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Javier Fernández, el campeón del mundo que volverá a estudiar

Javier Fernandez, el nuevo rey del patinaje mundial, representa el triunfo de la clase media en un deporte que parecía reservado para familias adineradas. Por eso no olvida la importancia de la formación. "Nos ha prometido que volverá a estudiar".

El patinador Javier Fernández, de pequeño,

ALFREDO VARONA

MADRID.- Es el triunfo de la clase media. Quizá por eso este triunfo brilla más. Hijo de un militar, que trabaja de mecánico en la base de helicópteros de El Pardo, y de una cartera de Correos, Javier Fernández (Madrid, 1991) representa casi un milagro en un deporte como el patinaje destinado para familias pudientes. Pero aquí esta él, Javier Fernández, campeón del mundo desde el pasado fin de semana, para demostrar la democracia de los sueños. En el piso de 80 metros cuadrados y tres habitaciones en el que creció en la Colonia Militar de Cuatro Vientos, era imposible imaginar un campeón del mundo. Por eso Enriqueta, la madre, llora y lloró a lágrima viva "viendo sola en casa por televisión el Mundial de Shangai". El padre Antonio estaba trabajando en Alicante y la hija, Laura, la que, por lo visto, es la culpable de todo, trabajando en Valdemoro, "buscándose la vida de enfermera, la carrera que ya ha terminado a los 26 años".

Así es el hábitat que rodea a un campeón del mundo "en un deporte en el que empezó gracias a su hermana" en unas condiciones que Gloria Estefanel, íntima de la familia y personaje inevitable en su evolución, recuerda como "la antítesis de de un campeón del mundo. Fue en una pista de Aluche, cuyas medidas tenían 20x10 metros mientras que las reglamentarias son de 30x60. Pero esto es España, donde hay diez o doce pistas de hielo en todo el mapa, nada que ver con las 90 que puede haber en Toronto. Por eso esto que ahora vivimos forma parte de un milagro". Un milagro que nació cuando Javier Fernández pasó a la pista de Majadahonda, donde uno de los padres de los alumnos era director de Citibank en España y ayudó a las familias a compensar los gastos que originaba este deporte. "Pero, a cambio, el polideportivo nos dejaba la pista en unos horarios muy difíciles", recuerda Antonio, el padre. "Había viernes que terminábamos a las doce de la noche y el sábado a las siete de la mañana ya estabas otra vez ahí. Los niños se dormían en el coche de vuelta a casa. A veces, te preguntabas qué hacías allí, por qué hacías eso, pero una vez que empezaban a patinar…"

"Patinar es caro"

"Había días que nos llevábamos la tartera", explica Gloria, que insiste en que "patinar es una cosa cara. En aquella época ya no se bajaba de los 200 euros por una hora unos cuatro o cinco días a la semana". Y lo sabe, porque sus cuatro hijos también patinaban. "Una de ellas, además, entrenó con Javi. Pero Javi era otra historia. Tenía un talento especial y hacía lo que no hacía nadie más. Y eso que a su lado estaban mis hijos, pero hay cosas en la vida…".  De ahí que llegase ese día en el que le propusieron marchar a New Jersey y después a Toronto, en Canadá, donde, francamente, ha madurado en estos cuatro años. "La primera vez que le entrevisté era un niño que sólo decía que quería ser bueno", explica Juanma Bellón, periodista del diario As. "Hoy, es un tipo maduro que, sin embargo, a pesar de lo logrado, no ha perdido ni un átomo de amabilidad. En el periódico en el que trabajo llegamos a vestirle de Papá Noel las pasadas Navidades y resultó una experiencia encantadora". Quizá porque el campeón del mundo tampoco ha dejado de ser el niño que ayudaba a repartir cartas a su madre. "Hay escenas como aquellas que vivimos en mi época en Villafranca del Castillo que tiene que memorizar", señala Enriqueta, la madre.

Porque esto no es un sueño. "Yo sólo quería que mis hijos hicieran un deporte que al principio fue la gimnasia rítmica y luego el patinaje, en el que Laura era tan buena como él hasta que lo dejó", explica Antonio, el padre. "Si para eso teníamos que irnos de vacaciones a un camping, en vez de a un hotel de cinco estrellas, perfecto, no había problema. Nos gustaba. No le pedíamos más a la vida. Preferíamos gastar el dinero en esos 500 euros que valían los patines para mi hijo". Gloria Estefanell fue a más una vez que entró en la Federación, acompañó al muchacho en su viaje por el mundo y jamás olvidará aquel día en Budapest cuando Javi volvió a proclamarse campeón de Europa. "¿Qué pasa que ya no lloras como la primera vez?", protestó cuando se acercó a ella. "Si no lloras, yo ya no ganó nada más". Pero no era verdad y Javi ha ganado este año el Mundial aunque ni sus padres ni la propia Gloria Estefanell estuviesen allí, "porque el año pasado se celebraron unas elecciones en la Federación, cambió el mando y renovaron a todo el equipo técnico".

Javier Fernández (de rodillas) junto a su hermana (segunda por la izquierda), cuando eran pequeños.

"Volverá a estudiar"

Los sentimientos, sin embargo, siguen siendo como los de ayer, cuando Enriqueta, cansada de esperar a su pequeño por las tardes en aquellas pistas de Majadahonda o Villalba, se preguntaba: "¿Qué sentido tiene todo esto con la cantidad de tareas que yo tengo que hacer en casa? Pero los padres son así". Al fondo también quedan aquellos tres años en los que la madre y los dos hijos se fueron a vivir a Jaca, "donde se dieron cuenta del talento de los dos", y que sólo se interrumpieron porque el padre no consiguió que el ejercito le destinase hasta allí por más que lo intentó. "Hay edades a los que los niños necesitan la figura del padre y la madre. Yo sólo podía ir los fines de semana con el gasto que significaba eso, el combustible, las dos casas abiertas… No podíamos seguir".

Volvieron a Madrid, pero no dejaron de soñar. Al menos, Javier, el chaval que hoy es campeón del mundo y que nada más lograrlo llamó a Madrid, donde le cogieron el teléfono sus abuelos. "Me lo había dejado olvidado en el hospital en el que operaban a mi padre", recuerda la madre, que prefiere no contar en su trabajo que es la madre de un campeón del mundo, quizá porque ella o ellos son así. O quizá porque a veces es mejor callar lo que se siente: volver a ver a Javi y ver al de siempre. "Sigue siendo el de siempre, el que se dejaba los patines olvidados en cualquier lado, el que no hace más que rieres de sí mismo o el que se le pasa contestar a Nadal cuando le felicita en Twitter", explica Gloria Estefanell, que expone en voz alta la promesa que Javier Fernández, el campeón del mundo, ha hecho a todos los suyos. "Volverá a estudiar, nos ha prometido, porque es un tío que tiene buena autocrítica y sabe que tiene esa cuenta desde que dejó el instituto Ortega y Gasset estando en la Blume".

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