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La fe del Sporting puede con Villa

Los dos goles del asturiano sirven para remontar pero no para ganar

SALVA TORRES

La fe mueve montañas y marcadores. Cuando nadie lo esperaba, el Sporting empató, jugando desde el minuto 25 con un hombre menos. De nada sirvieron los goles de Villa y la lección magistral de Banega. El caso es que en plenos minutos de tanteo, Barral dejó helado Mestalla. Recibió un pase largo de Rivera y enfiló el área valencianista como de puntillas. Y de puntillas batió por bajo a Moyá ante la mirada atónita de Alexis, que le siguió en carrera pensando que no iba a pasar nada. Y pasó. Ocurrió que al Valencia le tocó nadar a contracorriente. Y puestos a nadar así, quién mejor que Banega. El centrocampista argentino dio un recital de pases anunciando que la brújula era él. La grada premió su trabajo creativo con los atronadores aplausos que le acreditan definitivamente como el faro que necesitaba el Valencia en medio campo.

Animados por la magia de Banega, sus compañeros tocaron a rebato. Y Mathieu, muy entonado por su banda izquierda, fue quien habilitó a Silva para que fabricara medio gol. La otra mitad, la que vale, la completó, cómo no, Villa, que remachó con furia el balón anteriormente repelido por Juan Pablo. Era una igualada lógica. El Valencia, a lomos de Banega, no era el Valencia tembloroso del pasado año, cuando el Sporting le sorprendió. Ahora se repone a los sustos empujado por el tiralíneas argentino y el tridente atacante.

El Valencia no fue capaz de derrotar a un rival que jugó una hora con diez

La expulsión de Míchel, justo después del empate, convirtió el partido de fútbol en uno de pelota: a un lado, el frontón sportinguista, al otro, el Valencia golpeando una y otra vez contra ese muro. Hubo momentos, al filo del descanso, en que todos los jugadores ocupaban las inmediaciones del área asturiana. Moyá asistía, al otro lado del campo, al mismo espectáculo de rodeo que se anunció en los prolegómenos del partido. Saber cuándo echarían los valencianistas definitivamente el lazo a los rojiblancos estaba por ver.

El Sporting, con uno menos, lo fió todo a las cabalgadas de Barral y a las jugadas a balón parado. El Valencia, armado de paciencia y de Banega, acosó la meta de Juan Pablo. Sabía que vencer era cuestión de lógica y ceder algún punto, la primera decepción liguera. Pablo, con la colaboración de Bruno, y Mata, ayudado por Mathieu, se hincharon a meter balones al área asturiana, más y más frontón según avanzaban los minutos.

Y si Banega se erigió en la brújula que el Valencia necesitaba para no perder el norte de la victoria, Villa fue quien la materializó. El gol que rompió el muro rojiblanco fue antológico. Banega, otra vez, abrió a la derecha; Bruno cedió a Villa y éste, girándose, metió una rosca que se coló describiendo una bellísima curva. El asturiano ni se inmutó, dejándose querer por unos compañeros que le agasajaban. La grada se sumó a la épica y la estética coreando el ¡Villa, Villa, Villa! Preciado debió pensar que, una vez más, el hijo pródigo había vuelto a amargarle.

Un gol in extremis de Gregory dio el empate al aguerrido equipo de Preciado

Se equivocó. El Sporting, sacándole punta a las jugadas de estrategia, marcó cuando nadie lo esperaba. Gregory mandó a la red un balón que sobrevoló el área tras una falta sacada por Rivera. Fue el empate de la fe, algo de lo que Preciado y sus hombres andan sobrados. Mestalla ronroneaba por bajo el nombre de Banega. También se acordaban de Emery.

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