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Paso al frente del gregario Castroviejo

El ciclista que prefiere trabajar para los demás se aferra hoy (15,00 horas) a sus grandes dotes de contrarrelojista para quitar la medalla a los mejores del mundo. “Será una prueba de supervivencia”, avisa.

El ciclista Jonathan Castroviejo en una contrarreloj con España. /AFP

No, esto no es Güetxo ni las carreteras del País Vasco con esa gama de verdes que esconden valles encantados, destinados a reportajes turísticos. Pero hoy no. Hoy, Jonny está en Pontal, pegado a la playa de Copacabana, a las calles de Río, donde la naturaleza tiene otra distribución. Otros colores y otras misiones en una mañana como esta, que apunta a esa lluvia que tantas mañanas despierta a Johnny en Güetxo.

La diferencia es que hoy tiene otra misión, la de pensar en él, sólo en él, no hay líderes de por medio ni existe el día después, el líder es él, sólo él, Jonathan Castroviejo en los 54,2 kilómetros de contrarreloj individual de los JJOO, aspirante leal a la medalla, más impactante que nunca, cuentan que llegó afilado como una cuchilla de afeitar. La ilusión, por lo tanto, está alquilada y no se puede ser neutral, aunque él la ponga la paz. “Será una prueba de supervivencia, durísima con rampas de hasta el 12% y 900 metros de desnivel”.

Pero esto debe ser así. Si fuese fácil entonces sí sería un disgusto. Y Johnny, el ciclista que carga las baterías en vacaciones en campings o en caravanas, donde cuelga la mochila a la espalda, sabe que ese tipo de ofertas ya no existen en el ciclismo. Y aquel día de la Vuelta a Polonia, cuando recibió la llamada de Javier Mínguez, el seleccionador, para ir a los Juegos lo recordó otra vez. Y el viejo Minguez volvió a preguntarle con la nobleza que lo pregunta todo. “¿Por qué no vas a pensar en medalla?” Y Johnny, olvidada ya esa grave caída, con fractura cervical y de cúbito, que sufrió en febrero en Faro, en la Volta a Algarve, se encargó de contestarle que sí, sabedor de que hay ambiciones que no vuelven.

Y los que le conocen, que son los que no dejan de llamarle Johnny ni cuando se enfadan, lo han convencido de que “ahora puede ser que sí “, incluido Nairo Quintana, su líder en Movistar, su amigo del alma en Colombia, al que ha ido a visitar algún invierno, allá en Tunja, a 2.800 metros de altitud. “Entonces te das cuenta de porqué Colombia es lo que es en el ciclismo”, dice Johnny. “Las carreteras están plagadas de ciclistas”.

"¿Qué edad tiene?"

Río de Janeiro, sin embargo, está pegado al mar, obstaculizado, eso sí, por cuestas severas en la contrarreloj de hoy que define la cruel misión de Johnny, ese extraordinario rodador, capaz de sobrepasar los 55 km/h pese a su fisonomía, 1,72 centímetros y 60 kilos, que deberían alejarle de esta especialidad. Pero nada de eso. Es más, la dureza de un día como el de hoy en Río le iguala a nombres como los de Froome , Martín, Doumoulin o Cancellara quien, por cierto, jamás olvidará aquel prólogo en el Tour de Romandia en el que nadie le sorprendió tanto como Jonathan Castroviejo, el enjuto muchacho de Güetxo. “¿Qué edad tiene?”, preguntó. “Tengo que ir haciéndome a la idea de que me voy haciendo mayor”, contestó el mismo.

De eso, sin embargo, han pasado cinco años en los que Castroviejo nunca explotó su vanidad. Descubrió otra manera de ser feliz bastante antes de cumplir 29 años. “No me gusta la presión de tener que sacar siempre buenos resultados, pero sí ver que otros lo consiguen gracias a mi trabajo”. Y no se menospreció a sí mismo, simplemente encontró su lugar en la vida, realista y sin envidias, pero, eso sí, con una alternativa que le diferencia de la clase media, en la contrarreloj.

Allí están su cuento de hadas y la memoria, si es buena, se lo demuestra. Hace cuatro años, en los JJOO de Londres, se quedó a 11 segundos del diploma olímpico. El año pasado, en el Mundial de Richmond, fue cuarto a tres segundos del podio. No se sabe si sobran los motivos para creer en la medalla de Johnny esta tarde, pero sí se sabe que los hay. “Unos JJOO no se corren todos los días”, explica él, sin abusar de las palabras ni de la cabeza. Y la cabeza recuerda que no habrá más veranos en Río, la hora, por lo tanto, de la supervivencia, de sobrevivir lo que haga falta.

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