueran catalogados como de ciencia ficción: a pesar de que la aventura y el terror atraviesan sus páginas, él habla de los miedos, las pasiones y las sombras del ser humano.
Souto, amigo de Bradbury hasta que hace dos décadas falleció en California a los 91 años, recuerda que ya había destacado "por la intensidad de su imaginación", plasmada en los cuentos que difundió en revistas populares del género. Encorsetado, subraya, por unas fórmulas más rígidas. "Con Crónicas se propuso trascender todo eso y hacer literatura", concluye su antólogo y traductor, quien dirigió la revista Minotauro y asesoró a la editorial homónima.
La misma que había publicado sus anteriores marcianadas, con un elogioso prólogo de Jorge Luis Borges. "En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano [...], como los puso Sinclair Lewis en Main Street", escribió el argentino. "¿Qué ha hecho este hombre de Illinois me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me pueblen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?".
'El amigo de los astronautas', por Marcial Souto
"Bradbury era muy consciente de que sus historias poco tenían de ciencia. Lo aceptaba en el caso de Fahrenheit 451, donde trata —con bastante acierto— de imaginar un futuro que resultó bastante profético.
Pero las Crónicas son experiencias muy improbables: en Marte hay oxígeno —lo justifica ingeniosamente con la leyenda de Johnny Appleseed—; la temperatura habitual es agradable —nadie sufre los verdaderos 60 grados bajo cero—; cualquier familia puede fabricarse un cohete en una herrería, y hacerse llevar todos los muebles viejos que tenía en la Tierra; no se sabe qué mata o cosecha la gente para comer, etcétera.
Como pocos años más tarde Kurt Vonnegut con su primera novela, trató —sin éxito— de que el editor no etiquetara el libro como ciencia ficción.
Pero algo de inspiración científica vive en ese libro para que casi todos los astronautas hayan sido amigos suyos, para que lo invitaran a ver lanzamientos y descensos en otros planetas —a él, que no había subido a un avión hasta los 62 años— y para que le confesaran que por leerlo se habían metido en esa profesión.
Sentía que salir al espacio y colonizar otros mundos nos volvía inmortales, y lo celebraba con una especie de filosofía poética o poesía filosófica cósmica".
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