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La izquierda que normalizó la revolución social

Este sábado se cumplen 75 años de la creación del PSUC, el partido comunista de Catalunya

ANDREU MAYAYO

Una placa en el bar del Pi de la plaza Sant Josep Oriol de Barcelona recuerda que el PSUC, el Partit Socialista Unificat de Catalunya, fue fundado en ese lugar un día como este sábado hace 75 años. La sublevación militar espoleó el proceso de unificación iniciado meses antes por la Unió Socialista de Catalunya, la Federació Catalana del PSOE, el Partit Comunista de Catalunya (PCE) y el Partit Català Proletari. A diferencia de la mayoría de partidos comunistas, el PSUC no surgió de una escisión del partido socialista, sino de una fusión entre socialistas y comunistas y, para remachar el clavo, entre unos partidos de identidad española y otros catalanes.

El PSUC era hijo de la cultura y de la política frentepopulista de los años treinta en un contexto de polarización entre el ascenso del fascismo y la resistencia antifascista. El objetivo no era tanto la revolución social como la defensa de la revolución democrática amenazada por el nazismo y el fascismo.

Mientras republicanos, socialistas y anarcosindicalistas se perdieron tras la Guerra Civil en el laberinto nostálgico del exilio y de la Guerra Fría, el PSUC supo encontrar su hilo de Ariadna en la infiltración en el Sindicato Vertical franquista y en una sociedad catalana trastornada y transformada por unos inmigrantes llegados en oleadas crecientes. A pesar de la represión dura y sin freno, supieron estar presentes en el movimiento obrero, vecinal y universitario, así como en el fenómeno de la Nova Cançó y los cineclubs.

El gran invento de los comunistas (con patente del PCE) fue la política de reconciliación nacional aprobada en 1956. Había que superar las viejas trincheras de la Guerra Civil y establecer otras nuevas entre los colaboradores de la dictadura y los que pregonaban una salida democrática.

Del mismo modo, no sólo cambió sus relaciones con el mundo católico sino que permitió el ingreso como militantes de muchos cristianos, sacerdotes incluidos. Alfonso Comín lo resumiría diciendo: 'Cristianos en el partido y comunistas en la iglesia'.

El PSUC acabará constituyendo un instrumento de gran valía para la asunción del hecho nacional y el aprendizaje de la lengua y cultura catalanas de los dirigentes procedentes de la emigración. Sin el PSUC, Catalunya no tendría un modelo escolar basado en la inmersión lingüística.

El PSUC consiguió romper la lógica suicida de la Guerra Fría e impuso su presencia en los organismos unitarios de la oposición antifranquista. Es más, diseñó con todo detalle la Assemblea de Catalunya como una plataforma de fuerzas políticas, sindicales y sociales. La Assemblea fue el gran referente democrático (con los principios de amnistía, libertad y estatuto de autonomía) y movilizador de la sociedad. El éxito del modelo incluso fue copiado por el PCE en su propuesta, no del todo exitosa, de la Junta Democrática.

Se definía como el partido de las fuerzas del trabajo y de la cultura y sumó profesionales liberales, intelectuales e, incluso, sacerdotes. Destacados militantes fueron los artífices de la creación de CCOO. Y contó con intelectuales como Jordi Solé Tura, Jordi Borja, Josep Fontana o Alfonso Comín, escritores como Pere Calders, Manuel Vázquez Montalbán o Montserrat Roig y artistas como Agustí Centelles u Ovidi Montllor.

La centralidad del PSUC no era sólo política sino, sobre todo, organizativa. A la muerte de Franco, ya contaba con 5.000 militantes (más un millar de la Juventud Comunista) y una notable maquinaria orgánica y propagandística. En las primeras elecciones generales, municipales y autonómicas sumó medio millón de votos, alrededor de un 20%. Un millón de catalanes tenía alcalde comunista y cuatro millones más tenían algún concejal en sus pueblos y ciudades. El triunfo del pujolismo en 1980 y una avalancha de militantes decepcionados de la Transición provocaron una ruptura interna que le hizo perder la mayoría de los militantes y las dos terceras partes de los votantes.

En 1987, antes de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, se volvió a reinventar dando vida a una nueva formación: Iniciativa per Catalunya (ICV), que, con el paso del tiempo, añadió el componente ecosocialista con la alianza con los verdes.

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