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Las víctimas de Trillo

Las familias de los militares fallecidos en Turquía denuncian al ex ministro de Defensa de Aznar como último responsable de la tragedia del Yak-42

MIGUEL ÁNGEL MARFULL

De izquierda a derecha: Granada Ripollés, Evelio González, Jacinta Vicente y Consuelo Sánchez, familiares de varias víctimas del accidente del yak 42, en el que perecieron 62 militares españoles. GABRIEL PECOT

Si tuviera delante a Trillo, sólo le preguntaría si tiene hijos'. Jacinta Vicente perdió al suyo hace en el accidente del Yak 42. Su marido, Evelio González, remata su frase para completar seis años de rabia contenida: 'Querría saber si le queda algo de vergüenza, si tiene honor'.

El 26 de mayo de 2003, Evelio y Jacinta escucharon a las seis de la mañana por la radio que un avión con 62 militares españoles a bordo se había estrellado esa madrugada en Turquía. Su hijo, el teniente Mario González Vicente, de 27 años, viajaba en la aeronave. No necesitaron demasiados detalles para salir de dudas.

Acababan de hablar con él antes de que emprendiera el vuelo fatalmente truncado en la ladera de una montaña próxima al aeropuerto turco de Trabzon. Ahora guardan sus últimas palabras como un tesoro: 'Estaba orgullosísimo de lo que hacía; me dijo que lo volvería a repetir, que no olvidaría nunca su trabajo en Afganistán. Eso es ser un militar. Así es el honor de un teniente. ¿Dónde está el de Trillo?'

Una vez visto para sentencia el juicio por la cadena de errores en la identificación de las víctimas del accidente, ambos denuncian que hay más responsables por encima de los tres uniformados que se han sentado en el banquillo. 'Federico Trillo es el culpable; los militares mandan en los cuarteles pero los políticos ordenan a los militares', sentencian.

Los familiares de las víctimas han recorrido juntos 'seis años de sufrimiento y dolor continuo' que resume el padre del teniente González Vicente en una secuencia con tres sensaciones: 'Sientes incredulidad, piensas que el Estado te ha abandonado y que los militares te han traicionado'.

Asiente al escucharle Consuelo Sánchez, hermana del sargento primero Miguel Sánchez Alcázar, casado, y con un hijo que tenía dos años cuando su padre perdió la vida en Turquía. 'Rajoy habla constantemente de principios y valores. ¿Cuáles han seguido ellos desde el accidente? ¿Con qué principios y valores defiende Trillo la Justicia en el Congreso?'.

'No nos habría importado esperar. ¿Por qué no hicieron las cosas bien?' Consuelo enhebra sus preguntas con los ojos empañados. 'Trillo y Jiménez Ugarte número tres del ex ministro de Defensa de Aznar alimentaron nuestro dolor y nuestra pena y trataron a nuestros 62 héroes peor que perros'.

Faltó algo más que simple tacto. Algunos ejemplos desbordan la frontera de lo calificable. 'Javier Jiménez Ugarte me dijo que, si mi hijo viviera, se avergonzaría de nosotros por lo que estamos haciendo', recuerda Amparo Gil. Lo que les recriminaba el principal subordinado de Trillo era que exigieran que la cadena de negligencias que siguió al accidente no quedara impune.

Esta batalla de seis años ha quedado impresa en el nicho donde descansa su hijo en el cementerio de Alboraya, en Valencia. Eres nuestra vida y nuestras ganas de luchar, reza el epitafio que Amparo y Francisco Cardona, padres del sargento Francisco Javier Cardona Gil, colocaron en su lápida. Javier tenía 27 años y llevaba diez en el ejército del Aire.

Francisco conoció la noticia del accidente en la base aérea de Zaragoza. 'Estaba esperando ese avión, el vuelo en el que regresaba mi hijo, y lo vi en la televisión'. Los problemas llegaron de inmediato. 'Sufrimos amenazas desde el primer día. En la base, un coronel nos dijo que tuviéramos cuidado con lo que decíamos a la prensa, porque nos podíamos arrepentir'. Ese coronel es ahora general. 'Los han ascendido a todos', lamenta Amparo.

Ambos han asistido casi todos los días a un juicio en el que denuncian, antes que nada, tres ausencias: 'Allí han faltado Trillo, Aznar y Ugarte, que fueron los que daban las órdenes'.

'Por su culpa', Francisco y Amparo han llevado flores cada domingo a una tumba equivocada durante 20 meses. Tuvieron que esperar ese tiempo para enterrar, finalmente, al verdadero sargento Cardona. Con el frío lenguaje forense en el que las víctimas son un número adherido a un saco mortuorio y los cadáveres un hecho jurídico, al matrimonio Cardona Gil le entregaron la bolsa número 14. Los restos de su hijo se encontraban, sin embargo, en la 17. Esclarecieron la verdad, gracias a su empeño, un año, ocho meses y un día después del accidente 'por el detestable trabajo' de Trillo y su equipo.

Aunque no se siente en el banquillo, Francisco condena al ex ministro: 'Hemos tenido que aguantar su soberbia, su chulería y su prepotencia todo este tiempo. Es un cobarde; no se atreve a dar la cara. Trillo, que está todo el día pidiendo Justicia, es el que tiene que dar explicaciones'.

Francisco se las exigió en persona antes de clavar la fotografía de su hijo fallecido en la mirada del ex ministro: 'Fue en El Corte Inglés de Valencia. Estaba firmando libros. Compré uno los 24 euros peor gastados de mi vida, metí en él una foto de mi hijo y le pedí que se lo dedicara a las víctimas del Yak 24'. Pero Trillo no quiso escribir tal dedicatoria y encendió aún más la indignación del padre del sargento fallecido. 'Le exigí que lo hiciera, igual que hizo firmar el acta de repatriación de los cadáveres sin identificar'.

Los guardaespaldas de Trillo acompañaron a Francisco a la salida del centro comercial, mientras rompía el libro y lanzaba sus restos de papel a la cara del ex ministro de Aznar que 'jugó' con otros restos más sensibles, los de su hijo.

Pendientes del fallo de la Audiencia Nacional, ni Francisco ni Amparo se sienten aliviados: 'Esperamos una sentencia justa, pero tengo pocas esperanzas por la cantidad de obstáculos que hemos sufrido', explica Amparo. Con la mirada hundida, reconoce que estos seis años de pulso a la paciencia, 'llenos de altibajos', han cambiado su vida por completo: 'Hoy no soy la misma; era pacífica y prudente y hoy soy guerrillera y mala. No tengo ilusión por nada'.

El cansancio ha astillado también el carácter de Granada Ripollés, hija y nieta de militares y hermana del comandante José Manuel Ripollés, que dejó 23 años de servicio en el Ejército a bordo del Yakolev siniestrado y en España una viuda y dos hijos. Asegura que estos cinco años largos de espera le han 'embrutecido'.

Granada lleva prendido en su chaqueta un lazo verde con el que simboliza su exigencia de justicia para las víctimas del accidente de Turquía. 'No me lo he quitado ni un solo día'. Ese lazo, y la batalla de los familiares convertida en asociación dos meses después del accidente, han dado frutos. Bajo el epitafio del sargento Cardona, sus padres escribieron también otra frase: Nació para vivir y murió para que otros vivieran.

Ha sido la última batalla ganada por los 62 militares del Yak y podría ser el lema de la asociación que agrupa a sus familiares. 'Nuestra lucha ha conseguido que se cambien los aviones en los viajan los militares y que se cree un protocolo de identificación para este tipo de casos que antes no existía'.

El hermano de Granada, el comandante Ripollés denunció días antes de morir las pésimas condiciones del avión en el que esperaba regresar a España: 'Con sólo ver las ruedas y la ropa tirada por la cabina de la tripulación te empieza a dar taquicardia'. Esos vuelos basura no se han repetido gracias al trabajo de la asociación de víctimas del Yak 42.

'Asumimos riesgos como familiares de militares, pero una cosa es un accidente, y otra una cadena de mentiras', explica Granada para buscar responsables: 'Trillo nunca nos ha pedido perdón a los familiares de las víctimas'.

'Tenía que estar en el banquillo de los acusados, con Ugarte y Aznar, le interrumpe Juana López porque nos trataron peor que a cucarachas', se queja la madre del brigada Emilio González López, destinado en Valencia antes del accidente que segó abruptamente sus 23 años de servicio en las Fuerzas Armadas.

También la radio le sirvió a Juana aquella mañana de mayo para saber que no volvería a ver a su hijo. Lo que no imaginaba era hasta qué punto aquel accidente cambiaría su vida. Cuando comenzó a tejer sus primeras sospechas, tampoco lo podía creer. 'Era imposible que hubieran hecho eso', recuerda pensando en los mandos de Defensa.

En este tiempo, Juana no ha olvidado una frase. Aznar llenó de sal su herida más dolorosa 'cuando pidió que dejáramos a los muertos del Yak en paz'. Ahora espera justicia. Cuando se le pregunta qué condena aliviaría su pena no lo duda: 'Ninguna hasta que no sea Trillo el condenado'.

 

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