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Adiós a los años salvajes

El centro de reforma La Jara de Alcalá de Guadaíra (Sevilla), ayuda a reinsertar a los menores

RAÚL BOCANEGRA

Cuatro tatuajes adornan su cuerpo. Un nombre en honor de su primer amor en el empeine. Una calavera con pañuelo pirata en el gemelo. El nombre de su actual novia en el estómago y el de su padre, muerto, en el antebrazo. A los 16 años, un robo con intimidación del que no quiere acordarse llevó sus huesos al centro de reforma La Jara de Alcalá de Guadaíra (Sevilla), un 'hotel de tres estrellas para estrellados'. J. G. T. trabaja ahora, con 20 y un contrato indefinido, en un taller mecánico de Montequinto (Dos Hermanas) de 8 a 2 y de 4.30 a 8. 'Lo sé todo de mecánica, lo sé ya todo. Pero los coches vienen eléctricos. Quiero hacer un curso o algo', dice.

En La Jara, J. G. T. se reinventó. Dejó atrás el lado salvaje de la vida, la cocaína, los porros, el robo y las calles de fuego, en las que se montaba en un coche, metía primera, ya estaba en tercera y ni veía las señales de tráfico. 'Aquello no era vida', afirma mientras se toma una cola y se fuma un cigarrillo tras la jornada de trabajo. 'En el centro tuve tiempo para pensar y me di cuenta', remacha. Estos días, trata de sacarse el carné de conducir después de haber manejado hasta un camión, un Nissan. 'No sé circular', reconoce. J. G. T. era uno de los 5.910 menores delincuentes que han logrado un trabajo o están siendo orientados para conseguirlo por la Junta.

Piscina en los centros

Hace dos años, la consejera de Justicia, María José López, puso en marcha un plan con la colaboración de diversas fundaciones para impulsar la reinserción de menores. Sus frutos no se han hecho esperar. Si en 2003 sólo el 30% de los jóvenes no volvía a delinquir, ahora la cifra está en el 70%. Dos causas fundamentales han provocado el cambio. Por un lado, la Junta invierte más en los centros. 'Teníamos billares, futbolines, canchas de fútbol, baloncesto, piscina en verano. Hoteles de tres estrellas', bromea J. G. T. 'Tenía mi propio cuarto, guardaba mi ropa, las fotos de mi familia, de coches, de las mujeres', agrega. Y por otro está el trabajo sordo de los educadores en los centros y fuera de ellos.

'Somos una figura paternal', asegura David Pavón, jefe de equipo del plan en Sevilla. 'En los centros no sólo se enseñan matemáticas o jardinería o mecánica. La formación es integral, hay cursos de igualdad de género, de prevención de riesgos, contra el maltrato', añade Francisco Javier Álvarez, Fran, coordinador en Andalucía Occidental del programa.

Ambos, de la Fundación Diagrama, siguen la trayectoria de sus chavales desde el centro de menores hasta los 25 años. Les ayudan con el papeleo, con las entrevistas de trabajo, con los problemas en casa, con la novia. 'A veces te llama la madre el domingo: oye que mi hijo se ha pegado una fiesta y no se levanta, ¿qué hago?'. Hasta ahí llegan. Están disponibles las 24 horas. Han firmado convenios con un centenar de empresas andaluzas para que ofrezcan prácticas de seis horas remuneradas a los chavales y, en su caso, los contraten. Al entrar en La Jara, J. G. T. no tenía ni DNI y sabía apenas arreglar su moto. Cuando salió, era oficial de tercera y tenía ya un empleo en un taller mecánico de Alcalá de Guadaíra, una de las firmas en el convenio. Luego, cambió al de Montequinto.

Cocaína a los diez años

'[En los centros] se les enseña sobre todo oficios, pero siempre tratamos de motivarlos hacia el estudio. Hay quien llega sin saber nada, ni sentarse para comer. Das todo el esfuerzo y, a veces, es frustrante. Pero cuando salen adelante, es muy bonito', aseguran Fran y David. 'La mano en el fuego no la pones por nadie, pero hay gente que piensas: éste no va a salir, y te sorprenden', aseguran.

J. G. T. empezó con la cocaína a los '10 ó 12 años'. Estaba en la calle, fácil, al alcance de la mano. 'Iba a la escuela, pero me quedaba en la puerta', recuerda. A los 14 abandonó por completo los estudios y se quedó en la calle. La madre ponía la comida en el plato. Vivía en la barriada Murillo, en las Tres Mil Viviendas, en el corazón del polígono Sur, la zona a la que Sevilla da la espalda, el supermercado hispalense de la droga. ¿Por qué cayó en la delincuencia? ¿La familia no le ayudaba? 'No, mi familia es normal. Mi padre era anticuario y mi madre, limpiadora. Trabajadores. Pero allí no había otra cosa. Estaban los amigos y la calle', recuerda.

Y Camarón, que le gusta 'tela'. De siempre. Hay una letra del artista, que podría describir su vida en aquella etapa, ya lejana:

'Con un porrito en la mano,

yo me lo lío con esa raya de coca

que me metío farlopa

y el 091 pa mí ya es pan comío [...]

vivo en un barrio de vacilones

se fuman porros con dos cojones'.

¿Y ahora, coquetea con la droga? 'Ya ni la toco. Ya sé a lo que te lleva', explica. Se tuvo que ir de allí, tuvo que salir por piernas porque lo querían matar. Se equivocó de víctima. Atracó a un traficante del barrio. Un error. Se marchó al polígono San Pablo. Luego vino el robo con intimidación y su reinvención en el centro de menores.

Totalmente reinsertado

Tras el paso por La Jara, J. G. T. vive en el popular barrio de la Macarena, con su familia. Está reinsertado en la sociedad. Tiene su trabajo, su novia, sus amigos, que no son los de los años salvajes. 'Ni una letra, nada', dice. No le escribieron, no se acordaron. 'Me di cuenta de que no eran mis amigos'. Sólo la familia le sostuvo. También los orientadores jugaron su papel, gente como Fran y David, que valoraron su esfuerzo y se lo transmitieron. Se creyó que podía.

Sin embargo, no quiere que salga su nombre ni su cara en la prensa. 'La gente tiende a poner etiquetas', se excusa Fran. Él asiente. Quiere que lo vean como es ahora, no como fue antes. Ya no es aquél. Ahora su madre está orgullosa. 'Mi única pena es que mi padre [murió de un cáncer de pulmón cuando estaba encerrado en el centro] no me ha visto así'. J. G. T. se toca el mono de mecánico. Camarón también escribió otra letra para él:

'Vivir y soñar, vivir y soñar

solo voy buscando mi libertad.

Vivir y soñar,vivir y soñar

solo voy buscando mi libertad'

¿Qué espera del futuro, además de vivir y soñar? Lo tiene claro: 'Quiero trabajar seis o siete años y luego poner un taller por mi cuenta'. Un emprendendor.

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