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Corona: "Estamos todo el día cometiendo errores"

Un cráneo privilegiado para poner paz en Almería. Un futbolista a la vieja usanza que acepta sus imperfecciones, que vuelve a casa en autobús y que ahora mismo está en una nube: acaba de ser padre de una niña

Corona, en un partido con el Almería.

ALFREDO VARONA

MADRID.- En su vida no hay espacio para la perfección. Pero ama lo que hace y lo que dice. Por eso esta conversación es un trozo de realismo en un mundo como el del fútbol que Miguel Ángel Corona (Madrid, 1981) puede comparar a la política. “Tiene ese aire de teatralidad”. Su declaración forma parte de un patrimonio de quince años de profesional. Nació para el fútbol en el Bernabéu, donde volverá esta noche con el uniforme del Almería (20.00 horas) con la dignidad de siempre y que podría especificarse en el libro que está leyendo ahora, La derrota de nunca acabar de Miguel Naveros. “No sé lo que me faltó para convertirme en un ídolo”, explica. “Supongo que actitudes y aptitudes”. Sin embargo, en la hora del balance, sabio y canoso, no queda la pena. “Soy un tipo feliz”.

“Esos pobres periodistas de Almería”, ha dicho Samanta Villar.

Sí, una manera muy poco elegante de despreciar el trabajo de los demás. Ha generalizado y me parece que esa es la mayor injusticia que se puede hacer. Pero el mismo comentario... ¿qué quiere decir con ese comentario?

Todos tenemos derecho a cometer errores. No podemos perder ese derecho.

Las personas se equivocan muchísimo, estamos constantemente cometiendo errores. Uno siempre tiene alguna salida de tono, sobre todo en casa. Pero si pides perdón y sabes perdonar... entiendo que, efectivamente, todos tenemos derecho a la autocrítica. Yo siempre recuerdo que el sabio es el que sabe que no sabe nada.

¿Qué sería del fútbol si la gente no se enfadase?

Y de la vida. Hay que darse cuenta de que estamos dominados por el mundo de las emociones y entre ellas cabe el enfado. Además, hay que tocar todos los palos para acabar de conocerse a uno mismo. No he conocido a nadie que no se enfade nunca. Ni siquiera sería recomendable. De emociones como esas salen cosas muy bonitas y hay que tenerlas siempre entrenadas, porque son las que nos permiten hacer grandes partidos o escribir grandes libros.

Le tengo a usted por un tipo tranquilo que hizo canas en el fútbol.

Así es y lo agradezco, porque esas canas me recuerdan que soy un privilegiado. Llevo quince años en el fútbol profesional, señal de una carrera longeva que me ha permitido mostrarme tal y como soy, sin necesidad de teñir esas canas [risas].

Valdano dice que es un placer verle jugar a usted. ¿Se equivoca?

No sé. Si evaluamos los éxitos que he logrado a nivel de clubs, sí, puede que sí, porque no he ganado títulos. Pero si se valora mi manera de jugar al fútbol entiendo que Valdano puede llevar razón. Yo juego para gustar a los demás de la misma manera que si mañana voy al cine deseo que me guste esa película; si supiera que no me iba a gustar, no iría a verla. Así que mientras tenga el derecho de elegir mi forma de jugar seguiré así.

Cuando habla de elegir las formas en el fútbol parece que está hablando de política.

Tienen un punto teatral muy similar, es verdad. Pero no lo sé hasta qué punto, en mi deporte veo una trasparencia que no veo en la política.

¿No ha conocido ningún caso como el de Rodrigo Rato en el fútbol?

Supongo que sí y que los errores no son un coto privado de la política. Siempre hay gente que se sale de la ley. Pero no sólo en el fútbol o en la política. Nunca se sabe. Puede que en mi comunidad de vecinos haya gente que se dedique a blanquear dinero o si mañana bajo a la playa el de la sombrilla de al lado. Siempre hay gente que obra mal.

¿Usted forma parte del blanqueo de capitales?

No, rotundamente no.

¿A su edad se ha convertido en un profesor de Filosofía en el fútbol?

No, para nada.

A los 34 años, ¿no pasaron sus años de revolucionario?

Mis años de revolucionario no pasarán nunca. Todos tenemos cinco minutos al día para serlo. Las revoluciones no sólo están en manos de las declaraciones malsonantes. Y, sobre todo, en casa ¿quién no toma alguna vez decisiones revolucionarias?

Una revolución puede ser un capricho.

No lo sé. Al menos, en mi caso no memorizo que haya tenido grandes caprichos; a lo sumo, ahora en estos días, acabamos de tener una niña y siempre que vamos a comprar lo que creemos necesario acabamos comprando lo más caro. Pero supongo que esto pasará.

En tantos años de fútbol, ¿qué aprendió?

Sobre todo, he aprendido del hombre, del ser humano, del futbolista que está sin maquillar y que se asoma como el que más a la clase media. En los vestuarios que yo he estado no concibo al futbolista que no sepa que el miércoles es el día del espectador, que no coja el autobús o que no sepa lo que vale una barra de pan. Sé que hay otro mundo en el que están los grandes elegidos, pero realmente no sé como es. Nunca estuve en él.

No me deja opción para preguntarle por la locura del futbolista.

Pues la hay y es maravilloso que la haya y ver que haya gente que sea capaz de celebrar un gol tuyo, que coree tu nombre o que te insulte y que a veces esos insultos sean capaces de hacerte llorar como te podría hacer llorar el insulto de un amigo. Lo sé porque me ha pasado. Pero acepto esa locura, sí, claro.

¿Volver al Bernabéu es recuperar una frustración?

No, es recuperar una ilusión. Cada año vivo este partido de manera diferente. Hubo un momento en el que sí lo fue. Pero entonces me di cuenta de que no tenía sentido. Yo era feliz y no debía poner pegas a esa felicidad.

¿Qué le faltó entonces para convertirse en un ídolo?

Me faltaron actitudes y aptitudes. Supongo que sólo eso. No quiero pensar que adornos mediáticos como el de teñirme el pelo, hacerme tatuajes y cosas así me hubieran ayudado. Prefiero pensar que la responsabilidad de no lograrlo ha sido exclusivamente mía.

¿No le reprocha a Del Bosque, el hombre que le descubrió en el Madrid, que no le llevase a la selección?

No, para nada. No podía hacerlo. Para ir a la selección desde un equipo como el Almería hay que hacer muchísimas cosas y tal vez yo no las hice.

¿No podía haber sido Iniesta?

Tampoco.

¿Le debería agradecer entonces que no me haya respondido para quitarme de en medio?

Obviamente, he intentado responder sin cometer errores, aunque es difícil. Con tantas preguntas se dicen cosas que no se han reflexionado lo suficiente.

Entonces podemos perdonar a Samanta Villar.

Sí, porque a lo mejor ni ella misma es consciente de lo que dijo.

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