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El Atlético se cava su propia tumba

Ni siquiera con un futbolista más fue capaz de igualar con el colista

 

ALFREDO VARONA

La noche tenía el escudo del Atlético. Con campo para correr, con la pelota en sus pies. Con la inteligencia de Diego, que a veces sale de su dormitorio. Con Falcao capaz de levantar la cabeza fuera del área. Y no sólo eso. También gobernaba el marcador. Tenía un futbolista más. Y pasaba por encima de un Getafe al que le hizo falta perder a Lopo, expulsado, para salir de la miseria. O, por lo menos, para encontrar a un futbolista competitivo. Y, sobre todo, una preciosa historia, la de un marroquí, Barrada, que hasta hace tres meses tenía carácter de inmigrante en Getafe. Hoy, es el jefe a balón parado y una moción de censura contra las dudas que matan a los futbolistas malos.

Barrada nunca será uno de ellos. Criado en París, promete un aire académico con la pelota. Antes del misterio, mastica la solución. Primero, fue un golpe franco en el que la obesidad de la barrera disculpa a Courtois, la pelota, a su altura, casi le roza el brazo. Y después, recién arrancada la segunda parte, sacó una falta desde una esquina en la que Míchel ajustó a una defensa y a un portero en bancarrota. Y, a partir de ahí, el partido cambió de destino. Y el Getafe, que había malvivido la primera parte, bajó a la obra. Allí fue un equipo feliz. Desmintió que tuviese un futbolista menos, porque cada uno corrió por dos. Y eso todavía importa. Y el Atlético sintió máxima indecisión. Y nadie recordó su importancia. Ni siquiera Diego, que no es buen vecino. Desaparece con más facilidad de la que aparece. Así que anoche, cuando debía serlo, fue un futbolista sin voz ni voto al que sólo le queda la disculpa de que no fue el único. También Turam que eligió el peor sitio, su área, para hacer una gran burrada. Y, naturalmente, Falcao, que fuera del área es como una alcantarilla, incapaz de serenar una pelota.

Entre Moyá y Barrada sostuvieron al Getafe en la primera parte

El partido fue, simplemente, demoledor para el Atlético. Salió rebelde, como si fuese una legión. Parecía otro equipo en vez del de Manzano. A los 16 minutos, ya le había perdido el respeto a la portería del Getafe. Y no pasó nada, porque Moyá estuvo sensacional. Pero el penalti marcado por Falcao le hizo daño, porque el Getafe se quedó con uno menos. Y Luis García, el entrenador, lo reparó rápido. Salió Rafa que, ante todo, es un tipo responsable. Nunca sacará sobresaliente, pero jamás se le pillará copiando en un examen. A su lado, se administró un Getafe, que hizo kilómetros como si fuese el maratón de Nueva York. Ante un escenario así, el Atlético necesitaba pausa. No la encontró.

Sí llegó el empate en las condiciones más extrañas, casi una metáfora del destino. No fue ni trabajado ni nada. Salió de la bota izquierda de Domínguez, héroe en silencio. Pegó a la pelota sin razones y un triste rebote las encontró. Pero ni siquiera esa suerte fue capaz de conservar el Atlético. Y en dos minutos Turam demostró que él no, no se ha criado en París, de ninguna manera. Y en su área cometió un penalti de reformatorio que Diego Castro, futbolista responsable, no desestimó. Devolvió al Atlético a la cárcel, a un lugar en el que se siente a gusto. Y Manzano ha aceptado esa idea sin dolor. 

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