Este artículo se publicó hace 12 años.
24 horas encerrados en La Princesa
'Público' convive un día con los trabajadores de este hospital madrileño que llevan 15 días protestando en contra del plan de la Comunidad para convertirlo en un ce
Una mujer de unos 70 años entra en el salón de actos del Hospital La Princesa de Madrid a las nueve de la mañana sin hacer apenas ruido. Saluda con la cabeza a médicos, enfermeras y auxiliares que recogen sus sacos de dormir aún con los ojos hinchados tras una noche más en lucha. Se sienta en una butaca y no hace nada. No habla, no lee. Simplemente, está. De eso va también un encierro. Ella estudió Medicina en La Princesa, desarrolló toda su carrera en La Princesa y se jubiló en La Princesa. "Es mi hospital y lo que quieren hacer con él es una barbaridad". Dos horas después, la encerrada jubilada, que prefiere ocultar su identidad, también está en la concentración que cada día desde hace dos semanas, a las 11.00 y a las 18.00, rodea el centro. No lleva pancarta, ni corea cánticos. Simplemente, está.
Estar en el salón de actos, por turnos y durante todo el día, fue la primera medida de protesta que emprendieron los trabajadores del hospital La Princesa después de conocer que la Comunidad de Madrid pretendía convertir este centro de referencia en uno "de alta especialización para patologías del anciano". Este cambio implica, además de despidos de interinos y eventuales, que el centro se queda sin urgencias y sin atención primaria. Quince días después de iniciar el encierro, las urgencias -que la Comunidad amenazó con cerrar el pasado jueves- permanecen abiertas.
"El encierro ha sido el inicio de la protesta y lo vamos a mantener hasta que nos digan exactamente lo que pretenden hacer", cuenta María Jesús Roch, administrativa desde hace 21 años en La Princesa. Aunque ha dormido todas las noches en el salón de actos, asegura que sigue "animada en la lucha". "No estoy cansada, yo me pongo en mi rincón con mi esterilla y a dormir", cuenta justo antes de irse a trabajar, mojando un bollo en un vaso de leche. Mientras tanto, Juan Antonio Cano, auxiliar de enfermería, recoge su esterilla tras su primera noche encerrado: "He dormido mal, pero vale la pena". Todavía con las luces "de dormir", en el salón de actos, María Jesús charla con Marta Otadly, supervisora de enfermería, con la que coincide en aventurar el final de La Princesa. "Será una muerte dulce", dice la primera. "En 2013 nos hacen especializarnos en ancianos manteniendo el resto de carteras y en 2014 nos darán el hachazo definitivo y nos dejarán sólo con los ancianos", añade la segunda, que aclara: "Sin la atención primaria y las urgencias, nos convertiremos en un centro subsidiario".
Al lado de las dos veteranas, desayuna café con croisant un grupo de enfermeras y auxiliares que han pasado la noche en el salón de actos. Esther Sánchez, enfermera en urgencias desde 2006, sólo ha dormido dos noches en casa desde que empezó la protesta. "El primer día dormí una hora, pasamos toda la noche haciendo carteles, pancartas y organizando el recorrido de la manifestación", recuerda. "Con la colchoneta, duermo bien", dice mientras se toma el primer café del día junto a Alicia Fernández, auxiliar de enfermería desde 2005, con la que comparte, además de trabajo en Urgencias, una cadena de contratos de tres y seis meses desde hace más de cinco años. "El 31 de diciembre nos iremos a la calle, pero no estamos luchando por nuestros puestos de trabajo", asegura tajante Alicia. "Yo también soy paciente y quiero que me atiendan bien, sin pensar si soy rentable o no, no luchamos sólo por La Princesa, sino por mantener la sanidad pública", añade Esther.
La Princesa cuenta con 2.500 trabajadores, entre personal laboral, funcionario y estatutario. Alrededor de unos 350 profesionales eventuales perderán sus puestos de trabajo, algo que también denunció el Colegio de Médicos de Madrid, que ya se opuso al plan de la Comunidad.
Inmaculada Gómez, enfermera de quirófano en Urgencias, pasa parte de la mañana preparando los carteles de la manifestación de mañana. "Nos han capado los enchufes", anuncia al resto de encerrados. Esta joven de 28 años formada en el hospital critica que la privatización del centro provocará que "la inversión del Gobierno en la formación del personal haya sido en balde". Explica además que si se cierran las urgencias, el hospital "empezará a apagarse". De momento han conseguido mantenerlas, pero no se fían: "No hay nada firmado. Mantener las urgencias ha sido una medida disuasoria del Gobierno de la Comunidad, para que nos tranquilicemos", asegura Esther, "pero no vamos a parar".
"Los políticos están generando una sociedad triste, con miedo y desesperanzada"
Al fondo de la sala, detrás de las butacas, otro grupo de cinco enfermeras desayuna un roscón de supermercado. Ninguna ha trabajado hoy. Es su día libre. "Los políticos están generando una sociedad triste, con miedo y desesperanzada", denuncia Estefanía Cabezas, que estas dos semanas dice que vive en una montaña rusa permanente: "Hay días que lo ves todo negro y no saldrías de la cama y otros, dices no, tengo que seguir con esto". Los pacientes no sólo son conscientes de ello: "La gente está llorando con nosotros, nos abraza, nos sonríe, nos da besos", cuenta Esther.
Vecinos y pacientes también les acompañan en las concentraciones alrededor del hospital. "Si me quitan La Princesa es como si me quitan un riñón", dice Nieves Hernández, operada varias veces en el hospital. "Es de los mejores centros de Madrid y el personal es fabuloso", añade Victoria. Cuando la marcha pasa por debajo de las ventanas del salón de actos, el retén que se mantiene encerrado (si no son más de diez personas pueden echarles) se apoya en el alféizar y se suma a los cánticos.
El cansancio no les ha minado fuerzas pero aunque no tener ninguna intención de rendirse, el pesimismo sobre el futuro del centro parece expandirse. "El encierro no les importa nada [a los políticos]", dice María Jesús. "Esto se va a convertir en una clínica cara de ancianos", pronostica Jesús V. Prieto, cirujano torácico. "Es desalentador ver cómo están tirando por la borda todo lo que hemos conseguido a lo largo de tantos años", lamenta Ricardo Barrigón, celador con 22 años de experiencia en La Princesa.
Con los mismos ánimos -de lucha y agotamiento por igual- se presentan también en el salón de actos los del turno de tarde. Una administrativa en su día libre, doctores que han terminado su jornada, enfermeras que están a punto de empezar la suya, vecinos del centro que se niegan a que les cambien el hospital, su hospital. Tras la segunda concentración del día, la de las seis de la tarde, en la que todavía consiguen reunir a cientos de personas para rodear el hospital, todos valoran la solidaridad de la gente que les apoya. "Pase lo que pase me habrá encantado esta experiencia, haber sentido el cariño de la gente", señala Adela Gavela, enfermera del banco de sangre que baja a la sala del encierro cada vez que tiene un minuto libre.
Cerca de su asiento están Emilia Palomino, de 79 años y usuaria del hospital desde el año 95, y el matrimonio formado por Domingo Carabajal y María Victoria Pendón. Ellos han venido desde Málaga para participar en las protestas de La Princesa porque su hija, de 24 años, es enfermera aquí. "Cuando se vino, hace cuatro años, yo lloraba porque era la primera vez que salía de casa. Ahora lloro porque no quiero que se vuelva", señala María Victoria.
No obstante, no están allí sólo para defender el puesto de trabajo de su hija. "Este hospital es muy importante. Aquí diagnosticaron y trataron a mi marido hace 50 años y, gracias a eso, aún está vivo", continúa la malagueña. "En aquel entonces esto era un hospital de beneficiencia; gracias a que era gratuito, él se curó", asegura. Su marido la mira, emocionado, mientras ella cuenta la historia de su vida. "No pueden expoliar esto", sentencia Domingo, que inclusó recogió 200 firmas en Málaga para unirlas a las que están recopilando a la entrada del hospital, durante las manifestaciones y a través de Internet.
Piden a los ciudadanos que no dupliquen su firma o se anulará su apoyo a la causa
Sobre las siete de la tarde del jueves 15, el recuento iba ya por 272.494 firmas. La noticia llenó el salón de actos -aún con el mínimo de personas necesario para que no les expulsen- de ilusión. El lunes las entregarán en la Consejería de Sanidad para dejar constancia de que el personal de La Princesa y sus usuarios están en contra de su "desmantelamiento". Por ello, los trabajadores quieren lanzar una advertencia: "que nadie firme dos veces o se anulará". "La gente se vuelca tanto en apoyarnos que firman hasta siete veces, pero no saben que eso es peor", explica el personal.
Emi, como le gusta que la llamen, colabora en la recogida de firmas y, en el salón de actos, se siente como en casa entre los mimos del personal del hospital. "Vengo todos los días a las concentraciones y luego me quedo un rato a apoyar los turnos de encierro", declara con toda normalidad, como si lo extraño fuera que alguien no lo hiciera. "Es un sacrilegio lo que quieren hacer con este hospital. ¡A mí que no me lo quiten!", pide con energía. "Yo venía a menudo con mi marido -ya fallecido-, que estaba malito del corazón. Llegó un momento en que ya nos conocían todos y aquí siempre nos han tratado genial", recuerda.
"Sólo queremos que la atención sanitaria llegue a todo el mundo"
Poco después, mientras algunos leen el periódico del día -cedido por uno de los kioscos cercanos al hospital-, otros reparten algo de picar y los grupos de compañeros conversan y debaten sobre temas dispares, una paciente se acerca a traerles una caja de bombones. Se la deja a una de las doctoras encerradas, le da las gracias y sale de la sala sin apenas abrir la boca. "Es que aún estoy muy sensible, porque aquí me acaban de salvar de un cáncer de pulmón", declara Violeta Muñoz, mientras se aleja hacia la puerta del hospital.
"Nosotros sólo queremos que la atención sanitaria llegue a todo el mundo; los de arriba tienen que permitirlo", reclama la doctora Isabel Jiménez. "Llevo 20 años trabajando aquí y no se trata sólo de nuestro puesto, sino de salvar el hospital. Tiene que quedarse como está, con sus especialidades, con sus laboratorios, con sus unidades de trasplante, con sus instituto de investigación, con todo", insiste también María del Carmen del Río, auxiliar de enfermería.
Después del picoteo llega la hora de cenar. Sobre las diez de la noche, cuando termina el turno de tarde, llegan los voluntarios que se quedarán a dormir en el hospital. Tras una dura jornada laboral, los grupos de manifestantes abren los paquetes de chorizo y pan y se ponen a cenar mientras la charla sobre su futuro continúa. Algunos aprovechan también para dejar inflando los colchones donde luego pasarán la noche.
"[Los políticos] dicen que hablan con los trabajadores, pero hasta aquí no ha bajado nadie"
Ninguno de ellos confía aún en las buenas intenciones que el consejero de Sanidad y el presidente de la comunidad -Javier Fernández Lasquetty e Ignacio González, respectivamente- aseguran tener con respecto al hospital. "No hemos visto nada firmado y siempre dicen que hablan con los trabajadores pero hasta aquí no ha bajado nadie", lamentan. "Por eso no podemos relajarnos", señala Ana Marcos, residente de primer año que, pese a pertenecer al grupo más precario del centro -no llega ni a mileurista-, piensa secundar la huelga de finales de mes. "En la medida de mis posibilidades pienso hacerla porque creo que si la hace todo el mundo, en dos horas paralizaríamos Madrid y los políticos reaccionarían", aventura la joven, de 25 años.
"Empezamos a estar cansados ya, porque tenemos que hacer maravillas para cuadrar los turnos con las concentraciones y el encierro: vienes antes, te vas después... pero queremos que se den cuenta de que tienen que hacer lo mejor para todos", argumenta -sentada en el colchón de al lado- Noa Martín, investigadora de 37 años. "Esta idea de privatizar la sanidad es muy peligrosa; no se dan cuenta de que los seguros privados marcan un 'techo sanitario' con el que los enfermos caros se quedan fuera del sistema", apunta también Beatriz Somovilla, bióloga con una beca de doctorado (investigación) que termina el 31 de diciembre. "Acabaré trabajando gratis; ya me ha pasado antes", lamenta, en alusión a los recortes que, además de en Sanidad, se están llevando a cabo también en Investigación y Desarrollo.
Todos ellos se han planteado en más de una ocasión probar suerte fuera de España. "El problema es que cuando te vas por necesidad y sales huyendo porque el sistema te echa y no porque te apetece vivir una experiencia, te conviertes en un saldo también para el empleador extranjero", apostilla Noa. "Ahora tampoco es tan fácil marcharse a otro sitio a intentar trabajar", apunta también Beatriz.
"Si quitan a los médicos que te curan, ¿a qué vendrás a La Princesa? ¡Pues a morir!", lamentan No obstante, también ven complicado su futuro en España. "Si esto sigue así, la Sanidad estará peor que con Franco", sentencia Álvaro, del departamento de Inmunología. Por momentos, el desánimo se apodera del ambiente. "Quizá logremos parar algo ahora, pero a la larga acabarán haciendo lo que les dé la gana", prevén algunos. "Quieren convertir esto en un moritorio: si no invierten en el centro, quitan tratamientos y quitan a los médicos que te curan, ¿a qué vendrás? ¡Pues a morir!", plantea Noa, que ha estudiado los presupuestos de la Comunidad para La Princesa con mucha dedicación.
No obstante, no todo son lamentos y malos augurios. Durante la sobremesa nocturna, las pequeñas pandillas que se distribuyen por el salón comentan y debaten sobre sus vidas, sus jornadas laborales o sobre política. González, Lasquetty, Aguirre, Rajoy, Zapatero...todos son nombrados -con inmensa ironía- en algún que otro momento del café. ¿La mejor anécdota? El momento en el que la alcaldesa, Ana Botella, hizo su aparición estelar en el hospital y plasmó su firma en apoyo de los trabajadores. ¿Las dudas de quienes presenciaron el momento? "¿Sabría lo que firmaba, estaría preparado, tendría Aznar algo que ver en ello, se llevará mal con González?", se preguntan.
Más tarde ya de las dos de la madrugada se apagan las luces en el salón de actos. Algunos aún conversan medio a ciegas. Otros se entretienen preparando los carteles de la marea blanca de mañana. También hay quien juguetea con los micros de salón de actos. Las risas se extienden. "Estamos de encierro, pero no en un entierro", aclara María Jesús Roch, habitual en los turnos nocturnos. Los últimos, una minoría, intentan dormir en los colchones hinchables, colchonetas y espumas de sofá que han distribuido en cada hueco libre de la habitación. A las 8 de la mañana entrarán a trabajar...mientras les dejen.
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