Este artículo se publicó hace 14 años.
"Cerrar la tienda me llevará a la ruina"
Comerciantes sin trabajo. El terremoto daña muchos comercios de Lorca. Sus dueños tratan de recuperar el mayor género posible

Los comerciantes no entienden de colores. A todos les ha afectado el terremoto, bien por el cierre definitivo de sus locales o por la falta de clientes. Pero hay grados. La evaluación técnica de los edificios ha dividido a todos los locales en tres grupos: verdes (edificio sano), amarillo (dudoso) o rojo (inhabitable). La mayoría de los exámenes técnicos se realizaron el jueves y, ayer, los comerciantes regresaron apresurados a sus locales para intentar salvar todo el género posible.
"El bar está bien, pero van a tener que echar abajo todo el bloque porque el terremoto rompió un pilar de la otra punta del edificio", lamenta Diego Morales, de 49 años y dueño del bar Siglo XXI, en la Avenida Europa, la entrada norte de la ciudad. "Los pilares del bar están todos bien, y apenas hay desperfectos", desespera mientras recorre las juntas de las paredes con su dedo índice. El hombre invirtió 150.000 euros hace 11 años y tardó en empezar a recoger beneficios: "Y cuando empezaba todo a funcionar bien, han llegado los dos palos: la crisis y esto".
Un afectado dice que "de repente, dos palos: la crisis y esto"
Todos los portales del edificio tienen pintados círculos rojos, que indican su inhabitabilidad. "Cerrar el bar me llevará a la ruina porque no recibiré la indemnización de la aseguradora hasta dentro de un buen tiempo", continúa el dueño.
El Consorcio de Compensación de Seguros no hará la evaluación de daños hasta que los técnicos no confirmen que se va a derribar, "pero ya no tenemos esperanzas", apena con los ojos llorosos. "Den las ayudas que den, que las den pronto porque yo no tengo recursos económicos para aguantar mucho tiempo".
La suerte en un colorLos dueños esperan las indemnizaciones del Consorcio de Seguros
En la otra punta de la ciudad está el barrio de La Viña, la zona más afectada por el terremoto, junto al casco histórico. Casi todos los bares están cerrados y los que no, atestados de gente. Hay vecinos que ni se quitan el casco de obra en la barra. La gente está en las calles porque no tiene otro sitio donde de estar. Aquí los comerciantes, independientemente del color con el que hayan marcado su negocio, combaten la desesperación desescombrando.
A Lorenzo y Josefa, los técnicos les han dejado en una especie de limbo. Su fachada está pintada con una interrogación de color amarillo. "Significa que tienen que venir de nuevo a una segunda revisión", asegura Lorenzo, mientras cargan algunos ramos de flores ya mustias, después de dos días sin luz ni agua. Su mujer explica que no les han dicho si tienen que cerrar o no, pero que, por si acaso, no van a abrir.
"Había visto terremotos en la televisión y siempre pensé que no era para tanto pero vaya que si lo es", comenta Josefa. De pronto, llega su hijo vociferando. Asegura haber oído que la Guardia Civil está desalojando a los vecinos por una nueva alerta de terremoto. A Josefa le cambia la cara y sale corriendo de la floristería. Acaba siendo una falsa alarma más.
"Tememos los robos y guardamos todo en casa o en el coche", cuenta un empresario
Algo más abajo, en la avenida de Granada, Jesús Serrabona carga las sillas de su autoescuela Guadalentín en un camión que ha alquilado. "Las llevamos a un almacén, ya veremos qué hacemos con ellas", explica. El terremoto pilló a seis de sus alumnos recibiendo clases. "A mí casi me pilla, di un salto y se desplomó el techo", explica Juan Bautista, profesor de la autoescuela. Al local le han puesto el punto amarillo, pero al entrar en él, da miedo, todo está por los suelos y los techos amenazan con caerse.
Salvar el géneroJunto a ellos dos está Pepe Martín, que lleva 20 años dando clases para el permiso de camión y de autobús. "No va a afectar a mi sueldo, pero nos rompe el ritmo de las clases". Los tres, jefe y empleados, trabajan juntos para salvar lo que puedan de la autoescuela. "El verdadero problema vendrá la semana que viene, cuando pase el shock", opina Serrabona.
Muy cerca de la autoescuela está la zapatería de Antonio García, Tucán Calzados, declarada en derribo. Amigos y familiares de Antonio montaron ayer por la tarde una cadena para sacar todo el género posible del almacén. En la entrada al local, en plena calle, se amontonan cientos de pares de zapatos, a la espera de que Antonio llegue con su coche para dejar el género a salvo. "Tenemos miedo a los robos y preferimos guardar todo en casa o en el coche, donde haga falta", explica su madre.
A su lado hay aún en pie una clínica de Asepeyo y una oficina de loterías. Su dueño, José, recoge cajas repletas de décimos y boletos que ya no venderá. "No se puede entrar, me han dicho que si lo hacía era bajo mi responsabilidad", comenta cargando el coche. Le ayuda con las cajas José Mula, el responsable de la tienda Glamour Muebles y Decoración. Bromean con su suerte. El negocio de Mula está en el edificio contiguo y parece que se ha salvado. Pero Mula dice no con la cabeza e invita a entrar en su negocio. Parece el fin del mundo, al menos para todos esos muebles destrozados. "Teníamos unos 500.000 euros y todo se ha perdido", dice.
Al salir a la calle, pasa un coche serpenteando entre la gente, los militares, los bomberos y la Policía. Baja la ventanilla y a voz en grito asegura: "¡Venga, Lorca, que vamos a salir de esta!".
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