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Volver a casa para contarlo: cuando ser mujer es un peligro y la escritura su arma

14 escritoras convierten la confesión en literatura en 'Tranquilas. Historias para ir solas por la noche'. Un libro necesario para conjurar una memoria colectiva silenciada y reivindicar, de paso, el derecho caminar sin miedo y vivir intensamente.

Una de las ilustraciones de Sara Herranz para 'Tranquilas. Historias para ir solas por la noche'.- LUMEN

juan losa

No busquen conmiseración en este libro. No la encontrarán. "¿Cuáles son las herramientas que nos ayudan a dar nombre a lo sucedido?", se preguntan las coordinadoras (y escritoras), María Fernández Ampuero y Carmen G. de la Cueva, en el prólogo de Tranquilas. Historias para ir solas por la noche (Lumen).

La pregunta se responde sola en cuanto se empieza a leer; qué mejor herramienta puede haber que el talento para narrar lo que nos perturba. Confesar se convierte, de la mano de las 14 escritoras que integran este libro, en el mejor arma para sobrellevar ese palé de miedos impresos por el simple hecho de ser mujer.

Confesar se convierte, de la mano de estas 14 escritoras, en el mejor arma disponible

Barrios peligrosos, bares de madrugada, despachos a puerta cerrada de un jefe, el portal de un edificio, un coche, la casa de un desconocido... Desfilan por este libro un puñado de localizaciones, inofensivas para el común de los mortales (hombres), pero que pasan a convertirse en una topografía del trauma cuando son ellas las protagonistas. 

Y ellas son de carne y hueso. No leerán aquí heroísmos vacuos. Tampoco soliloquios mártires. Sólo encontrarán mujeres reales que, por desgracia, de manera involuntaria, terminaron por convertirse en letra impresa cuando nada de esto tenía que haber ocurrido. Como cuando se subieron en aquel coche porque tenían frío, o se acomodaron en aquella buhardilla porque sentían curiosidad. Errores que supuestamente cometieron (si es que es un error querer vivir sin miedo).

Errores como el infausto autostop que condenó a las niñas de Alcàsser, o como el de las dos viajeras argentinas en Ecuador que fueron asesinadas y que la prensa –a modo de condena ulterior– las definió como "víctimas propiciatorias". Errores como el de aquel jurado que tuvo a bien preguntar "si Nagore Laffage [brutalmente asesinada durante los sanfermines de 2008] "era muy ligona". 

Rememoran ese instante previo a lo imprevisible en el que el abuso todavía no tenía nombre

Un mundo de errores que se cuelan por entre los informativos, las tertulias de expertos y todos esos relatos que aleccionan desde el morbo. Son precisamente esos supuestos errores los que quedan en entredicho aquí. El error de tener un cuerpo y querer vivirlo intensamente. Impugnar ese error heredado, rememorar ese instante previo a lo imprevisible en el que el abuso y la agresión todavía no tenían nombre. 

Tranquilas. Historias para ir solas por la noche es, en ese sentido, como un bautizo. Nombrar lo que duele, pero no (sólo) en busca de redención, sino para –como apuntan las autoras– "indentificarnos, conmovernos, reaccionar y recorrer sin miedo las calles que nos pertenecen"

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