Este artículo se publicó hace 14 años.
Morata, el goleador emboscado
"Cuanto más alejado estés del rival, más opciones hay de rematar", dice el canterano del Madrid
Su abuelo era rojiblanco hasta la medula y le regaló su primer uniforme con el escudo del Atlético. Incluso, consiguió que su nieto realizase una prueba, junto a otros 500 chavales, en este club. Álvaro Morata (Madrid, 1992) tenía 8 años y la pasó, pero su padre Alfonso no aceptó. "Había sacado malas notas y me negué: lo primero es lo primero". Al siguiente año, volvieron a llamarle y, como su expediente académico había mejorado, tuvo permiso. Jugó dos años en el Atlético, en los que también hizo de recogepelotas los fines de semana en el Vicente Calderón y en el Cerro del Espino. Pero lo máximo a lo que llegó fue al cadete B. "De ahí es verdad que dio el salto al Getafe", recordó ayer su padre Alfonso en la cadena COPE, radio donde trabajó en el pasado "en la parte menos poética, que es la comercial".
Hoy, Alfonso es el padre de un futbolista al que el miércoles Cristiano trataba de convencer "Tu quédate arriba todo el rato" para que lograse su primer gol con el Madrid. Al final, no fue posible, pero Morata recibió un regalo inesperado: el portugués y Benzema, autores de tres goles cada uno ante el Levante (8-0 en Copa), le regalaron el balón de su estreno en el Bernabéu. El 12 de diciembre, tras debutar en Zaragoza, pasó a ser un personaje público. Ya no sólo es el muchacho que se crió en el barrio de Mirasierra, donde no había manera de hacerle madrugar. "Sin embargo, el día que había partido, a las ocho de la mañana, ya tenía las espinilleras puestas", recuerda Marta, su hermana mayor que, "a pesar de no saber lo que es un fuera de juego", nunca falta a los partidos de Álvaro. Viajó hasta Zaragoza, donde su hermano lloró al salir del vestuario y abrazarse a su padre y regalarle esa camiseta del debut "que no vendería ni por 20 millones de euros". El padre la utiliza "casi de pijama", porque justifica un sueño vocacional. "Su hijo parece que tiene un balón en la cabeza", le decían en el colegio El Prado cuando Álvaro estudiaba primaria.
A los 15 años, Luis Palmero, uno de los técnicos del Real Madrid, aconsejó su fichaje. "Fue a raíz de un partido de las selecciones territoriales en Albacete", recuerda el padre, "en el que hizo un informe muy bueno". Su facilidad para encontrar soluciones en el área le permitió alcanzar el bronce en el Mundial sub-17 de Nigeria. Ha aprendido a jugar de espaldas a la portería y tiene una teoría que le hace letal: "Cuanto más alejado estés del rival, más opciones hay de rematar". Hay algo en él de Van Nistel-rooy, dicen. Y de Morientes. Su evolución ha sido tan alta que este verano, cuando Mourinhole vio por primera vez, aseguró que tenía "algo diferente". A los pocos días, ordenó que lo llamasen para realizar con el primer equipo la gira por Estados Unidos. Álvaro acababa de llegar de vacaciones a Málaga, "después de cinco horas en coche con mis padres", cuando la locura se apoderó de la familia. "Tuve que coger el primer tren de vuelta para Madrid".
Desde entonces vive en una nube. De día, recibe las órdenes de Mourinho. De noche, en su habitación, tiene una fotografía con el entrenador y sigue dándole vueltas a esas enseñanzas.
Álvaro aprecia la autocrítica, incluso la necesita. De hecho, el día que debutó en La Romareda no se conformó con amenazar a Leo Franco en el primer balón que pasó a su lado. "Debí estar más rápido", se lamenta. Por eso el padre no guarda duda acerca de su hijo. "Tiene los pies en el suelo".
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