Este artículo se publicó hace 13 años.
Lorca sale del coma, pero sigue en situación crítica
La incertidumbre sobre el estado de las casas y el cierre de colegios impiden la vuelta a la normalidad
La fase de demolición de inmuebles en la localidad murciana de Lorca (92.694 habitantes) vivió ayer su día de mayor actividad con el derrumbe de cientos de cornisas y muros exteriores dañados. Las escenas domésticas que interrumpió el terremoto del miércoles pasado quedaron ayer desnudas de cara a los viandantes, que se agolpaban, curiosos, para presenciar las labores de las máquinas. Una partida de dominó en el salón, una olla en el fogón o una mesa con los apuntes de un estudiante eran algunas de las imágenes que se podían ver desde las calles de La Viña, el barrio peor parado.
Mientras algunos muros se venían abajo, Pedro Sánchez y una cuadrilla de 15 hombres se afanaban, desde primera hora de la mañana, en reconstruir la pared exterior de su negocio, Autorrecambios Ruiz. "El tabique estaba roto y cualquiera podría entrar a robar los recambios de automóvil que vendemos", explicaba nervioso, obsesionado por sellar el local, de 100 metros cuadrados y plagado de estanterías de género, antes de la caída del sol. "Y lo más importante: queremos empezar a trabajar lo antes posible", agregaba.
Los adolescentes comentan entre ellos: "¿Qué color han puesto a tu casa?"
Los cuadros del salónPasar página cuanto antes es la meta de los lorquinos. Con todos los edificios revisados, 6 de cada 10 casas ya son habitables. No es el caso de la de Lola García, que recogía ayer con cuidado los cuadros de su salón. Antes de derribar la pared que separaba la sala de la calle, los bomberos tuvieron la delicadeza de descolgar las pinturas y dejarlas sobre los sofás.
A los vecinos que han podido regresar a sus domicilios se sumaron ayer algunos comerciantes que reabrieron sus negocios, para empezar a devolver el pulso a Lorca. Es el caso del bar Baviera, un templo de desconexión para los vecinos de La Viña. A él también acuden, sudorosos, bomberos, miembros de la Unidad Militar de Emergencias (UME) y policías, en busca de botellas de agua o cafés. Los vecinos dedican sus mejores halagos a los trabajos de desescombro que están realizando estos cuerpos.
Algunos comerciantes ya han empezado a abrir sus negocios
También valoran las ayudas para el alquiler que el Consejo de Ministros aprobó el viernes, aunque pocos saben de su existencia. Sin televisiones ni quioscos de prensa abiertos, las cifras se diluyen en el boca a boca. "De todos modos, aunque nos den algo de dinero, ¿dónde vamos a vivir, con tantos edificios destrozados? Hay muy pocos pisos en alquiler habitables para tanta gente", plantea Edelmiro García, de 55 años, autónomo desempleado, al igual que su mujer y sus dos hijos.
Este matrimonio tenía un bar, pero la escasez de clientes en el último año y medio les ha obligado a tirar de los ahorros. "No nos queda nada y tampoco tenemos paro", asegura. Su edificio está sellado con una marca roja. Ayer, amanecieron en la casa de campo de unos amigos, donde se juntaron en total 30 personas. Como no había sitio para todos, varios hombres durmieron a la intemperie en el patio y, las mujeres, en los coches.
Los niños y adolescentes no han quedado al margen del desastre. Nueve colegios no abrirán sus puertas durante el mes que queda de curso académico. "Entre mis amigos, la primera pregunta que nos hacemos es la misma, sea por teléfono o por Tuenti: ¿Qué color le han puesto a tu casa?", explicaba Marina, de 13 años hija de Manoli Martínez. Su instituto, el San Juan Bosco, reiniciará las clases el próximo día 23. La madre apunta que lo han oído en la radio y se muestra indignada ante la falta de información que tiene la población: "Nadie se ha puesto en contacto con nosotros. No sabemos nada a ciencia cierta, ni del instituto, ni de cuándo podremos regresar a nuestras casas".
Edelmiro y su mujer durmieron en una casa de campo con 30 amigos
Círculo amarilloLa incertidumbre del círculo amarillo (sólo se puede entrar en el inmueble a recoger las cosas) que luce en su portal le hizo pedir a Jaime Pérez, de 39 años, un camión al jefe de una empresa semillera, para desalojar todos los muebles y pertenencias de su piso y de su tienda de complementos, Caprichos. Esta noche, las pertenencias han dormido en un almacén de Puerto Lumbreras, una localidad vecina.
El Ayuntamiento ha empapelado Lorca con una nota pegada con celo en todas las calles. En ella, se explica el significado de los colores (verde, amarillo o rojo) con los que se han marcado los edificios, en función de su grado de habitabilidad. También facilita teléfonos sobre revisión técnica de edificios, atención social y el Consorcio de Seguros. Sin embargo, la red de rumores ha desbordado a la información oficial. Se habla de cosas falsas: de nuevas víctimas del terremoto y de previsiones de fuertes réplicas.
Jaime, otro vecino, ha tenido que llevar todos sus enseres a un almacén
"Pero siguen sin explicarnos qué hay que hacer si llega otro terremoto", critica Manoli, que rastreó Internet en busca de instrucciones para enseñárselas a sus hijas. "Durante el seísmo, tenemos que meternos debajo de una mesa, de la cama o del marco de una puerta. Y, cuando termine el temblor, salir corriendo a la calle", relata Marina, su hija. A su lado, su vecina Lucía Jódar se encoge de hombros: "Sigo sin saber cómo hay que reaccionar". La mayoría de las víctimas murieron por los impactos que recibieron al salir de sus edificios.
Este desconocimiento se comprueba cuando hay una réplica. Los temblores no son fuertes, pero acongojan a los vecinos. Ayer, a las cuatro de la madrugada, Juan y otros vecinos salieron corriendo a la calle tras una leve sacudida. Sus casas, seguras, estaban marcadas en verde, pero la indecisión bloqueó a Juan: "Yo ya no sabía si salir o no. Tenía miedo del derrumbe del edificio, pero también a que me cayese una cornisa en la cabeza. Al final, asustado, me quedé en el portal".
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