Los fondos 'Next Generation' del armamento ponen a la industria civil europea al servicio de la guerra
La Unión Europea ha destinado, en su conjunto, de cuatro a seis veces más en gasto militar que Rusia en 20 años, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo.

Por Nora Miralles Crespo
Investigadora del Centre Delàs d’Estudis per la Pau
Barcelona-
La era del rearme. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, describía así los tiempos que corren, durante el anuncio del plan ReArm Europe, que permitirá destinar 800.000 millones de euros adicionales a la industria militar de los Estados miembros.
Estas ayudas y préstamos pretenden acelerar y aumentar la producción de armamento y tecnologías de defensa en la Unión Europea. En concreto, se pretende —con medidas como la anunciada— poner al día siete capacidades armamentísticas en los próximos años: defensa aérea y misiles; sistemas de artillería, munición, drones y sistemas antidrones; movilidad militar, Inteligencia Artificial y guerra cuántica, electrónica y cibernética; protección de infraestructuras estratégicas y dominio marítimo y del espacio.
Se intenta acabar, dicen, con carencias críticas que estarían mermando la capacidad de respuesta rápida ante un potencial conflicto, y que mantendrían a los Veintisiete en una posición de debilidad frente a sus adversarios y a sus propios aliados. Unos aliados, especialmente Estados Unidos, hoy mucho más inestables, volubles y condicionales con Trump en el poder.
“Vivimos tiempos peligrosos. No hace falta que describa la seriedad de las amenazas que enfrentamos o las devastadoras consecuencias que sufriremos si estas se hacen realidad”, advertía con gravedad Von der Leyen durante su comparecencia en marzo. La falta de concreción ayuda poco a comprender cuáles son esos riesgos que la Unión Europea enfrenta y que justificarían un desarrollo sin precedentes del sector armamentístico europeo, qué probabilidad hay de que ocurran, y si la militar es la vía más adecuada para enfrentarlos.
Un nuevo orden internacional
Los autores del Libro Blanco de la Defensa - Readiness 2030, publicado días después del anuncio de la Comisión Europea, destacan que “en la segunda mitad de esta década va a formarse un nuevo orden internacional. O lo modelamos nosotros, o seremos recipientes pasivos del resultado de esta competición entre Estados, incluyendo la perspectiva de una guerra a gran escala”. Un escenario que, para los 400 analistas consultados en la encuesta Riesgos Globales para la UE, publicada esta primavera por el Centro Robert Schuman del Instituto Universitario Europeo, es poco probable a corto plazo. El riesgo que, para los participantes, combina mayor probabilidad e impacto es la posibilidad de un alto al fuego en Ucrania favorable a Rusia. Sin embargo, ven menos cercana una agresión armada del país presidido por Putin a un país fronterizo o una guerra entre Rusia y la OTAN.
“Toda la narrativa sobre las amenazas que enfrentamos es una forma de justificar algo que ya estaba en marcha”, afirma Laëtitia Sédou, de la Red Europea contra el Comercio de Armas (ENAAT, por sus siglas en inglés). “Parece que todo empieza con la invasión de Ucrania, pero la militarización económica de la Unión Europea no es reciente. Desde hace una década, se financiaba, sobre todo, la investigación y el desarrollo de nuevas armas, pero en 2022 se empezó a invertir también la etapa de producción, con el argumento de suministrar esas municiones a Ucrania y de europeizar la producción de armamento para dejar de depender del exterior”, añade.
El desarrollo militar interno en aras de la llamada “autonomía estratégica” es el argumento principal que subyace al rearme. Pero ¿qué hay de verdad en esa supuesta necesidad de la Unión Europea de alcanzar una producción propia mucho mayor para poder defenderse? Por un lado, en las últimas décadas, los Veintisiete han recurrido al mercado exterior antes que a los propios aliados europeos, hasta el punto de que el 78% de las compras en defensa realizadas por los Estados miembro entre 2022 y 2023 se hicieron a países externos, el 80% de ellas a Estados Unidos, según el Instituto francés de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS). “Si tú quieres defenderte, pero la tecnología te la suministra un tercero, tu capacidad de defensa o de disuasión está limitada. Los europeos nos hemos ido desindustrializando, buscando comprar más barato y eso nos ha hecho perder liderazgo tecnológico frente a otros”, expone Carlos Martí, consultor en defensa y buen conocedor de la industria militar.
Por otro lado, según datos del Instituto Internacional de Investigación en Paz de Estocolmo (SIPRI), la Unión Europea ha gastado, en conjunto, de cuatro a seis veces más en gasto militar que Rusia en 20 años, e incluso de dos a tres veces más en los últimos años. Además, considerando las capacidades de los Veintisiete, el organismo estaría colectivamente mejor equipado, en términos de personal y capacidad militar, que el país que consideran su principal amenaza.
“Es cierto que los Estados miembros están capacitados para defenderse, especialmente si sumas a Noruega o Reino Unido. Sin embargo todavía dependemos de Estados Unidos en cuestiones clave como la masa industrial y el número de soldados; y no sabemos si en un futuro podremos confiar en esa alianza. Necesitamos solventar esas carencias y acercar a Ucrania, cuyo ejército es uno de los más fuertes y experimentados del continente”, considera Giuseppe Spatafora, investigador del Instituto de Estudios en Seguridad de la Unión Europea (IESUE).
¿Cómo se financiarán los nuevos programas?
Armar a Ucrania e integrar el país dentro del sistema industrial militar de la UE es, de hecho, uno de los objetivos de los nuevos Next Generation de la defensa, que también prevén instrumentos financieros y de gasto público para desencallar proyectos nacionales y favorecer consorcios que puedan trabajar de forma urgente y a gran escala.
Para ello, se desactiva la cláusula de salvaguarda del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), que ha limitado el déficit fiscal de los países desde 1997, y se permitirá a los Estados miembros movilizar un gasto público adicional en defensa de hasta el 1,5% del PIB. Esto crearía un espacio fiscal de unos 650.000 millones de euros que saldrían de las arcas de los Veintisiete.
Según datos del SIPRI, la Unión Europea ha destinado, en conjunto, de cuatro a seis veces más en gasto militar que Rusia en 20 años
Además, la Comisión crea una línea de préstamos de 150.000 millones llamada Security Action For Europe (SAFE), destinada a los Estados miembros que lo soliciten, para financiar la compra conjunta y urgente de material militar. Este deberá estar producido, al menos en el 65%, en países de la UE, Ucrania o Estados del Espacio Económico Europeo, como Noruega. El otro 35% puede proceder de países con acuerdos con la UE, como Reino Unido o Corea del Sur. No está claro si Israel —que coopera tecnológicamente con la Unión y participa en programas como Horizon Europe— entraría, también, dentro de esta categoría. Por último, el Banco Europeo de Inversión (EIB, por sus siglas en inglés) flexibilizará la inversión a proyectos de seguridad y defensa y facilitará la movilización de capitales privados y ahorro hacia el ámbito militar.
Las acciones de la mayoría de grandes empresas del sector no han dejado de subir desde que se anunció la medida y la defensa europea cerró el mes de abril con cifras récord en Bolsa, especialmente destacables en el caso de Airbus y de la alemana Rheinmetall. Se espera que estas empresas sean dos de las grandes beneficiadas por los nuevos fondos, junto con otra decena de gigantes de la industria, entre los que se cuentan las francesas Safran, Thales y Dassault, las italianas Leonardo y Fincantieri, la británica BAE Systems, las españolas Indra y Navantia y la sueca Saab.
Son, de hecho, las mismas compañías que coparán la mayoría de los 62 proyectos que acaba de aprobar el Fondo Europeo de Defensa (EDF, por sus siglas en inglés) para su convocatoria de 2025, financiada con 1.000 millones de euros. Y es que, el Plan ReArm Europe no es, en absoluto, una medida aislada. Lo cierto es que el sector ya transpiraba optimismo mucho antes del anuncio de Von der Leyen el pasado marzo.
La nueva cifra se suma a los 7.300 millones de euros ya previstos en investigación y desarrollo militar para el período 2021-2027, de los cuales 5.400 millones ya han sido adjudicados a proyectos a través de ese Fondo Europeo de Defensa, que busca fomentar la creación de consorcios europeos para desarrollar tecnologías consideradas clave y promover las compras conjuntas entre diversos países.
Uno de los proyectos de mayores dimensiones que se han otorgado este año es el que desarrollará los nuevos helicópteros militares europeos, en un consorcio de 45 empresas e instituciones, dotado con 100 millones de euros y liderado por Airbus.
Además, se han dedicado 513 millones de euros a fabricar munición de forma urgente, principalmente para mandarla a Ucrania, y otros 300 millones estarán disponibles en forma de reembolso parcial, con cargo al presupuesto de la UE, cuando las compras conjuntas impliquen a consorcios de al menos tres Estados miembro.
El espaldarazo definitivo a la industria militar española
La participación española en estos proyectos está capitaneada por Indra, que formará parte de 12 nuevos proyectos militares que movilizarán 500 millones de euros del EFD y que pasa a ser, junto con Thales y Leonardo, la empresa que formará parte de más consorcios.
Esa docena de programas abarcan más de la mitad del presupuesto de las convocatorias y se suman a la treintena de proyectos del mismo fondo en los que Indra ya participaba. También se verán beneficiadas otras empresas como GMV, Sener y la naviera militar pública Navantia, que resurge con el crecimiento del sector, tras ser rescatada por la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) con 450 millones de euros en julio de 2024. “Navantia se sumó desde el principio al nuevo enfoque adoptado por la Comisión Europea y que incentiva la colaboración entre países europeos”, afirman desde el área de comunicación de la compañía, que participa ya de 16 proyectos del Fondo Europeo de Defensa.
Las acciones de la mayoría de grandes empresas del sector no han dejado de subir desde que se anunció la medida y la defensa europea cerró el mes de abril con cifras récord en Bolsa
Hoy, Navantia prevé casi doblar la plantilla en sus astilleros de Ferrol en dos años, gracias al programa de las fragatas F-110, uno de los 31 proyectos incluidos en el Plan Industrial y Tecnológico para la Seguridad y la Defensa que el Ejecutivo de Pedro Sánchez anunciaba el 23 de abril y al que se destinarán 3.800 millones de euros de los 10.471 adicionales que el Gobierno ha aprobado para defensa.
El 85% de ese presupuesto se repartirá entre la modernización del Ejército español, el desarrollo y adquisición de nuevas tecnologías de telecomunicación y ciberseguridad y la fabricación o compra de nuevos instrumentos de defensa y disuasión. “Ese incremento se suma a los 3.593 millones extra que el Gobierno había ido aprobando para Defensa desde enero de 2025 y que, oficialmente, le permiten alcanzar ya este año 2025 el deseado 2% del PIB. Este cómputo sigue obviando partidas de carácter militar que, de incluirse, dispararían el gasto militar real de 2025 hasta los 40.457 millones de euros, casi el 2,5% del PIB”, asegura Pere Ortega, investigador en gasto militar e industria de armamento del Centre Delàs d’Estudis per la Pau.
De nuevo, de las 544 compañías proveedoras del sector de la defensa en España, se prevé que sean las grandes quienes se beneficien de los contratos vinculados a los planes de modernización. En concreto, serían las 18 compañías que, poco después del anuncio, fueron convocadas a un encuentro con la ministra de Defensa, Margarita Robles: GDELS Santa Bárbara Sistemas, TESS Defence, Indra, Escribano, Sapa Placencia, Navantia, Airbus, GMV, Telefónica, Grupo Oesia, Aicox, Hisdesat, Sener, Urovesa, Expal, Instalaza, ITP y Arquimea.
“La remilitarización es una oportunidad perdida para la descarbonización”
El optimismo que destilan las empresas citadas es patente, pero contrasta con la cautela de los analistas, que tienen dudas sobre si el sector posee el músculo necesario para asumir esa aceleración de la producción a gran escala en un período de tiempo tan corto. “La industria se puede empachar. Si creces muy rápido, no vas a tener la infraestructura, la maquinaria o las plantillas profesionales para sostener ese aumento tan rápido de la producción”, aclara el consultor Carlos Martí.
Esa potencial incapacidad de producir rápidamente todo lo requerido con el tamaño actual de la industria puede tener consecuencias. Por una parte, se teme que la potente inversión de Bruselas acabe desviándose de nuevo a la industria militar estadounidense, a pesar del empeño de la comisaria jefe europea de remarcar que los fondos se van a quedar en Europa. “Al final, las condiciones de los préstamos implican que un 35% de los componentes puede provenir de países de fuera de la Unión Europea. Con Inglaterra ya es explícito que eso va a pasar, pero se habla de Turquía, Japón, Nueva Zelanda, Canadá, Estados Unidos. Es un poco contradictorio decir que queremos esa autonomía estratégica europea y a la vez acabar siendo igual o más dependientes de otros países, especialmente si, como Turquía, plantean contradicciones en cuanto a la vulneración de derechos humanos”, desgrana Laëtitia Sédou, del ENAAT.
Lo más probable es que esas carencias aceleren la reconversión de la industria civil a la industria militar; una cuestión que, de hecho, se explicita en el Libro Blanco de la Defensa. “La tecnología está, sobre todo, en manos civiles, por lo que la forma más rápida de adaptarse no es crear empresas desde cero, sino reorientar la producción al ámbito militar”, explica Carlos Martí. Para facilitar este proceso, se puso en marcha en 2023 el Plan de Innovación en Defensa de la UE (EUDIS, por sus siglas en inglés), que ha movilizado 500 millones de euros para que pequeñas y medianas empresas de producción mayoritariamente civil desarrollen tecnologías con aplicaciones militares.
Especialmente en el punto de mira de esta reconversión industrial están el sector del automóvil y la industria siderúrgica, empezando por Volkswagen, corazón de la industria alemana, que ha visto sus beneficios reducidos en un 60% en los últimos años por el auge de la industria automotriz china, la lenta transición hacia las energías renovables y la guerra arancelaria desatada por Trump. Recientemente, el CEO de Rheinmetall hizo público que estaban considerando adquirir una de las plantas de Volkswagen para dedicarla a la producción militar.
“Esta militarización económica no es solo una consecuencia del rearme, también es una forma de salvar la industria europea para poder seguir siendo competitivos; y es preocupante porque la industria militar es un sector muy ineficiente. Por cada puesto de trabajo que crea se podrían crear tres en la industria civil, cinco en sanidad y siete en educación, ya que son sectores que necesitan mucha menos inversión en recursos y en I+D para funcionar”, contrapone Pere Ortega, del Centre Delàs.
Pero el rearme no solo capta recursos de la industria civil, también deja seriamente tocada la caracareada transición ecológica de la UE. “La remilitarización es una oportunidad perdida para la descarbonización. Más aún, cuando las principales amenazas que enfrentamos tienen que ver con la emergencia climática y la pérdida de biodiversidad de los ecosistemas. El incremento de los ejércitos tiene un impacto climático negativo”, lamenta Javier Raboso, jefe de campañas de Greenpeace en España. A la organización le preocupa, también, cómo la apuesta europea por la producción de armamento puede agravar la dependencia de materiales críticos y tierras raras.
La propia Unión Europea aprobó, en 2024, un plan para asegurarse la provisión de estos metales raros, de los que se calcula que dependeremos seis veces más en 2030, el doble en el caso del litio. Una perspectiva que comparten quienes, como el ENAAT, se han opuesto públicamente al rearme de la UE. “En realidad, necesitamos toda esa potencia militar para poder ser competitivos en el acceso a las tierras raras, una carrera en la que China y otros países nos llevan mucha ventaja. Hace 20 años, las guerras eran por el petróleo, ahora nos preparamos para pelear por estas materias críticas que permitirán a las élites europeas mantener su nivel de vida y consumo, sea con guerras directas o con intermediarios a quienes vamos a estar también exportando armas. De eso va, en buena parte, este rearme”, concluye Laëtitia Sédou. ◼
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