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¿Es la economía colaborativa el futuro gracias a Internet?

Desde hace un tiempo la llamada "sharing economy" (economía colaborativa) va mucho más allá de los arreglos para compartir un coche en un viaje entre dos desconocidos. Internet ha abierto nuevos mercados a través de numerosas plataformas de intercambio.

¿Es la economía colaborativa el futuro gracias a Internet? /DPA

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Compartir está de moda, sobre todo cuando uno gana algo a cambio. Desde hace tiempo la llamada "sharing economy" (economía colaborativa) va mucho más allá de los arreglos para compartir un coche en un viaje entre dos desconocidos. Internet ha abierto nuevos mercados a través de numerosas plataformas de intercambio.

El término economía colaborativa o consumo colaborativo fue acuñado por primera vez por Ray Algar en un artículo de 2007. La idea de fondo es que no hay que ser dueño de algo para usarlo. No es algo nuevo, desde siempre ha habido, por ejemplo, viviendas de alquiler. Y mucho antes de la existencia de Internet había trueques de favores a nivel vecinal, del tipo: "Cambio uso de máquina de coser por limpieza de ventanas". Pero Internet y las aplicaciones hacen aún más fácil el intercambio -y a escala global-, por ejemplo alquilar la vivienda cuando uno está de vacaciones o intercambiarla por la de otra persona en otro lugar.

Sus defensores afirman que es una manera de hacer más racional el consumo y más sustentable, a la vez que permite reducir las grandes desigualdades existentes. Pero también se trata de ganar dinero u otras ventajas tanto para el dueño como para el intermediario.

Casi a diario nacen nuevas webs en diferentes partes del mundo para reunir la oferta y la demanda en torno a todos los problemas habituales que puedan surgir. Por ejemplo, alguien que se da cuenta de que no podrá irse de vacaciones, puede revender su paquete turístico a otro a través de un intermediario online. Hay que tener cuidado con servicios, por ejemplo, de limpieza o de otro tipo que se presentan como "sharing economy" y que en realidad no son más que ofertas para conseguir mano de obra en condiciones bastante cuestionables.

Pero no todo está permitido. Aunque también hay cosas que acaban siendo prohibidas por insistencia de aquellos a los que el nuevo servicio hace competencia. Muchas cosas se mueven en una zona gris porque cuando se escribieron las leyes, no existía Internet. Un buen ejemplo es la compañía Uber, que pone en contacto a una persona que necesita un transporte con alguien que lo ofrece y que ha sido demandada por el sector de los taxis en varios países. Uno de los puntos más cuestionables es que entre los conductores hay tanto profesionales como individuos particulares.

Otra guerra actual la libran también los hosteleros desde que es posible conseguir una habitación barata en todo el mundo a través de plataformas como Airbnb, Wimdu, 9flats y otras. Alegan que ellos tienen mucho mayores costes por seguros, higiene, impuestos y derechos laborales, y por tanto consideran los alquileres de particulares como una competencia desleal. Las autoridades tienen en la actualidad bastante trabajo con los controles a las viviendas turísticas ilegales. El ayuntamiento de Barcelona acaba de paralizar durante un año la concesión de licencias para alojamientos turísticos de todo tipo ante la necesidad de aprobar un nuevo plan que los regule.

¿Qué opinan responsables y otros sectores?

Ños gremios están a favor de la colaboración, no de la explotación. A veces, los intermediarios ganan mucho dinero rápido. Y exigen que se respeten los derechos de los trabajadores, por ejemplo de las personas que se ofrecen para limpieza en la red. La protección en caso de despido, salarios mínimos, medidas de seguridad y horarios legales tienen que valer también en el caso del empleo ofrecido online. Básicamente, el consumo colaborativo no puede ser excusa para saltarse las leyes.

Pero los sectores tradicionales tienen que adaptarse. Al menos, es algo que defienden no sólo los que ofrecen consumo colaborativo, sino algunos economistas. El experto alemán Justus Haucap alerta de que una excesiva regulación puede ahogar la iniciativa y el carácter revolucionario de estas nuevas empresas. La digitalización permite un uso mucho más eficiente de los recursos, por ejemplo compartir los vehículos, algo que puede mejorar sensiblemente el tráfico en las grandes ciudades, argumenta. Y hay regulaciones ya anticuadas, como el test que deben pasar los taxistas para demostrar que conocen bien el mapa de una ciudad en un mundo con navegadores GPS hasta en el celular.

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