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Limpiabotas: peligro de extinción

HENRIQUE MARIÑO

Mientras España debate retrasar la edad de jubilación, Fernando Bebia (Madrid, 1945) se encorva para lustrar los zapatos del respetable por tres euros y medio, cinco cuando alcanzan a ser botas y siete si su color es blanco. Cada moneda pasa a engrosar su pensión, entendida como hospedaje, pues este limpiabotas jamás cobrará el retiro ni podrá jubilarse. 'Empecé en 1982 aquí mismo y llevo 32 años haciendo esto', hace cuentas Bebia, 'con dos bes' y sin tilde en la i. 'Mientras el cuerpo aguante, me veo trabajando en esta acera hasta que me muera', aventura apostado en su trinchera de Gran Vía 37. 'Aquí no hay jubilación ni nada de eso'.

Nació en la calle Covarrubias, en el corazón de Chamberí, aunque se crio en ese casticismo de Tirso de Molina que atestigua el deje de sus palabras. 'Como nunca he vivido allí y no eres de donde naces sino de donde paces, yo soy de Lavapiés', dice respecto a ese pueblo rodeado por Madrid al que los madrileños llaman barrio. Aunque su padre también le había dado al cepillo, Fernando fue camarero hasta que una dermatosis le apartó de la barra. 'Estaba enfermo de psoriasis desde la punta de los pies hasta la cabeza. Antes no era como ahora, con la televisión diciendo que no tiene importancia ni se contagia. En aquel entonces, cuando iba en el metro, me dejaban todo el vagón para mí solo. La gente se apartaba como si tuviese la lepra o algo así. Dejé la hostelería y, como de algo tenía que vivir, me puse a hacer esto'.

La capital apenas conserva un puñado de limpiabotas, una sombra sesgada de aquella hilera de banquetas que lustraban los cimientos de una clientela kilométrica. Hoy en la Gran Vía quedan cuatro y Bebia, excepto que alguien levante el betún y diga lo contrario, es el decano. Casi la mitad de sus 68 años impregnados en anilina. 'Puede quedar algún otro en hoteles, pero es un oficio en extinción. Nadie lo quiere hacer porque no tienes un jornal fijo, ni seguridad social ni nada'. Una 'aventura' que asegura haber podido permitirse porque no tiene una familia a la que mantener.

Atrás quedan los tiempos en los que los limpiabotas ofrecían el servicio con o sin conversación; y, en caso de charla, con o sin razón. 'Aunque a algunos les gusta, hoy es muy difícil hablar, porque siempre están con el móvil o se ponen a trabajar con el ordenador'. Ha cambiado la calle: 'Antes la Gran Vía era más señorial y más todo'. Ha cambiado el número 37, donde una cadena de ropa se ha metido como un demonio en el cuerpo del Cine Avenida, cuyo sótano albergó la sala de fiestas Pasapoga, donde Machín alternaba el micro con Sinatra: 'Desaparecieron todos los locales típicos y ahora hay tiendas de trapos, digamos'. Ha cambiado el turista: 'De los mexicanos y cubanos de Miami a quienes cobraba cien pesetas y me daban mil, a los de zapatilla, mochila y botella de agua'.

Los clientes no cambian, pero se van muriendo. 'Como muchos eran gente mayor, pues faltarán, digo yo; y ahora la juventud no usa zapatos', concluye este licenciado en la Universidad de Kanfort, cuyo lema reza: Su elegancia empieza por sus zapatos. 'Son personas normales; algunos con negocios, pero supongo que de poca monta. Tampoco te lo explican y uno no se puede fiar de cómo vayan vestidas las personas. Pero famosos y eso no vienen, porque la gente de dinero tiene su servidumbre en su casa y no sale a la calle'.

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